El pueblo se levanta y sorprende al ocupante

Geraldina Colotti

Un pueblo sometido a un genocidio diario planeado por el ocupante tiene derecho a defenderse. Este es el primer dato para leer los acontecimientos que, el 7 de octubre, tomaron por sorpresa al poderoso sistema bélico sionista, apoyado por el imperialismo norteamericano y sus aliados, en Europa y el mundo árabe.

Los combatientes del Movimiento de Resistencia Islámica Palestina (Hamas) lanzaron la operación Tormenta de Al Aqsa, que toma el nombre de la histórica mezquita de Jerusalén, uno de los tres lugares sagrados del Islam, contra el que el régimen israelí ha llevado a cabo una escalada de ataques y provocaciones. Según los primeros datos, una lluvia de cohetes lanzados desde la Franja de Gaza causó al menos 600 muertos, 2.000 heridos y 750 “desaparecidos” entre el enemigo.

También fueron capturados 164 militares para ser intercambiados con prisioneros palestinos, cuya liberación es otro de los objetivos de la operación: “Nuestros militantes – afirmó el jefe político de Hamás, Ismail Haniyeh, – están liderando una heroica campaña encaminada a defender Al-Aqsa, mezquita de Jerusalén, los lugares santos y los prisioneros palestinos. La agresión sionista contra la bendita mezquita de Al-Aqsa ha alcanzado su punto máximo en los últimos días”.

Una operación que adquirió la forma de una auténtica insurrección popular, caracterizada por el asalto simultáneo a más de 50 bases militares del régimen sionista presentes en los territorios ocupados, y a varias colonias. Los enfrentamientos persisten en 25 zonas de la Franja, incluso después de la “respuesta” israelí que, con la Operación Espadas de Hierro, causó más de 313 víctimas y 1.990 heridos.

Un número de víctimas destinado a aumentar porque, en el momento de redactar esto articulo, se están produciendo otros ataques aéreos y se está contabilizando el número de muertos tras los de los F-16 que afectaron a la Torre Palestina y otros edificios de más de 10 pisos en zonas densamente pobladas. Decenas de tanques israelíes marchan hacia la Franja, anunciando un probable ataque terrestre, mientras el Gabinete de Seguridad israelí ha decidido cortar el suministro de electricidad, combustible y bienes a la Franja de Gaza y se “ha votado el estado de guerra”.

Los palestinos saben a lo que se enfrentarán. La serie de masacres y violaciones llevadas a cabo por el ocupante desafiando el derecho internacional y las infinitas resoluciones condenatorias de la ONU, son prueba de ello. Los Acuerdos de Oslo (firmados el 13 de septiembre de 1993 y luego el 28 de septiembre de 1995), entre los representantes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y los del régimen sionista (con la oposición de varios componentes de la resistencia palestina) han “blanqueado” la ferocidad de la ocupación, permitiendole de imponer a los palestinos un régimen de apartheid y convertir Gaza es una prisión al aire libre.

Los asentamientos de colonos en Cisjordania han devorado casi todo el territorio asignado por la ONU a los palestinos para su futuro Estado, que se ha convertido en una quimera. Entonces había alrededor de 260.000 colonos, ahora son más de 800.000 y todavía se planean cientos de asentamientos, mediante expropiaciones forzosas de hogares y tierras palestinas. Sólo este año, ha habido más de 250 víctimas civiles, muchas de ellas niños, que sin embargo no encuentran espacio en los medios occidentales.

Pero el pueblo palestino sigue mostrando, incluso ahora, que está dispuesto a pagar un precio. La dignidad del pueblo palestino sigue desmentiendo la hipocresía de Occidente, que en estos años ha dado la espalda a sus derechos con el pretexto de que la lucha por la autodeterminación se había transformado en asunto religioso al servicio de Hamás, que ha sido incluida en la lista de organizaciones “terroristas”.

Que las revueltas de los últimos años, en Palestina como en otros países del mundo árabe, se hayan organizado en torno a la religión y no en torno a los ideales socialistas del siglo pasado, es otra acusación de esta hipocresía, de esta “izquierda” que no ha logrado construir una alternativa en los países capitalistas, y de hecho ha funcionado para convencer incluso a los pueblos del Sur de que no existían alternativas al capitalismo. Ahora, los enfrentamientos se han extendido también al resto de territorios palestinos ocupados, a Jerusalén Este y Cisjordania, mientras los líderes de Hamás han llamado a todo el pueblo al combate.

Una insurgencia que se enmarca en el choque político entre las dos principales organizaciones palestinas, Hamás y Fatah. En 2006, Hamás ganó las elecciones para elegir el Consejo Legislativo Palestino (el Parlamento de Palestina), en oposición al partido Fatah, que quedó en segundo lugar, y que hasta entonces había propuesto al presidente de la Autoridad Nacional Palestina.

Tras los enfrentamientos entre los dos componentes y la guerra civil en Gaza en 2007, Hamás gobierna en la Franja y Fatah en Cisjordania, donde el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, reunió al gobierno de urgencia para expresar sin embargo apoyo a la insurrección de Gaza: “El pueblo palestino – afirmó – tiene derecho a defenderse de los crímenes y violaciones israelíes cometidos en la mezquita de Al-Aqsa y en los territorios palestinos”.

La acción de Hamás se inscribe también en el cambio de rumbo a nivel internacional, iniciado por los “Acuerdos de Abraham”, deseados por Trump en septiembre de 2020 con el lanzamiento de una declaración conjunta entre “Israel”, los Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos. Un plan para “normalizar” las relaciones entre los países árabes y el régimen sionista, en vísperas de un “acuerdo histórico” entre Netanyahu y Arabia Saudita, en el que ha sido involucrada la Autoridad Nacional Palestina.

No es casualidad que Hamás haya elegido lanzar el ataque cincuenta años después de la “Guerra de Octubre”, el conflicto armado con el que una coalición árabe, compuesta principalmente por Egipto y Siria, tomó por sorpresa al ejército sionista, del 6 al 25 de octubre de 1973. Mohammed Deif, el comandante de Ezzedin Al Qassam, el ala militar de Hamas, se dirigió a los pueblos de Argelia, Marruecos, Jordania, Egipto y otros países árabes, para invitarlos a la acción. Y si desde el Líbano Hezbollah lanzó cohetes en dirección a Israel, si desde Irán a Mauritania hubo comunicaciones de apoyo, si muchos gobiernos antiimperialistas en América Latina expresaron su solidaridad con la resistencia palestina, el tono fue muy diferente en Europa y en EE.UU.

“Israel tiene derecho a defenderse”, comentó el secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken, que pidió la mediación de Egipto y no descartó enviar más ayuda militar a su principal policía en Oriente Medio. Una línea compartida por otras cancillerías occidentales: dispuestas a rearmar su economía con fines bélicos para enviar armas a Ucrania, pero igualmente dispuestas a pedir “moderación” a los palestinos cada vez que intentan levantar la cabeza, tras la violenta expulsión de sus territorios, en 1948. Siempre, obviamente en nombre de la “paz”: la del sepulcro por los palestinos, sobre cuya piel se estructuraron acuerdos internacionales injustos y, además, ignorados por el ocupante, que aprovechó para imponer la lógica de los hechos cumplidos.

Declaraciones que indican el cortocircuito en el que está jodida Europa, donde tanto la derecha como la “izquierda” han acabado fundiéndose en un apoyo indiscutible al régimen sionista, llegando incluso a censurar las manifestaciones culturales del pueblo palestino. En la Italia gobernada por la extrema derecha, heredera de los fascistas que persiguieron a los judíos, después de la operación Tormenta de Al Aqsa, la bandera de Tel Aviv fue proyectada en la fachada del Palacio Chigi.

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