El último vals de Sabina
Julio Pernús
Las despedidas son parte de la vida. Ejecutarlas bien representa todo un arte. Más de un millón de visualizaciones en cinco días y ocupar el número treinta y seis en tendencia mundial es el reflejo tangible de que el video Un último Vals de Joaquín Sabina estremeció a la religión de fanáticos que profesa la fe de su música. La letra tiene una filosofía testimonial potente, rompe con un “cuando no se vea más mi geta en los diarios”, que desmonta todo el erotizado ambiente que persigue a la industria musical actual.
Más que una canción parece el adiós de toda una generación. No es casual la participación de Joan Manuel Serrat, Jorge Drexler, Andrés Calamaro, Leiva, entre otros grandes artistas. Su imagen es el fin de un ciclo, construido sobre letras pensantes y militancias tangibles en causas de todo tipo, al estilo Sabina. Y que hoy, según dicta la letra compartida, son sólo noticia cuando realizan un acto estrambótico para llamar la atención. Presas de la cultura del like donde a ellos no les ha parecido tan “fácil” navegar.
En las redes sociales los sabineros dejan mensajes como estos: “Oh Sabina!!! Te conocí en la universidad y quedé enamorada de ti para siempre. Le enseñé tus canciones a mis amigos, a los amigos de mis amigos, a mi hermano y al amor de mi vida”. Algo difícil de las despedidas es que no solo dependen de quien se despide sino de que el otro desee despedirse. En ocasiones, como esas películas Clint Eastwood en el oeste, el fanático se queda enganchado a ese caballo (artista) y no desea soltarlo nunca por cruento que sea el camino.
El video sale como marketing de la gira final anunciada por Sabina bajo el rótulo de Hola y Adiós. Según puso el artista en sus redes, sus conciertos buscarán “despedir unas canciones que nunca más serán cantadas ante miles de personas por su propio autor, que jubila su faceta de trotamundos guitarra en ristre celebrando su propia supervivencia con este convite de despedida”.
En un documental que le hicieron a Pepe Mujica le preguntaban si creía en la posteridad y él decía curioso “qué cosa es eso”. El Último Vals habla de ese tipo de olvido al que teme todo ser humano. Sabina dice que su vida luego de 75 años sólo será un mal recuerdo de un mundo que no acepta la vejez como paradigma existencial y sus dolores como estigma de una existencia que debe ser borrada por la goma del recuerdo mediático. Sus seguidores se niegan a abandonar su religión y le llenan la bandeja de mensajes diciéndole que ellos no lo dejarán ir de sus recuerdos, sus letras son la banda sonora de momentos trascendentes de su historia. El tiempo, decidirá.