El país sin Balaguer: 20 años de lo imposible.
Por: Luis Córdova
La condena o absolución de los personajes de trascendencia la hace la historia, sobrepasando incluso la historiografía.
La verdad de Balaguer, como personaje de dimensión continental, corre el peligro de seguir plagada a la mordacidad de sus detractores, escribidores irresponsables de una crónica de un pasado demasiado reciente, tan vehementes que acalla a quienes deberían, no defenderlo, pero al menos si ubicarlo objetivamente.
A 20 años no se ha escrito la otra historia de los doce años. Pervive como verdad absoluta una sola versión. Como si la guardia, la policía y los mismos adeptos al partido de gobierno no hubiesen puesto muertos para construir una democracia en medio de la Guerra Fría.
Han pasado 20 años y todavía los enemigos no se han saciado de revolcarse en la especulación y detracción de lo personal, mofarse de la vida privada de un hombre tan enigmático como transparente a quien no ha encontrado argumento verosímil para sus acusaciones.
Han pesado en nuestros cuerpos 20 años. Ese a quien los norteamericanos llamaron “hombre del futuro”, que hizo a pulso el tránsito desde la tiranía a la democracia, es admirado más por los de afuera que los de dentro.
Hablo de admiración. Algunos han querido calcarlo, pero la humildad no alcanzar para ser sinceros. Los líderes iberoamericanos, los de todas las ideologías, muestran curiosidad sobre quien tejió hilos de poder desde un Caribe insólito, transformando campos en ciudades, vistiendo traje de frac en la Asamblea en la que ciego rendía cuentas con detalles de centavos de sus ejecutorias, ese cuya cabeza cubierta por un sombrero caminaba tranquilamente bajo el sol que calentaba hasta la escena política.
Balaguer está por encima de largometrajes que estrujan escenas específicas y, en algunos casos, narradas fuera de contexto, bajo el riesgo de que para los incautos, esa ha sido toda la verdad.
Han pasado 20 años desde esa mañana en la que lo imposible sucedió. El país político perdía su brújula. Se cerraba la puerta de la Máximo Gómez no. 25. Los líderes nacionales no tenían a quien consultar. La democracia quedaba sin la firma de quien estampó su nombre en todos los acuerdos para su consolidación.
El caudillo que se erigió sobre el discurso nacionalista frente a la invasión norteamericana, que supo sortear la sangre y el fuego del trujillismo y que en más de una ocasión se reinventó como líder, como figura y como hombre, cruzaba los umbrales del misterio.
Llegamos a los veinte años. La fecha supuesta para que hable aquella persona que le iba a sobrevivir y le correspondía llenar la página en blanco y publicar su libro inédito sobre Trujillo.
Han pasado 20 años y el dolor de sus enemigos (los genuinos y los de conveniencia), es ver que a ese Balaguer no lo ha podido vencer ni la muerte.