El negocio del conflicto Dominico-Haitiano

La frontera como botín político  (2 de 3)

Por Ramón Morel

La frontera dominico-haitiana ha dejado de ser un espacio geográfico para convertirse en un territorio político y económico donde se libra una guerra silenciosa por el control de la narrativa, del miedo y del dinero. No hay nada casual en la manera en que se maneja el tema: cada crisis fronteriza es una oportunidad para distraer, negociar o ganar puntos ante un electorado sensible al discurso patriótico.

El problema no es la frontera en sí, sino lo que representa. En cada cierre repentino se esconden contratos, licitaciones, acuerdos de importación y maniobras de poder. Mientras el país se distrae con la imagen de soldados y camiones, detrás se firman resoluciones y decretos que benefician a grupos muy específicos. Cada brote de tensión es, en realidad, una estrategia de control político cuidadosamente planificada.

El drama humano de los haitianos que cruzan buscando sobrevivir se utiliza como moneda emocional. Los discursos se endurecen, las cámaras se encienden, las declaraciones se multiplican y los intereses se mueven en silencio. Cada operación militar es una puesta en escena que alimenta el sentimiento nacionalista, mientras los que mandan aprovechan el fervor para manipular presupuestos y justificar gastos sin supervisión.

En los bordes del país no solo se cruzan personas: se cruzan negocios. Contrabando de combustible, tráfico de mercancías, venta irregular de permisos y cobros ilegales a los propios haitianos forman parte de una economía paralela que se alimenta del caos. En ese escenario, los más beneficiados no son los pueblos fronterizos ni las instituciones de seguridad, sino los funcionarios y empresarios que lucran con el desorden.

La frontera es, por tanto, un espejo de la hipocresía institucional. Se invoca la defensa de la soberanía mientras se trafica con ella. Se habla de controlar la migración mientras se facilita, de castigar la ilegalidad mientras se cobra por permitirla. El resultado es un sistema donde el patriotismo se mide en beneficios personales y el Estado se convierte en cómplice de un negocio oscuro y persistente.

En ese teatro, tanto el dominicano de las comunidades fronterizas como el haitiano que busca sobrevivir son solo actores secundarios. Los verdaderos protagonistas están detrás del telón, haciendo cuentas, calculando beneficios y manipulando el miedo.

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