El acuerdo comercial de la UE es una capitulación ante Estados Unidos

Thomas Fazi.

Foto: Donald Trump estrecha la mano de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras el anuncio de un acuerdo comercial entre Estados Unidos y la UE (REUTERS/Evelyn Hockstein/Archivo)

Las condiciones punitivas (para Europa) del acuerdo comercial entre la UE y EE. UU. son el ejemplo definitivo de que la Unión Europea ha aceptado una subordinación estructural a EE. UU. sin precedentes en la posguerra.


Esta es una versión más extensa de un artículo publicado originalmente en UnHerd.


El domingo, la Unión Europea y Estados Unidos cerraron un acuerdo comercial que impone un arancel del 15 % a la mayoría de las exportaciones de la UE a EE. UU., un acuerdo que el presidente estadounidense, Donald Trump, celebró triunfalmente como “el mayor de todos”.

Aunque el acuerdo evitó un arancel aún más duro del 30 % con el que amenazaba Washington, muchos en Europa lo califican de derrota rotunda, o incluso de rendición incondicional, para la UE.

Es fácil entender por qué. El arancel del 15 % sobre los productos de la UE que entran en EE. UU. es significativamente más alto que el 10 % que Bruselas esperaba negociar.

Mientras tanto, como se jactó el propio Trump, la UE ha “abierto sus países con aranceles cero” a las exportaciones estadounidenses. Es fundamental señalar que el acero y el aluminio de la UE seguirán enfrentándose a un arancel aplastante del 50 % cuando se vendan en el mercado estadounidense.

Esta asimetría coloca a los productores europeos en una grave desventaja, ya que aumenta los costes de industrias estratégicas como la automovilística, la farmacéutica y la manufacturera avanzada, sectores que sustentan la relación comercial transatlántica de la UE, valorada en 1,97 billones de dólares.

Las llamadas medidas de “reequilibrio” inclinan claramente el terreno de juego a favor de EE. UU., obligando a las economías europeas a absorber costes más elevados simplemente para conservar el acceso a los mercados estadounidenses.

Peor aún, la UE se ha comprometido a realizar nuevas inversiones en Estados Unidos por valor de 600 000 millones de dólares, compras de energía a largo plazo por valor de 750 000 millones de dólares y un aumento de la adquisición de material militar estadounidense.

Esto profundiza aún más la dependencia estructural de Europa del suministro energético y los recursos militares de Estados Unidos.

La reacción política en Europa ha sido mordaz.

El ministro francés Benjamin Haddad calificó el acuerdo de “desequilibrado” y señaló que, si bien las bebidas alcohólicas francesas obtuvieron una exención limitada, las condiciones generales eran profundamente desfavorables.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, intentó presentar el acuerdo como un compromiso pragmático para evitar una guerra comercial total, pero pocos se mostraron convencidos.

Como observó el comentarista geopolítico Arnaud Bertrand en X:

A cambio de todas estas concesiones y de la extracción de su riqueza, la UE obtiene… nada. Esto no se parece ni remotamente al tipo de acuerdos que celebran dos potencias soberanas iguales. Más bien se parece al tipo de tratados desiguales que las potencias coloniales solían imponer en el siglo XIX, salvo que esta vez es Europa la que está en el lado receptor.

Se pueden extraer algunas lecciones. En primer lugar, el acuerdo debería acabar por fin con el mito de que la UE fortalece a sus Estados miembros aumentando su poder de negociación.

Durante décadas, se ha dicho a los europeos que solo poniendo en común su soberanía en un bloque supranacional podrían ejercer suficiente influencia colectiva para hacer frente a las potencias mundiales. Esto siempre ha sido una ficción conveniente.

En realidad, ocurre lo contrario: la UE erosiona sistemáticamente la capacidad de las naciones individuales para responder con flexibilidad a los retos internos y externos en función de sus propias prioridades económicas y políticas.

El rígido marco de la UE —su estructura de toma de decisiones burocrática y con múltiples niveles, su falta crónica de responsabilidad democrática y su asfixiante exceso de regulación— no hace más que agravar estas debilidades.

El resultado es exactamente lo que acabamos de presenciar: la UE acepta condiciones peores que las negociadas incluso por el Reino Unido, tras el Brexit y con un tamaño mucho menor.

De hecho, la UE es prácticamente el único socio importante que ha capitulado tan completamente ante las agresivas tácticas comerciales de Trump.

China, India e incluso economías medianas de Asia y América Latina han resistido el acoso de Estados Unidos con mucho más éxito.

Esto pone de relieve una realidad más amplia: la subordinación estructural de Europa a Estados Unidos ha alcanzado un nivel sin precedentes en la posguerra, y la propia UE ha sido el principal vehículo de esta dependencia.

Al encerrar a las naciones europeas en un chaleco de fuerza supranacional, Bruselas las ha privado de las herramientas soberanas —política industrial, flexibilidad comercial, independencia energética— necesarias para defender sus propios intereses.

Además, la UE siempre ha estado ideológica y estratégicamente comprometida con el atlantismo, y su progresiva integración en la OTAN en los últimos años no ha hecho más que profundizar esta subordinación a Estados Unidos. Esta alineación se ha hecho vergonzosamente evidente bajo el mandato de Von der Leyen.

Como resultado, lejos de hacer que Europa sea “más fuerte unida”, la UE ha provocado una pérdida de influencia y autonomía sin precedentes. El bloque se asemeja ahora a aquello que se suponía que debía superar (al menos según su mito oficial): una colección de Estados vasallos, incapaces de trazar un rumbo independiente y cada vez más reducidos al papel de protectorado económico de Washington.

Por último, como he escrito anteriormente, Trump no se equivoca del todo cuando acusa a la UE de prácticas comerciales desleales.

Durante las últimas dos décadas, la UE ha adoptado un modelo de crecimiento hipermercantilista y basado en las exportaciones, que suprime sistemáticamente la demanda interna para reforzar la competitividad de los precios en la escena mundial y mantener bajas las importaciones.

En otras palabras, ha dado prioridad sistemática a los superávits comerciales frente al desarrollo económico interno.

Este modelo ha tenido un alto costo. Los ciudadanos europeos han pagado el precio con salarios estancados, empleo precario y servicios públicos crónicamente infrafinanciados.

Mientras tanto, los socios comerciales de la UE —sobre todo Estados Unidos— se han visto obligados a absorber los crecientes superávits de exportación de Europa, alimentando una relación económica mundial cada vez más desequilibrada.

Es cierto que hacía tiempo que se necesitaba un reequilibrio. Pero este acuerdo representa el peor tipo de reequilibrio posible.

En lugar de aprovechar este momento para replantearse su estrategia económica, fundamentalmente errónea, aumentando los salarios europeos, impulsando la demanda interna y aceptando que las exportaciones pudieran perder competitividad como consecuencia de ello, la UE ha redoblado su apuesta por el mismo modelo que ha vaciado su propia resiliencia económica.

En lugar de optar por una senda de crecimiento más saludable e impulsada por la demanda interna, Bruselas ha decidido preservar a toda costa su paradigma basado en las exportaciones, aunque ello suponga exponer la base industrial europea a una avalancha de importaciones, acelerar la desindustrialización y agravar su dependencia de los mercados extranjeros.

Traducción nuestra


*Thomas Fazi es escritor y traductor anglo-italiano. Principalmente ha escrito sobre economía, teoría política y asuntos europeos. Ha publicado los libros La batalla por Europa: cómo una élite secuestró un continente y cómo podemos recuperarlo (Pluto Press, 2014) y Reclamando el Estado: una visión progresiva de la soberanía para un mundo posneoliberal (co -escrito con Bill Mitchell; Pluto Press, 2017). Su sitio web es thomasfazi.net.

Fuente original: Thomas Fazi

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