El fluir de la palabra en ‘Esa voz de agua que nos mira’, de Rafael Ciprián
Por Julio Cuevas
La naturaleza no sólo es centro y base de la vida, es también ritmo y motivo de canto y existencia.
«Esa voz de agua que nos mira«, de Rafael Ciprián, con fotografía de portada de Catalina Arriaga y diagramación a cargo de Alexandra Deschamps. Impreso en Editora Búho, S.R.L., Santo Domingo, República Dominicana, 2025.
Contiene la siguiente dedicatoria: «A Catalina, mi compañera de siempre, por ser como es, y a mis hijos, Stalin y Fidel, por su amor a la belleza, la verdad y al conocimiento crítico».
La naturaleza no sólo es centro y base de la vida, es también ritmo y motivo de canto y existencia. Es sentido del mirar y del olfatear de sujetos-creadores que construyen el tiempo, el latir y el soñar, como los poetas.
Es así como se percibe la palabra, desde el discurrir poético del sujeto-autor, en esta obra, donde el agua es asumida como razón o motivo, para, desde la imagen y el decir estético, poetizar y convertirse en voz y ritmo del poeta.
Leo estos poemas, y siento el fluir del agua, rasgando los bordes de la página en blanco. Como lector, la página aquí me cuestiona y establece, ella, un diálogo vital conmigo y yo la escucho y le respondo.
Es que los poemas aquí me hablan y yo procuro asumir su dialogía, con mi lengua de hombre simple y mortal, y el verso insiste en seguir conversando conmigo. Y es entonces cuando descubro que el agua no sólo hidrata al sujeto, sino que también le sirve de motivo y excusa para fluir sobre el viento e irrigar almas pobladas de agonía y soledad, como ocurre en este caso.
Ahora sí que ya puedo aterrizar sobre la epidermis acuática de este canto. Ahora sí que ya puedo ver y sentir cómo y de qué manerala palabra nos llega hecha ola, yodo, sal y poesía.
Este es un poemario que va más allá de lo lírico, para convertirse en el recurso expresivo de un sujeto-autor que ha definido la vida, su vida, no como retorno al polvo, sino como andamiaje y retorno al agua.
El agua es aquí… naturaleza, océano y montaña. Es la otra excusa de ver y sentir el amor, para soltar sobre la humedad, el desahogo y la quimera del poeta.
Para este sujeto-autor, el agua es existencia y razón de vida y muerte en este mundo. El agua es aquí manifestación de angustia y del llanto de nosotros, los mortales, hoy, angustiados vivientes.
Decir agua, aquí y dar existencia al fluir de la palabra, hecha imagen o salitrosa metáfora. El agua, aquí, es fluir del sentir… en espera de colmar de armonía y música la lengua.
Agua para poetizar es lo que ha elegido el sujeto-autor para dejarnos su desahogo, su cantar, su comunicar, desde una poética intimista y melancólica, como la que aquí se nos abre y se convierte en memoria y en recuerdo de nuestra existencia.
En la Biblia, primero fue la palabra y la palabra se hizo verbo. Aquí, primero y siempre es el agua, y el espíritu se nos convierte en huida, en roca, en tierra y en amor y desamor de almas llenas de sed e irreverencia.
Este es un canto que, desde sus pliegues, proyecta una extensa y honda angustia, desde la cual el sujeto-autor nos invade el alma, nos convierte en cómplice de su melancolía. Veamos:
XVII
Mujer de agua
«Esa voz de agua que nos mira observa más de lo que dice.
Procura aprender del silencio. La feminidad la lleva volando donde todo es quietud y belleza, donde nace todo lo útil y grande,
donde la maravilla comienza feliz.
La mujer de agua, dulce y risueña, se viste de luz en el horizonte.
Ella guarda el secreto de la vida. Baila al compás de la música celeste, que toca los fugitivos vientos alisios, hasta quedar gozosa y sedienta.
Sabe sonreír complacida de su misión».
(Fragnento del poema XVII, «Mujer de agua», obra citada).
La existencia toda del mundo del sujeto-autor, está revestida de agua. Su eco poético es acuático y su timbre fónico es de romántica expresión de piropo y ruptura de la armonía, porque, también el agua es aquí rechazo del dolor y acogida del resentimiento humano.