De tragedias y responsabilidades
Por Pedro Cruz Pérez
Camiones con gomas y frenos defectuosos, edificios con estructuras precarias, conductores ebrios, construcciones sin permisos, y un largo etcétera de amenazas cotidianas que se ignoran hasta que el desastre ocurre. No se necesita ser un experto para saber que el colapso del club Jet Set no fue un accidente, sino la consecuencia de años de permisividad, corrupción y falta de fiscalización. ¿Cuándo fue la última inspección seria a ese local? ¿Quién firmó los permisos? ¿Hubo advertencias previas? Las respuestas, seguro se perderán en el laberinto de influencias y justicia selectiva que caracteriza a nuestro sistema.
Tras cada tragedia, el guión es el mismo, declaraciones de dolor, promesas de investigaciones exhaustivas, tres días de luto nacional, y luego silencio. Los responsables rara vez enfrentan consecuencias. En cambio, se activa la maquinaria del olvido, mientras las víctimas y sus familias quedan a merced de compensaciones mediocres, muchas veces pagadas con fondos públicos, como si el dinero pudiera sustituir la justicia y el dolor.
Lo más grave no es solo que se exonere a los culpables, sino que su impunidad envía un mensaje claro, las normas pueden violarse, las vidas pueden ponerse en riesgo, y al final, nadie pagará por ello. Así se perpetúa el ciclo de irresponsabilidad que convierte a nuestro país en un polvorín de riesgos evitables.
Esta tragedia no es solo un asunto de permisos de construcción o fiscalización municipal; es un síntoma de una sociedad que ha normalizado la violación sistemática de las reglas. Desde el transporte público hasta los edificios inseguros, desde los alimentos adulterados hasta la violencia institucional, todo se reduce a lo mismo, la falta de prevención y la complicidad del silencio.
No se trata de buscar culpables solo cuando hay muertos que llorar, sino de exigir responsabilidades antes de que el techo se desplome. Porque detrás de cada cifra hay nombres, historias y familias destruidas. Y porque, en un país donde la negligencia es la norma, cualquiera de nosotros podría ser la próxima estadística.
La pregunta no es si habrá otra tragedia evitable, sino cuándo ocurrirá. Mientras no exista una verdadera rendición de cuentas y la justicia sea selectiva, seguiremos repitiendo este ciclo macabro de duelo, indignación efímera y olvido.
Esta vez, la tragedia no me tocó directamente, pero mañana podría ser cualquiera. Por eso, más allá del dolor, lo que debe quedarnos es la urgencia de exigir un país donde las vidas valgan más que los favores políticos, los negocios turbios y la impunidad.
Porque las tragedias no son solo desgracias, son fracasos colectivos. Y hasta que no asumamos eso, seguiremos enterrando a nuestros muertos a destiempo, mientras los responsables siguen firmando permisos, manejando camiones destartalados y construyendo sobre cimientos podridos.