“El agua es un tesoro que vale más que el oro”

Por Altagracia Paulino

La consigna que da título a esta entrega se ha inoculado en la conciencia de quienes habitan en las cercanías de ríos y arroyos, en las cuencas hidrográficas, y se ha fortalecido con el logro alcanzado por el país —contra vientos y mareas— con la declaratoria de la Unesco que reconoce como “Reserva de Biosfera Madre de las Aguas” al ecosistema de gran parte de la cordillera Central.

Con esta declaratoria, el país ha logrado que Madre de las Aguas capte la atención para salvar 709 ríos y arroyos que deben ser protegidos y fortalecidos, como se cuidan las arterias y venas que llevan la sangre al corazón, para que este la bombee al cerebro y al resto del cuerpo humano.

Haciendo un símil entre la isla y la anatomía humana, podríamos equiparar a la vena aorta —y todas las que abastecen de sangre a cada órgano del cuerpo— con cada una de las siete principales cuencas que posee nuestra biosfera.

Los médicos que deben salvar las arterias de la vida del país son quienes gobiernan, los llamados a defender el patrimonio público como lo es el agua, reconocida en la Constitución como un bien público inalienable.

En Madre de las Aguas confluyen tres reservas científicas, dos monumentos naturales y dos reservas forestales, que abarcan once provincias y 36 municipios: Azua, Dajabón, Elías Piña, La Vega, Monseñor Nouel, Peravia, San Cristóbal, San José de Ocoa, Santiago, Santiago Rodríguez y San Juan; con una superficie estimada en cerca de 40 mil kilómetros cuadrados y una densidad poblacional de poco más de un millón y medio de habitantes, según informó el Ministerio de Medio Ambiente en julio del pasado año.

Nuestras cuencas están amenazadas porque la Cordillera Central —donde reside esta biosfera que debemos proteger—, además de ser fuente de agua, es también reserva de oro. Pero la avaricia y el lucro no alcanzan para comprender cuál de esos tesoros garantiza la sostenibilidad de la vida.

Por suerte, el eslogan que da título a esta columna ha calado en el alma, sobre todo en las comunidades amenazadas. Son frecuentes los reportes de personas que, celular en mano, muestran los ríos y expresan su miedo de que estos desaparezcan.

Cada semana recibimos vídeos desde esas zonas. Es como si médicos y enfermeras se unieran para salvar al paciente —en este caso, el país—, para que no perezca por falta de agua.

En San Juan de la Maguana, todos los fines de semana se recuerda que “el agua es un tesoro que vale más que el oro” y se miran en el espejo de Sánchez Ramírez, donde la minería ha acabado con ríos y arroyos.

Termino con una reflexión indígena que me llegó desde la coalición ambiental:

“Solo después de que el último árbol sea cortado.

Solo después de que el último río sea envenenado.

Solo después de que el último pez sea apresado.

Solo entonces sabrás que el dinero no se puede comer”.

 

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