El Espejo Roto
Por Miguel Peralta
Los dominicanos enfrentamos una paradoja cruel. Tenemos el peor gobierno de nuestra historia democrática, con una inflación que devora salarios, una inseguridad que nos encierra en nuestras casas y una corrupción tan descarada que ya ni siquiera intentan disimularla. Sin embargo, todas las proyecciones apuntan a que el PRM podría repetir en 2028. No porque el pueblo los ame, sino porque la oposición está empeñada en suicidarse políticamente ante nuestros ojos.
El sistema electoral dominicano exige que para ganar en primera vuelta, un candidato debe obtener el 50% más uno de los votos válidos. Si nadie lo logra, se procede a una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. Esta regla, que debería favorecer a la mayoría, se ha convertido en la trampa perfecta para una oposición fragmentada.
Analicemos los números fríos de 2024. La Fuerza del Pueblo obtuvo un 28.84%, equivalente a 1,250,436 votos válidos, consolidándose como la segunda fuerza política. Mientras tanto, el PLD logró apenas 451,744 votos, un 10.39%. Juntos suman 39% del electorado. El PRM gobierna con el 57%, pero las encuestas recientes ya muestran su caída al 40%. La aritmética es simple: una oposición unida ganaría, una oposición dividida garantiza cuatro años más de desastre.
Pero aquí viene lo perverso del asunto. El PLD no quiere ganar; quiere que la Fuerza del Pueblo pierda. Danilo Medina comprende perfectamente que si Leonel Fernández vuelve al Palacio Nacional, el PLD desaparece absorbido por el leonelismo triunfante. Por eso prefiere ser comparsa del PRM antes que junior partner de su antiguo jefe. Es la lógica implacable del poder: mejor reinar en el infierno de la oposición perpetua que servir en el cielo de un gobierno ajeno.
La estrategia del PLD para 2028 ya está clara. Lanzarán a Gonzalo Castillo o algún otro candidato testimonial, no para ganar sino para restar. Con un 12-15% de los votos, suficiente para impedir que la Fuerza del Pueblo llegue al 50% más uno. Después, en una eventual segunda vuelta, muchos peledeístas simplemente no votarán o, peor aún, algunos votarán por el PRM para castigar a Leonel. Es el síndrome del ex resentido llevado a la política nacional.
Solo una vez en la historia dominicana se ha necesitado segunda vuelta. Fue en 1996, cuando Leonel Fernández enfrentó a Peña Gómez. Leonel ganó esa segunda vuelta gracias al apoyo de Joaquín Balaguer y el PRSC. Pero los tiempos han cambiado. Hoy no hay un Balaguer que pueda inclinar la balanza, y el único partido con peso real para hacerlo, el PLD, preferiría ver el país arder antes que ver a Leonel gobernar de nuevo.
Mientras tanto, el PRM juega ajedrez mientras la oposición juega damas chinas. Saben que no necesitan ser buenos, solo necesitan que sus adversarios sean peores. Pueden destruir la economía, pueden gobernar con incompetencia absoluta, pueden robarse hasta los clavos del Palacio. Mientras la oposición esté dividida, ellos ganan. Es la fórmula Balaguer actualizada: divide y vencerás, aunque el país se hunda.
La Fuerza del Pueblo enfrenta un dilema existencial. Si Leonel es candidato otra vez, carga con el peso del continuismo y la fatiga electoral. Cuatro campañas presidenciales seguidas desgastan a cualquiera, y el electorado joven simplemente no conecta con su mensaje. Pero si no es Leonel, ¿quién? Omar Fernández tiene el apellido y el carisma, pero no ha construido la estructura nacional necesaria. Y cualquier primaria interna corre el riesgo de fracturar aún más el partido.
El pueblo dominicano, ese gran ausente en estos cálculos políticos, observa hastiado. Ve cómo los mismos rostros de siempre se disputan el poder mientras sus problemas reales —el costo de la vida, la inseguridad, la falta de empleos dignos— quedan relegados a promesas vacías de campaña. La abstención, que tradicionalmente rondaba el 30%, podría superar el 50% en 2028. No por apatía, sino por asco.
Hay una generación completa de dominicanos que no se siente representada por ningún partido. Nacieron después del 2000, no vivieron las dictaduras ni las luchas democráticas del siglo XX. Para ellos, Balaguer es historia antigua, Juan Bosch es un nombre en los libros, y las peleas entre peledeístas y perredeístas les parecen riñas de viejos tercos. Quieren soluciones, no nostalgia. Quieren futuro, no ajustes de cuentas del pasado.
El escenario más probable para 2028 es desolador pero realista. El PRM presentará una cara nueva, probablemente alguien joven que no cargue con el desprestigio de Abinader. La Fuerza del Pueblo irá con Leonel o con una figura de consenso que no entusiasme a nadie. El PLD presentará su candidato kamikaze. Y al final, después de una campaña sucia y millonaria, el PRM ganará con el 45% de los votos en primera vuelta o el 52% en segunda vuelta, gobernando un país cada vez más pobre, más violento y más desesperanzado.
A menos, claro está, que ocurra un milagro. Que la oposición entienda que sus egos personales valen menos que el futuro del país. Que surja un liderazgo nuevo capaz de trascender las siglas partidarias. Que el pueblo, cansado de ser espectador, se convierta en protagonista. Pero los milagros, en política dominicana, son tan raros como los políticos honestos.
La ironía es que todos saben lo que hay que hacer. Unidad opositora, renovación generacional, programa de gobierno serio, campaña moderna. No es física cuántica. Pero entre saber y hacer hay un abismo que la clase política dominicana parece incapaz de cruzar. Prefieren reinar sobre las ruinas de sus partidos que construir algo nuevo juntos.
Y así, mientras los políticos calculan sus cuotas de poder, el país se desangra. Cada día más jóvenes emigran buscando oportunidades que aquí no encuentran. Cada día más empresas cierran agobiadas por la extorsión y la inseguridad. Cada día más familias se endeudan para comer. Este es el costo real de la división opositora: no son solo elecciones perdidas, son generaciones condenadas.
El 2028 está a la vuelta de la esquina. No hay tiempo para más errores. O la oposición entiende que su enemigo es el mal gobierno y no ellos mismos, o los dominicanos pagaremos el precio de su ceguera por décadas. La historia nos juzgará duramente si permitimos que la mezquindad de unos pocos condene el futuro de millones.
La pelota está en la cancha de los líderes opositores. Pueden seguir jugando a ser caudillos de sus pequeños feudos, o pueden ser estadistas que pongan el país primero. Pueden ser parte del problema, o parte de la solución. Pero que no se engañen: el pueblo está tomando nota, y la factura electoral, tarde o temprano, llegará. La pregunta es si para entonces quedará un país que gobernar.