El mandato “Sykes-Picot” de Tom Barrack: redibujar Asia occidental para el imperio

Mehmet Ali Guller.

Ilustración: The Cradle

El confidente de Trump aterriza en Ankara con el mandato de realinear la región, a expensas de Turquía y en beneficio de Tel Aviv.


Tom Barrack, un empresario de 77 años y confidente cercano del presidente estadounidense Donald Trump, no es un enviado cualquiera. Su nombramiento como embajador de Estados Unidos en Turquía y enviado especial a Siria lo sitúa en el centro de la nueva estrategia de Washington en Asia Occidental.

En Ankara, sus raíces cristianas libanesas han sido celebradas por la alianza gobernante, que lo ha bautizado como «ciudadano otomano», un gesto superficial que enmascara la naturaleza mucho más disruptiva de su misión.

El doble papel de Barrack revela la magnitud de la ambición estadounidense. Su tarea consiste en guiar a Turquía hacia una nueva configuración, alineada con los objetivos de Washington y Tel Aviv, especialmente dentro del triángulo profundamente disputado entre Turquía, Siria y el Estado de ocupación.

La ingeniería de una nueva alineación

En su audiencia de confirmación en el Senado el 1 de abril, Barrack ofreció un claro esbozo de su misión: reposicionar a Turquía como pilar de un frente liderado por Estados Unidos contra Irán, Rusia y China. Haciéndose eco de los comentarios del enviado de Trump a la región, Steve Witkoff, que había calificado de «transformadora» la llamada telefónica del 16 de marzo entre Trump y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, Barrack declaró que la política regional de Washington se basaría en la cooperación con Ankara.

Sus órdenes se extienden a garantizar que Turquía y el Estado de ocupación no entren en confrontación directa en Siria, un objetivo que el propio Trump articuló durante la visita del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a la Casa Blanca.

Barrack no es solo un diplomático. Es el supervisor de un proyecto regional que redibuja las alianzas y neutraliza las posibles disensiones.

El juego de Washington en el tablero de Ankara

Barrack elogió de forma convencional el papel de Turquía en la OTAN y sus entregas de drones a Ucrania, antes de dar un giro brusco hacia la geopolítica.

 Destacó la importancia estratégica de profundizar las asociaciones energéticas entre Estados Unidos y Turquía, en particular en el ámbito del gas natural licuado [GNL], como contrapeso a la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda [BRI] de China.

Este marco va más allá de Asia. Barrack también describió a Turquía como una alternativa indispensable a China en África, destacando cómo las empresas turcas están superando a sus homólogas chinas en importantes proyectos de infraestructura.

Bajo este discurso se esconde un propósito más profundo: presentar el peso económico de Turquía como una distracción de la propia expansión clandestina de Israel en el continente —a través de la venta de armas, las redes de inteligencia y las iniciativas diplomáticas— en el Cuerno de África, el Sahel y el norte de África.

El mensaje era inequívoco: la influencia económica de Turquía se instrumentalizará para servir a las prioridades atlantistas, al tiempo que se desvía la atención de las ambiciones paralelas del Estado ocupante en África.

Barrack también hizo una notable referencia histórica en su entrevista con NTV, afirmando:

Creo que todas estas fronteras se remontan a Sykes-Picot, a todos los acuerdos de Sevres, a todas las fronteras fallidas. Es hora de reasignarlas y llegar a un acuerdo.

Este guiño a los centenarios repartos coloniales de Asia Occidental deja claro que Barrack no considera que su misión sea la diplomacia, sino el redibujado de las fronteras a favor de Estados Unidos y sus aliados regionales.

Una convergencia de contradicciones en Siria

El núcleo de la misión de Barrack reside en sincronizar los objetivos de Estados Unidos, Israel y Turquía en Siria, a pesar de las numerosas contradicciones entre ellos.

Para Washington, las prioridades son dos: en primer lugar, obligar al presidente interino sirio Ahmad al-Sharaa —más conocido como Abu Mohammad al-Julani, líder de Hayat Tahrir al-Sham (HTS)— a reconocer a Israel mediante sanciones y diplomacia coercitiva; y, en segundo lugar, forzar a Turquía a aceptar una zona autónoma kurda siguiendo el modelo del norte de Irak.

Los intereses del Estado ocupante también convergen en torno a estos objetivos. Tel Aviv busca expandir su presencia en Siria, crear zonas de amortiguación —en particular aquellas respaldadas por una entidad drusa— y degradar periódicamente al ejército sirio para mantener un desequilibrio militar. También apoya el surgimiento de una entidad política kurda autónoma o, en su defecto, una estructura que pueda fragmentar la soberanía siria.

Ankara, por su parte, defiende oficialmente la unidad siria, pero de manera informal muestrasu disposición a aceptar una región kurda, siempre y cuando permanezca bajo influencia turca.

Esto incluye la autonomía cultural, el reconocimiento político e incluso la «tutela» turca. La ambición más amplia sigue siendo la preservación del gobierno con raíces en Al Qaeda en Damasco, que puede afianzar la influencia regional de Turquía.

Un giro silencioso: el acercamiento del AKP al PYD

Una de las primeras medidas de Barrack fue iniciar el contacto directo con el comandante de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) lideradas por los kurdos, Mazloum Abdi. Según Al-Monitor, el embajador le aseguró a Abdi que seguiría apoyando la lucha contra el ISIS y le animó a continuar el diálogo con Ankara, con la mediación de Washington.

En una entrevista con Shams TV, Abdi reveló que se había mantenido un alto el fuego de dos meses y medio entre las SDF y Turquía. Según él, las conversaciones continuaban a través de canales directos y mediados, y abarcaban la demarcación de las fronteras, los puntos de contacto militar y la posible integración de las SDF en el ejército sirio.

También dejó claro que las SDF estaban abiertas a negociaciones directas con el presidente Erdogan.

El cambio de tono de Ankara no ha pasado desapercibido. Tanto el ministro de Defensa, Yasar Guler, como el propio Erdogan han comenzado a referirse al brazo armado del Partido de la Unión Democrática (PYD), liderado por los kurdos, como «FDS», lo que indica una tentativa de normalización con el grupo que Washington insiste en rehabilitar. Detrás de este cambio no solo hay pragmatismo, sino también la presión de la mediación de Barrack.

Es innegable que ahora existe una alianza anti-Lausana. El Partido Justicia y Desarrollo (AKP), en el poder, la rechaza como mito fundacional. El ahora disueltoPartido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) la condena como la raíz de la privación de derechos de los kurdos. Y Washington, a través de Barrack, la considera la última barrera para completar el “Proyecto del Gran Oriente Medio”.

El plan regional de Barrack

Tom Barrack no ha sido enviado para gestionar la diplomacia, sino para imponer un nuevo orden. Su misión incluye presionar a Damasco para que normalice sus relaciones con el Estado ocupante israelí, empujar a Turquía a reconocer la autonomía kurda mediante un compromiso formal con las SDF e impedir que Ankara y Tel Aviv entren en conflicto en Siria.

Pero el mandato de Barrack va más allá del triángulo inmediato. También tiene la tarea de controlar a Netanyahu, asegurándose de que los dirigentes israelíes no saboteen la política de Trump hacia Irán ni se desvíen del guion de Washington en Gaza.

No se trata de una negociación. Es un plan de acción.

Lo que está en juego es la soberanía regional, la legitimidad de la resistencia y el futuro de los Estados sirio y turco. Y, como suele ocurrir en Asia Occidental, frases como estas nunca terminan con un punto…

Traducción nuestra

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