El capitalismo y la producción de pobreza

Jim Silver.

Foto: Niños trabajando en una fábrica de algodón (Inglaterra, 1835). Fuente: La hilatura con mulas en acción: Captura de Baines 1835, Illustrations from the History of the Cotton Manufacture in Great Britain (H. Fisher, R. Fisher y P. Jackson), dominio público.

El capitalismo nunca resolverá la pobreza, porque el capitalismo produce pobreza. Los partidarios del capitalismo seguirán argumentando que todos los esfuerzos deben dirigirse a restablecer el crecimiento económico, porque sólo con más crecimiento podrán satisfacerse las necesidades de los pobres. Tales afirmaciones no son creíbles. El capitalismo sin restricciones exigirá constantemente sacrificios para el crecimiento, aplazando sin cesar el objetivo de derrotar a la pobreza.


La producción perpetua de formas siempre cambiantes de pobreza es una parte inevitable de la destrucción creativa que caracteriza al capitalismo. La forma de la pobreza cambia, porque el capitalismo es dinámico y cambia constantemente, pero la pobreza permanece. La producción de pobreza no es sólo una parte inevitable, sino también necesaria, del capitalismo. Así ha sido en Gran Bretaña, la primera potencia industrial capitalista del mundo, durante los últimos ochocientos años.

La pobreza tiene que ver en gran medida con la relación de las personas con los medios de producción: han sido expulsadas de la tierra, no tienen trabajo o el que tienen está mal pagado, es a tiempo parcial o irregular. Este ha sido el caso durante siglos; es el caso hoy.

Dos autores británicos describen la presencia constante de la pobreza en la vida de la clase obrera: «El factor más unificador de la historia de la clase obrera ha sido la pobreza: la amenaza de la pobreza, el miedo a la pobreza, la certeza de la pobreza».1 El trabajo precario -y, de hecho, la precariedad de la vida misma- ha sido una constante. En palabras de Palmer, «el trabajo nunca ha sido más que una base precaria de la vida vivida en el filo de la navaja de la desposesión».2

A finales del siglo XVII, se calcula que alrededor del 40% de la población británica se había visto obligada a abandonar la tierra en siglos anteriores por el movimiento de cercamiento, precursor necesario de la aparición del capitalismo. Como resultado, la mayoría se empobreció: el detritus de la larga muerte de la sociedad feudal. En los siglos XVI y XVII, estos «hombres sin amo» vagaban por los caminos, donde «existían en cantidades alarmantes… y con demasiada frecuencia eran desechos inempleables de una sociedad en transformación económica», equivalentes a «los parados de la Gran Depresión de los años 30, o los millones de parados de los centros urbanos actuales».3

A lo largo del siglo XVI se promulgó una feroz legislación laboral para empujar a los vagabundos -aquellos que podían trabajar pero no trabajaban y, por tanto, eran pobres- al empleo. Por ejemplo, un vagabundo podía ser «atado desnudo al extremo de un carro y azotado con látigos… hasta que su cuerpo se ensangrentara», y se le podían cortar las orejas.4 Los vagabundos podían ser marcados con un hierro candente con la marca de «V». En 1590, los vagabundos de Middlesex, por ejemplo, «eran azotados y marcados… a razón de uno al día».5 El objetivo de tales castigos era obligar a los pobres a incorporarse a la mano de obra remunerada.

Los pobres se rebelaban a menudo. Las revueltas de los cercados aumentaron drásticamente a finales del siglo XVI. Cuando el duque de Norfolk pidió hablar con el líder de una multitud rebelde, su respuesta reflejó la ira de la época: «Ya que preguntas quién es nuestro capitán, su nombre es Pobreza, pues él y su prima la Necesidad, nos han llevado a esto».6 A finales de siglo, la vagancia estaba tan extendida que dio lugar a la Ley de Pobres isabelina de 1601.

La Ley de Pobres de 1601 era, en efecto, un sistema de asistencia social raído que proporcionaba a los pobres «merecedores» -los enfermos, los ancianos, los discapacitados, por ejemplo- lo justo para evitar que murieran en la calle o se rebelaran. Excluía a los considerados capaces de trabajar (los pobres «no merecedores»), a los que se podía obligar a incorporarse a la mano de obra remunerada o castigar por incumplimiento. La idea de que la ayuda debía dirigirse a los pobres «merecedores» y consistir en lo mínimo persistiría durante los cuatro siglos siguientes hasta hoy, al igual que la creencia en castigar a los pobres «no merecedores».

Muchos pobres durante los dos siglos posteriores a la Ley de Pobres isabelina se dirigieron a las ciudades, donde se vieron sumidos en más pobreza y precariedad. Consideremos el caso de los niños. Londres en el siglo XVIII «rebosaba de niños abandonados. Más de mil al año eran abandonados en los montones de basura, en las calles, callejones y otras vías públicas de la ciudad».7 La «solución» más común era ponerlos a trabajar. Por ejemplo, en 1770 se recomendó que «los niños pobres fueran enviados a la edad de cuatro años a casas de trabajo…. Es muy útil que, de un modo u otro, se les emplee constantemente al menos doce horas al día», para que pudieran «habituarse al trabajo constante».8

En esos workhouses moría un gran número de niños. Un Comité de la Cámara de los Comunes de 1767 informó de que, de 1741 a 1748, de los 1.429 niños nacidos en un hospicio londinense o llevados allí con menos de un año de edad, sólo sobrevivieron diecinueve, algo más del 1%.9 Basándose en los datos de 1746-50, los historiadores Tim Hitchcock y Robert Shoemaker concluyen que «el hospicio de Santa Margarita era simplemente un lugar de muerte».10  Luke’s de Londres, entre 1757 y 1763, murieron los cincuenta y tres niños menores de 5 años: el 100 por cien.11 Las tasas de mortalidad infantil del 50 por ciento eran habituales en los workhouses británicos en los años previos a la Revolución Industrial.

Las condiciones se hicieron deliberadamente crueles para obligar a la gente a trabajar en las minas y molinos de la época. Como explicó un miembro de la Comisión de la Ley de Pobres: «Deseo que nuestra clase trabajadora mire con pavor a la Casa de Pobres… porque sin ella, ¿dónde está el estímulo necesario para la industria?».12

La Nueva Ley de Pobres de 1834 se diseñó de forma similar para obligar a la gente a trabajar. El trabajo en los «oscuros molinos satánicos» era peligroso; las horas eran largas y difíciles; la paga, mísera. Nadie quería esos trabajos. La fuerza era necesaria.

En las minas de carbón, se podía encontrar a niños menores de 10 años a cuatro patas en pozos mineros de techo bajo, con cuerdas alrededor de la cintura y cadenas entre las piernas, tirando de carros cargados de carbón como si fueran caballos. Los padres llevaban a los niños a los pozos a partir de los 8 ó 9 años, en la mayoría de los casos porque sus familias necesitaban los ingresos extra. Las mujeres llevaban a los niños a los pozos desde los 6 años y a veces utilizaban drogas, opio por ejemplo, para mantener a los pequeños tranquilos. El resultado era que «un gran número de infantes perecen por sobredosis o, como ocurre más comúnmente, de forma dolorosa e insidiosa. Los que escapan con vida se convierten en niños pálidos y enfermizos… con una constitución arruinada».13

Muchos de los niños que se encontraban «infestando» las calles de Londres eran reunidos, cargados en carros y llevados a la fuerza a las fábricas de algodón de Lancashire. Como describió un contemporáneo: «Es una práctica muy común en las grandes parroquias populosas de Londres atar a los niños en grandes cantidades a los propietarios de las fábricas de algodón de Lancashire y Yorkshire, a una distancia de 200 millas. Los niños, que son enviados cargados de vagones cada vez, están tan perdidos para siempre para sus padres como si los hubieran enviado a las Indias Occidentales.»14

En los molinos, los niños trabajaban a menudo doce o más horas a altas temperaturas, eran golpeados para inducirles a trabajar, se lesionaban con la maquinaria e incluso morían de desnutrición. Joseph Habergram, discapacitado por trabajar en las fábricas, dijo a una comisión parlamentaria de 1833: «Tenía 14 horas y media de trabajo real, cuando tenía siete años… el fleje era el medio por el que se mantenía a los niños en el trabajo».15 El hijo del propietario de una fábrica y reformador David Owen escribió: «En algunas grandes fábricas, de una cuarta a una quinta parte de los niños eran tullidos o estaban deformados de alguna manera, o permanentemente lesionados por el trabajo excesivo, a veces por abusos brutales.»16

Esto es el capitalismo. Sus enormes beneficios se produjeron a costa de los trabajadores y los niños. Hizo de Gran Bretaña la principal potencia industrial e imperial del mundo, y produjo horrendas formas de pobreza como parte necesaria del proceso. A esto se refería Marx cuando dijo: «La existencia de un millón de indigentes en el hospicio británico es tan inseparable de la prosperidad británica como la existencia de 18 a 20 millones en oro en el Banco de Inglaterra».17 La producción de pobreza es inseparable de la creación de riqueza.

Del mismo modo, los beneficios de la esclavitud alimentaron la Revolución Industrial. Entre 1630 y 1807, los mercaderes de esclavos británicos compraron y vendieron unos 2.500.000 africanos. El comercio de personas esclavizadas era enormemente rentable. Esos beneficios eran el resultado de una estrategia de gestión en las plantaciones de algodón del Sur Profundo de Estados Unidos, descrita por Edward Baptist como «tortura», gestión mediante el látigo. «El látigo hizo el algodón», y el algodón producido por esclavos hizo la Revolución Industrial.18

La importancia de la esclavitud y el algodón para la Revolución Industrial se refleja en el caso de Liverpool. Los comerciantes de Liverpool controlaban hasta el 85% del comercio británico de esclavos. A finales de la década de 1830, casi el 90 por ciento de todas las importaciones británicas de algodón entraban por Liverpool. Toda la estructura de poder de la ciudad estaba poblada por quienes participaban directamente en el comercio de esclavos basado en el algodón. En 1787, treinta y siete de los cuarenta y un concejales de la ciudad «eran propietarios de barcos negreros o importantes inversores o proveedores del comercio». Todos los veinte alcaldes entre 1787 y 1807 financiaban o eran propietarios de barcos negreros».19 La riqueza que fluía del comercio de esclavos creó los principales bancos de Liverpool, que a su vez obtuvieron grandes beneficios adelantando el crédito necesario para construir las plantaciones de algodón en el Profundo Sur. La garantía eran normalmente los propios esclavos. Entre quienes apoyaban lo que se ha llamado el «interés antillano» en la esclavitud había «cientos de parlamentarios, pares, funcionarios, hombres de negocios, financieros, terratenientes, clérigos, intelectuales, periodistas, editores, soldados, marineros y jueces, y todos ellos llegaron a extremos extremos para preservar y proteger la esclavitud colonial».20 El capitalismo industrial no habría nacido en Gran Bretaña de no ser por la sangre del algodón y la esclavitud.

El algodón producido en Estados Unidos por africanos esclavizados era procesado por esclavos asalariados -a menudo niños y, en la década de 1830, cada vez más mujeres- en las fábricas de Lancashire. El producto acabado, la ropa de algodón, se exportaba, principalmente a colonias británicas como la India, lo que socavaba la producción de ropa allí. Durante siglos, la India había sido el principal productor del mejor algodón del mundo. Lo que Sven Beckert describe como «capitalismo de guerra» -el uso de la fuerza y la violencia para abrir mercados y asegurarse mano de obra y recursos- destruyó prácticamente la industria algodonera india. «La India fue sistemáticamente desindustrializada y se convirtió a su vez en un mercado para los algodones de Lancashire: en 1820 el subcontinente sólo recibía 11 millones de yardas, pero en 1840 ya recibía 145 millones».21 Los esclavos recogían el algodón en condiciones brutales en el Profundo Sur; las mujeres y los niños lo procesaban en las fábricas de Lancashire en condiciones brutales; y la venta de los productos resultantes acabó con lo que había sido una próspera industria de la confección en la India. La pobreza apenas describe la condición de los implicados en este «mercado» global.

La pobreza -una pobreza brutalmente inhumana- se produjo en cada momento de lo que fue un proceso capitalista global. La esclavitud, el colonialismo y el trabajo forzado fueron elementos necesarios para el surgimiento del capitalismo. El capitalismo generó, al mismo tiempo y como parte del mismo proceso, beneficios masivos y una pobreza y un dolor horribles. Como escribió Marx, el capitalismo vino al mundo «chorreando de pies a cabeza, por todos los poros, sangre y suciedad».22

La pobreza tampoco es cosa del pasado del capitalismo. Un salto adelante de siglo y medio, a través de la inmensa pobreza de la Gran Depresión de los años 30 -cuando millones de trabajadores británicos sufrieron los estragos del desempleo y la pobreza masivos, y las crueles indignidades de la amargamente odiada Prueba de Recursos Familiares y la prueba de «búsqueda auténtica de trabajo»- hasta la era Thatcher de los años 80 y posteriores. La economía capitalista británica tenía problemas a finales de la década de 1970, por lo que los conservadores de Margaret Thatcher -inspirados por las ideas de Friedrich Hayek y Milton Friedman- fueron elegidos en 1979.

Los valores de Thatcher eran esencialmente victorianos. Creía que los problemas económicos del Reino Unido estaban causados por el estado del bienestar. Se oponía a todas las formas de bienestar y creía que había que obligar a los pobres a trabajar. Antes de convertirse en primera ministra, fue una de los seis diputados conservadores que votaron a favor de restablecer la flagelación para los pobres, como se hacía cuatro siglos antes para obligar a los vagabundos a trabajar. En su tercer mandato, introdujo un sistema completo de workfare. El workfare forzaría a la gente a entrar en la parte baja del mercado laboral, igual que se había hecho con las casas de trabajo y la Ley de Pobres de 1834 un siglo y medio antes.

Los gobiernos de Thatcher crearon pobreza deliberadamente. Su estrategia económica incluía profundos recortes de las ayudas a los pobres, un debilitamiento del poder sindical mediante una «feroz legislación antisindical sin parangón en Europa», grandes recortes fiscales para las rentas altas y el desencadenamiento de las fuerzas del mercado, junto con un intento de cambiar la cultura británica hacia una orientación más individualista y favorable a la empresa.23 El sector manufacturero británico fue aplastado y el desempleo se disparó, alcanzando niveles aún más altos y de mayor duración que en la década de 1930. En 1996, en el Merseyside de Liverpool, el 37% de los hombres en edad de trabajar no tenían empleo, uno de cada cinco hogares británicos carecía de un adulto trabajador, y el número de adultos que vivían en hogares sin trabajo se había duplicado entre 1979 y 1993-94.24 Para Norman Lamont, ministro de Hacienda, éste era un «precio que merecía la pena pagar» para restablecer la salud del capitalismo en Gran Bretaña.25 La pobreza se creó deliberadamente para restablecer las condiciones de la acumulación de capital, de la rentabilidad.

El resultado fue una explosión de la pobreza. En 1999, tras dos décadas de gobiernos conservadores encabezados por Thatcher e inspirados por ella, «había más gente viviendo en la pobreza o al margen de ella que en ningún otro momento de la historia británica. Según la encuesta más rigurosa sobre pobreza y exclusión social jamás realizada, a finales de 1999 aproximadamente 14 millones de personas en Gran Bretaña, o el 25 por ciento de la población, vivían objetivamente en la pobreza.»26

Más allá de las frías cifras, había «pruebas inquietantes de una pobreza desesperada a una escala que no se presenciaba en Gran Bretaña desde los años 30… habían vuelto enfermedades asociadas a la pobreza y la desnutrición, como el raquitismo y la tuberculosis, que la mayoría de los expertos en salud esperaban desterradas para siempre.»27El diputado conservador Ian Gilmour se emocionó al decir que «El trato de Thatcherite a los pobres era imperdonable».28

El Nuevo Partido Laborista asumió el poder en 1997. La pobreza y la desigualdad habían alcanzado niveles sin precedentes en los tiempos modernos. Sin embargo, poco cambió en su planteamiento. Danny Dorling describió el Nuevo Laborismo como «el thatcherismo continuado». Colin Crouch llamó al Nuevo Laborismo «los hijastros bien educados de Thatcher, su progenie directa». Thomas Piketty escribió que el Nuevo Laborismo «validó y perpetró en gran medida las reformas fiscales de la era Thatcher».29 Cuando le preguntaron a Thatcher cuál había sido su mayor logro, respondió: «Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Obligamos a nuestros oponentes a cambiar de opinión».30

Puede que sus mentes no cambiaran mucho. Blair no traicionó sus raíces, «pues no tenía raíces que traicionar», «no tenía un hueso socialista en el cuerpo».31En un discurso pronunciado en 1995 ante la Cámara de Comercio Británica, Blair dijo: «los antiguos laboristas pensaban que el papel del gobierno era interferir en el mercado. El Nuevo Laborismo cree que el papel del gobierno es hacer que el mercado sea más dinámico, proporcionar a las personas y a las empresas los medios para alcanzar el éxito».32 De ello se deducía lógicamente que el Nuevo Laborismo abandonaría su inveterado compromiso con la igualdad de resultados, en la creencia thatcherista de que tales esfuerzos supondrían una limitación para la economía.

Muchas figuras clave del Nuevo Laborismo, incluido Blair, despreciaban al viejo laborismo. Roy Hattersley, considerado típicamente como parte de la vieja derecha laborista, dijo que el Nuevo Laborismo abandonaba «a los desfavorecidos», y añadió que el socialismo «requiere que el principio básico sea la redistribución del poder y la riqueza».33 Blair y el Nuevo Laborismo se oponían rotundamente a la redistribución del poder y la riqueza.

El Nuevo Laborismo consiguió algunos avances en la reducción de la pobreza de los niños y los pensionistas, los llamados pobres merecedores. Sin embargo, estos logros no fueron duraderos, y la desigualdad, que había aumentado drásticamente con Thatcher, se disparó a niveles nuevos y obscenos. Como describió Peter Mandelson, uno de los intelectuales fundadores del Nuevo Laborismo: «Nos tranquiliza mucho que la gente se haga asquerosamente rica, siempre que pague sus impuestos».34 Sin embargo, el Nuevo Laborismo recortó los impuestos a las rentas más altas y llevó el impuesto de sociedades a niveles más bajos que nunca en la historia británica y los más bajos de los principales países industriales.  El Sunday Times calificó los años del Nuevo Laborismo de «edad de oro para los muy ricos».35

El planteamiento del Nuevo Laborismo había consistido en ayudar a la gente a salir de la pobreza, mediante diversos programas «contra la pobreza». Sin embargo, Hattersley tenía razón al afirmar que «un gobierno laborista no debería hablar de vías de escape de la pobreza y las privaciones». La tarea, más bien, debería ser «cambiar la sociedad de tal manera que no haya pobreza ni privaciones de las que escapar».36 El Nuevo Laborismo no tenía ese compromiso.

La vivienda para los pobres -durante siglos un aspecto sombrío y a menudo horrible de la pobreza en Gran Bretaña- empeoró bajo el Nuevo Laborismo, siendo su historial en materia de vivienda social peor que el de Thatcher.  Las viviendas sociales, antaño los orgullosos hogares de la clase trabajadora británica, se consideraban cada vez más los hogares de los pobres indignos y se permitió que se deterioraran aún más que con Thatcher. El Nuevo Laborismo se opuso «ideológicamente a la construcción de viviendas sociales» y redujo a la mitad, «hasta la cifra extraordinariamente baja del 0,3%», la proporción del PIB destinada a viviendas sociales.37

Los jóvenes adultos de las urbanizaciones marginales – «sink estates»- fueron relegados a empleos mal pagados, sin prestaciones y sin futuro, en la parte inferior del mercado laboral. Éstos son los empleos que crean ahora los capitalistas. La respuesta del Nuevo Laborismo fue basarse en la estrategia del workfare de Thatcher, hasta el punto de que Gran Bretaña se convirtió en el principal «estado del workfare» del mundo, con la lógica de que «el workfare no consiste en crear empleos para gente que no los tiene; consiste en crear trabajadores para empleos que nadie quiere»,38 que es precisamente para lo que se diseñaron los workhouses y la Nueva Ley de Pobres de 1834. Ante estos callejones sin salida, los jóvenes se amotinaron en 2001. Como escribió The Guardian en mayo de ese año, los disturbios «fueron el resultado de tensiones que se han estado gestando durante años y cuyas fuentes no son misteriosas. La primera tensión se basaba en la pobreza. Como en todos los disturbios británicos, la lucha estalló en un lugar de desesperadas dificultades económicas», pero la culpa se atribuyó a los alborotadores, «y a las patologías comunitarias que los han generado».39

En 2011, el año después de que el Nuevo Laborismo dejara el poder, estallaron de nuevo los disturbios civiles, generando una oleada de odio que culpaba a los pobres. El Telegraph publicó un artículo titulado «Disturbios en Londres: La clase marginada arremete». La cobertura de los medios de comunicación utilizó un lenguaje como «escoria, matones, ratas asilvestradas…. El término escoria era el peyorativo favorito: ‘la clase escoria’, ‘desechos verminosos’». El ministro de Justicia llamó a los alborotadores «nuestra clase baja asilvestrada». El primer ministro David Cameron atribuyó los disturbios a un «colapso moral», insistiendo en que «estos disturbios no eran por la pobreza», sino «por el comportamiento». Boris Johnson, entonces alcalde de Londres, consideró «repugnante» avanzar explicaciones relacionadas con la pobreza.40

Una explicación más informada puede localizarse en las palabras de un hombre de 22 años implicado en los disturbios de 2011: «Todo lo que puedo decirte es que yo, yo mismo y el grupo en el que estaba, ninguno de nosotros tenemos trabajo, ¿sí? Llevo ya dos años sin trabajo… y es como una depresión, tío, en la que te hundes…. Sentí que tenía que estar allí para decir ‘mira, esto es lo que va a pasar si no nos ofrecen trabajo ahí fuera’».41

El capitalismo produce pobreza, pero los pobres siempre han cargado con la culpa. Incluso más que culpados, han sido temidos, vilipendiados y odiados. Durante los primeros años del movimiento de cercamiento, que duró siglos, a los que vagaban por los caminos se les llamaba «bestias sin ley» que cometían «actos atroces, pecados detestables»; eran «la mugre misma y las alimañas de la mancomunidad».42 Siglos más tarde, a finales del siglo XIX, Charles Booth, un registrador de la pobreza en Londres relativamente comprensivo, dijo de los pobres: «su vida misma es la vida de los salvajes…. Degradan todo lo que tocan».43Sobre los pobres irlandeses, que se habían trasladado a Inglaterra en gran número sobre todo a mediados del siglo XIX, un médico de Liverpool escribió en 1845 «Los irlandeses parecen estar contentos en medio de la suciedad y la inmundicia… sólo parecen preocuparse por aquello que les permite mantener una existencia animal».44 Un siglo más tarde, a finales de los años 40 y 50, se identificó a las madres de lo que entonces se denominaban «familias problemáticas» como la causa de la pobreza. Eran «madres descuidadas», que criaban hijos «torpes y débiles mentales».45 En los años 60, unos medios de comunicación hostiles culparon de la pobreza al «ejército británico de estafadores de la cola del paro», desencadenando un estallido de «Scroungerfobia» que incluía titulares como «¡Atrapad a los gorrones!».46

Continúa. La edición del 24 de mayo de 2023 del diario británico The Guardian informaba de que el ala derecha del Partido Conservador culpaba de los problemas económicos de Gran Bretaña a los «holgazanes» y a los «ociosos». El capitalismo sigue produciendo pobreza; se sigue culpando a los pobres de su pobreza. Esto es «propaganda de la pobreza».47 Es funcional al capitalismo.

A lo largo de los últimos ochocientos años, casi nunca ha habido un intento serio de reducir drásticamente la pobreza que produce el capitalismo. Hay una excepción importante. Los gobiernos laboristas de 1945-51 destacaron por satisfacer las necesidades de los pobres, a pesar de que nunca, que yo sepa, utilizaron el término «programas contra la pobreza». Su enfoque eran los programas universales, es decir, programas que beneficiaban a toda la población obrera: el Servicio Nacional de Salud; viviendas masivas y de buena calidad para la clase obrera; una Ley Nacional de Seguros que pagaba prestaciones por desempleo y enfermedad a todos los trabajadores; y una reducción drástica del número de parados.

La base ideológica de estas políticas era el compromiso de pasar de un enfoque selectivo, residual y basado en la caridad a un enfoque igualitario, inclusivo y universal. Todos los ciudadanos debían tener acceso a servicios de un nivel aproximadamente igual y, por este medio, debía establecerse un suelo para todos. Esta insistencia en la universalidad -a la que se opusieron tenazmente los conservadores- puede considerarse legítimamente un ataque al privilegio de clase.

También pueden hacerlo los cambios en la fiscalidad. Los gobiernos laboristas establecieron un recargo impositivo sobre las rentas superiores a 10.000 libras esterlinas y un impuesto de sucesiones del 75 por ciento sobre las herencias de más de 21.500 libras esterlinas. En 1951, el tipo impositivo marginal sobre las rentas altas superaba el 90 por ciento.48

Los gobiernos laboristas de 1945-51 se enfrentaron a una inmensa presión financiera -John Maynard Keynes llamó a la crisis financiera de 1947 tras la finalización del Préstamo y Arriendo «un Dunkerque financiero».49 Se enfrentaron a una oposición masiva del sector privado y de la clase dirigente británica. Un ministro laborista junior describió cómo se levantó para hablar en la Cámara de los Comunes y se enfrentó a «los ojos fríos e implacables de esa hilera de magnates bien vestidos, que odiaban al gobierno laborista con una pasión y un miedo que les convirtió en hombres entregados a su determinación de echarlo del poder».50

Frente a estas enormes presiones financieras y políticas, los laboristas demostraron un enorme valor y un compromiso sólido como una roca para satisfacer las necesidades de los trabajadores. El resultado fue que la pobreza cayó en picado. Como escribió Kenneth Morgan: «Todos los índices -por ejemplo, las estadísticas de los funcionarios médicos de sanidad, o de los funcionarios médicos u odontólogos escolares- sugieren que el nivel de salud y de robustez física mejoró constantemente durante todo el periodo 1945-51, desde los bebés, cuyas tasas de supervivencia siguieron mejorando, hasta los ancianos, cuyas expectativas de una jubilación larga y feliz se alargaron constantemente».51 Los estudios cuantitativos sobre la incidencia de la pobreza fueron coherentes con estos otros indicadores: la pobreza disminuyó drásticamente.52 No se eliminó, pero nunca antes se había reducido tan drásticamente, hecho confirmado por un análisis posterior y revisado del estudio de B. Seebohm Rowntree y G. R. Lavers de 1951.53

Aún quedaba mucho por hacer. El emergente Estado del Bienestar debería haber sido «simplemente la primera entrega de un programa de reformas radicales de mucho mayor alcance».54Eso no ocurrió. Los enormes pasos dados por los gobiernos laboristas de posguerra no fueron aprovechados por los gobiernos laboristas posteriores de formas que eran tanto necesarias como posibles. Gran Bretaña pasó de ser un líder en política social en los años inmediatos a la posguerra a un rezagado en política social -gradualmente al principio, como resultado en parte de las políticas revisionistas del Partido Laborista, luego de forma más deliberada y dramática con las elecciones a partir de 1979 de los gobiernos conservadores de Thatcher, y, finalmente, con los esfuerzos del Nuevo Laborismo. «El Estado del bienestar había sido el mayor logro de los laboristas. Había sido dañado y debilitado bajo la Sra. Thatcher. Pero su destrucción total iba a ser la misión histórica del Nuevo Laborismo».55

La pobreza sigue siendo un problema masivo en Gran Bretaña en la tercera década del siglo XXI. En 2018, Philip Alston, relator de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, tras una investigación sobre la pobreza en Gran Bretaña, acusó al gobierno de la «inmiseración sistemática de una parte significativa de la población británica.»56 En noviembre de 2023, su sucesor, el actual relator de la ONU sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, Oliver De Schutter, declaró que «las cosas han empeorado».57 Las condiciones de vivienda para muchos son espantosas. El número de personas sin hogar crece sin cesar. Abunda el trabajo precario. Los bancos de alimentos son omnipresentes. La pobreza energética está muy extendida. Los pobres padecen una salud mermada y vidas acortadas. La drogadicción es rampante y destructiva, especialmente para los pobres. El castigo y el encarcelamiento de los pobres es un elemento básico de la respuesta actual a la pobreza, como lo era bajo y antes de las Leyes de Pobres. La desesperanza y la desesperación pesan mucho sobre los pobres. El resultado de esta lacra milenaria es un enorme sufrimiento humano, hoy como siempre. Aun así, se sigue culpando a los pobres, incluso se les injuria y odia, por su pobreza, una pobreza causada no por sus defectos morales y de conducta, sino por la lógica fundamental del capitalismo.

La lógica del capitalismo produce pobreza. Lo hace porque el excedente generado en el proceso de acumulación de capital se invierte donde los capitalistas creen que generará el mayor beneficio futuro. No se invierte en satisfacer las necesidades de las personas si no se espera que ello produzca beneficios. Por ejemplo, no se invierte en viviendas adecuadas y asequibles para los que viven en la pobreza a pesar de la gran necesidad, porque las viviendas adecuadas y asequibles para los pobres no son rentables. Esto es así a pesar de que se sabe que una vivienda inadecuada e inasequible contribuye a seguir produciendo y reproduciendo la pobreza. Todo el sentido del sistema capitalista es la maximización del beneficio, no la satisfacción de las necesidades humanas y, desde luego, no la eliminación de la pobreza.

Si existe una solución en el mundo actual, el reformismo radical de los gobiernos laboristas de 1945-51 proporciona sus líneas generales. Las críticas habituales de la izquierda a esos gobiernos son erróneas. Lo que hicieron esos gobiernos no fue simplemente «un programa modesto» que en gran medida no se distinguía de lo que se aplicó en la mayoría de las sociedades capitalistas avanzadas en mayor o menor medida. Tampoco puede descartarse, como han hecho algunos estudiosos marxistas, como un simple medio de estabilizar el capitalismo y domesticar a la clase obrera. Así, John Saville argumenta que los logros de esos gobiernos «son una parte necesaria y esencial de la estructura de las sociedades capitalistas avanzadas», porque eliminan «la dureza y la inseguridad que son características intrínsecas de la vida industrial».58 Tales análisis eliminan la lucha de clases que fue la base de los considerables logros de los laboristas, e ignoran los enormes retos financieros y políticos que hubo que superar para conseguirlo. Ignoran los esfuerzos de clase de los trabajadores y sus organizaciones durante muchas décadas para conseguir estos logros.

Lo más acertado es reconocer que los gobiernos laboristas recorrieron una enorme distancia en un tiempo extraordinariamente corto para reducir drásticamente la pobreza. Desviaron recursos fiscales del consumo individual mediante el racionamiento e invirtieron en la creación de servicios colectivos que sacaron a millones de personas de la pobreza. Como lo describió Dorothy Thompson, estos servicios colectivos proporcionaban prestaciones «puramente en función de la necesidad y no del pago en metálico…. Esta concepción es profundamente anticapitalista. Hubo que luchar por ella en cada etapa». Por tanto, «son, objetivamente, victorias de los valores de la clase obrera dentro de la sociedad capitalista».59

Aunque los gobiernos laboristas de 1945-51 no fueron revolucionarios, se produjeron mejoras significativas en la vida de muchos de los pobres de Gran Bretaña, «como demuestran los estudios de historia oral sobre el impacto del NHS. Hacemos bien en respetar tales testimonios».60 Tony Benn argumentó que, dadas las circunstancias de la época, los gobiernos laboristas de 1945-51 lograron una «revolución social», y añadió: «estas cosas no ocurrieron inexorablemente, ocurrieron porque se dio una forma de liderazgo socialista, democrático y activista en un momento crítico».61 Estos cambios sentaron las bases de lo que podría haber sido un final duradero de la pobreza, si se hubieran aprovechado sus pasos iniciales, y si su visión y valentía política hubieran sido continuadas por sus sucesores, pero eso no ocurrió. Son los sucesores laboristas de los gobiernos de 1945-51 quienes deben cargar con la responsabilidad de no haber construido sobre los cimientos establecidos por aquellos gobiernos.

El capitalismo nunca resolverá la pobreza, porque el capitalismo produce pobreza. Los partidarios del capitalismo seguirán argumentando que todos los esfuerzos deben dirigirse a restablecer el crecimiento económico, porque sólo con más crecimiento podrán satisfacerse las necesidades de los pobres. Tales afirmaciones no son creíbles. El capitalismo sin restricciones exigirá constantemente sacrificios para el crecimiento, aplazando sin cesar el objetivo de derrotar a la pobreza.

La pobreza tampoco puede resolverse con programas «antipobreza» de objetivos estrechos. Tienen el efecto de sacar a algunas personas de la pobreza, mientras dejan intacto el sistema, cuya lógica produce implacablemente la pobreza. Además, como están dirigidos a los pobres, y siempre se ha culpado a los pobres de su pobreza e incluso se les ha odiado por ello, dichos programas carecen de un amplio apoyo público y, en consecuencia, son minimalistas.

Para reducir drásticamente la pobreza son necesarias reformas radicales. Éstas incluyen una redistribución masiva de la renta y la riqueza; poner a trabajar a un gran número de personas para que hagan las muchas cosas que hay que hacer y pagarles un salario digno; adoptar programas universales que apoyen a todos los trabajadores (y no sólo a los pobres); y pagar estas medidas con un sistema fiscal auténticamente progresivo que grave especialmente a quienes acumulan cantidades de renta y riqueza éticamente insoportables y económicamente destructivas.

Hacer todo esto requeriría un claro compromiso ideológico con los principios socialistas o socialdemócratas fuertes y el valor de adoptar y defender tales medidas frente a la feroz oposición que seguramente generarían. No adoptar tales medidas significará que el capitalismo continuará, sin fin, su implacable producción de pobreza.

Traducción nuestra

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