Diez movimientos dialécticos de la vocería política raizal revolucionaria
Luis Delgado Arria
1. Sacralizar el «dasein» o el sujeto viviente y sufriente que siempre nos acompaña y escucha, incluyendo a la madre tierra (Pachamama) y a nuestros ancestros. Esto es, agradecer, celebrar y santificar el lugar y el sujeto con quien se busca conectar para movilizarnos y movilizarlo hacia una transformación de nuestras consciencias históricas, shamánicas, nuestra emoción, espiritualidad, intuición, cultura, acción y voluntad.
2. Bienvenir con ternura a todos los presentes -y a los ausentes- en términos de llamados y elegidos para la autotransformación y luego para la transformación radical de las institiciones familia, comunidad, Estado burocrático/ militar/ corporativo, el país, la región y el mundo. La bienvenida no es cumplir con un mero protocolo sino ofrendar el abrazo simbólico/ sagrado y celebratorio familiar a los de verdad hermanos y hermanas de lucha. El abrazo de apóstoles es sagrado por definición. Sólo hay que atreverse a creer en lo que cree el pueblo. Hay que devenir pueblo.
3. Caracterizar el presente en términos memorables/ metafóricos/ epistémicos. Es decir, definirlo en cuanto que realidades nuevas para las que hace falta inventar y realizar las nuevas praxis transformadoras radicales. Explcar la hipercomplejidad y novedad de hacer una transición a un nuevo tipo de socialismo en el presente y desafiante siglo XXI.
4. Establecer las relaciones dialécticas que permitan comenzar a zurcir el presente histórico con el pasado secuestrado y negado. Hacer vocería es hacer pedagogía de la historia familiar, local, nacional y mundial en cuanto que lección memorable, imprescindible, imborrable. Pues el pasado contiene como potentia de semilla la tesorería de lecciones, modelos ideales y praxis utópicas de inspiración.
5. Beber y dar de beber de forma sencilla.y memorable al pueblo las decisivas lecciones de la historia doliente y heroica de las clases y los pueblos, países y continentes por siglos dominados, explotados, saqueados y humillados hasta hoy.
6. Inscribirse el vocero como actor protagónico de las luchas comunitarias, nacional populares e internacionalistas, apelando para ello a capítulos de la historia personal, familiar, comunitaria, nacional o mundial de cuyo espesor derivar y exprimir las lecciones imprescindibles para profundizar la lucha.
7. Definir el qué hacer» y asimismo el «qué no hacer» como vanguardias y como pueblos en cada lugar y cada coyuntura. Proponer el cómo hacer las cosas, con quiénes, dónde, cuándo y, sobre todo, porqué. Es.clave que el vocero visibilice las previdibles zancadillas o trampas políticas y discursivas del enemigo de clase y de partia.
8. Inscribir la interacción cotidiana con el sujeto popular por definición revolucionario como sustrato y fermento de comunión con el pueblo en tanto que pueblo históricamente sufriente pero milagrosamente viviente, sanador y redentor de sí mismo.
9. Preparar cuidadosa y pedagógicamente un cierre breve y memorable de la vocería/comunión, visibilizando y afinando las principales conclusiones, locuciones de sintonía y planes viables de acción.
10. Realizar el cierre de la vocería de una manera llana, memorable, tierna y estremecedora que debería concluir con una praxis dialógica con los asistentes en tanto que coautores/ coenunciadores de la vocería. Las prácticas extendidas de cerrar, por ejemplo, diciendo… *»Chávez vive»* no es tanto una formalidad o redundancia retórica que implica e invita al público a que suscriba y complete la frase y luego aplauda en señal de ejercicio de la soberanía cuanto que la evidencia empírica de que lo dicho tiene una sintonía y anuencia por parte del Padre espiritual Hugo Chávez y por parte de todo el pueblo, efectivamente representado en la reunión por la feligresía ese día asistente. Cerrar con música genuinamente popular es bautizar ética, política, épica y estéticamente una praxis que es efectivamente del pueblo: el movimiento dialéctico de su propia comunión, consciencia y transformación.

