El Moreno y yo 1

Por Claudio Matos Moquete.

Una vez me ofrecí a Guido Gómez Mazara para que escribiéramos la biografía de su padre que aún espera: Maximiliano Gómez Horacio, 5 de mayo de 1943 – 23 de mayo de 1971. Entonces me sentía y hoy me siento muy comprometido con ese proyecto: “Yo estoy en la mejor disposición y condición de escribirla con el aporte de la familia” —dije al hijo de El Moreno.

Al parecer, los familiares de El Moreno tenían otra agenda. Tuve que resignarme, pero el acicate se me quedó dentro y para sacarme el aguijón ya clavado produje un libro en el cual en gran medida dibujo el perfil ideológico de los últimos años de El Moreno, a sabiendas de que lo fundamental queda por hacer acerca de ese personaje, pero en el cual anclé su personalidad en este perfil de hombre racional y a la vez apasionado:
“El Moreno era un gran razonador y un excelente expositor de los conceptos que producía o asumía como suyos. Lo principal en sus textos es el planteamiento de una tesis y el despliegue de argumentos para defenderla. Hay calor y pasión en esos discursos. Pero también la vida de una época; pensar y usar la lengua de una colectividad. Todo eso quiere decir, en síntesis, que hay mucho de El Moreno en sus discursos.” (Discurso y acción: Manolo, Caamaño y El Moreno, Intec,2018)
Desde mi propuesta a Guido se han escrito muchas cosas acerca del líder del Movimiento Popular Dominicano que no logran atrapar la autenticidad del personaje ni de los hechos; y que no me he atrevido a leer para no intoxicar con cosas acarreadas por otras causas y otros propósitos mis prístinos recuerdos y mi madura clarividencia de El Moreno.
Este no es el espacio para presentar ese personaje como yo lo hubiese querido pintar en aquella propuesta a Guido. Esbozo aquí solamente una reseña cronológica de mi relación con el camarada y el amigo ido a destiempo.
En el lapso de dos años, julio de 1965-julio de 1967, El Moreno, de 22 años durante la guerra de abril,y yo, de 21, anudamos una relación que nos unió durablemente en lo personal y en lo político hasta que las circunstancias nos separó dejando inconclusa una amistad que hoy dura más allá de su aún inexplicable muerte y de mi azarosa sobrevivencia de aquella terrible época .
Hacia el mes de julio me incorporé al Comando Argentina proveniente del Comando Jacques Viau dirigido por mi hermano Plinio, que se formó luego del asesinato del poeta y combatiente haitiano el 15 de junio de 1965.
En ese momento, a mi llegada a ese comando El Moreno, aunque no era el líder del MPD, era la figura descollante;era el que todos admirábamos por sus dotes personales , por su preparación y accionar en la guerra.
Acabado de llegar de Cuba, era de los mejores entrenadores militares y con mayor visión política.
El Pre-congreso del MPD, celebrado en agosto, renovó la dirigencia en función de los imperativos de la guerra de abril, y sobre todo del futuro de la lucha. Y, en esa renovación, la antigua dirigencia encabezada aun oficialmente por Máximo López Molina fue desplazada; Cayetano Rodríguez del Prado emergió como el máximo dirigente, pero el líder fue, desde entonces, El Moreno.
Sin embargo, un error en un asunto de tipo sentimental, que no viene al caso mencionar, motivó que, en los meses posteriores a la Guerra, luego de la firma del Acta Institucional que puso fin al conflicto, El Moreno fuera sancionado y bajado de rango en la organización.
Mientras yo tuve en el MPD un rápido ascenso durante los meses posteriores a la guerra. Las organizaciones de izquierda, PCD, 14 de Junio y MPD habían coincidido en que la guerra no había terminado y que había que organizarse y prepararse en el seno de la población y a lo largo y ancho del país para proseguirla y ampliarla siguiendo las estrategias y las tácticas de la guerra popular aplicadas en China por Mao Tse-Tung.
Pues, en esa orientación, los tres partidos enviaron sus mejores militantes y cuadros a las provincias del país.No se trataba aún de la política «Lo mejor al campo»,que el MPD pondrá en práctica meses después.
En ese momento, vertiginosamente pasé de simpatizante a militante, a cuadro profesional, a dirigente medio, al curtirme en los trabajos organizativos en toda la región sur del país, principalmente en Barahona y San Juan de la Maguana.
Entre tanto, El Moreno tenía esta extraña situación en el MPD: había retornado a San Pedro de Macorís como simple militante en una condición muy especial: era el más querido de los emepedeistas de entonces y purgaba una condena en el ostracismo.
En tanto yo, que ingresé al MPD en la guerra luego de mi arribo al comando, me convertí en uno de sus más fervientes seguidores, con quien nunca perdí el contacto; no solo yo, sino también otros militantes que lo admiraban y apreciaban.
Intercambiábamos con él, trato que El Moreno reciprocaba con nosotros; lo visitábamos de vez en cuando a San Pedro. Estábamos al tanto de sus movimientos, sus posiciones, sus escritos, que nunca dejó de producir;y así se fue creando un círculo duro de sus partidarios dentro del MPD.
Gracias a ese grupo, El Moreno nunca se sintió solo. Además, el partido lo necesitaba; él se había vuelto indispensable para el nuevo MPD de postguerra.
Detrás de una justificada medida disciplinaria que obedientemente cumplía como buen militante de su partido, era imposible esconder o disminuir la estatura de El Moreno; de ese gran líder y teórico en ciernes que luego alcanzó la dimensión que hoy le conocemos.

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