Equilibrio de poder, desigualdades y conflictos sociales

 

 

 

Por Cándido Mercedes

La recurrente lucha en favor de la igualdad y en contra de las desigualdades. En las desigualdades germinan y crecen los conflictos sociales, la violencia y las luchas.

“Es muy simple: Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. (Antoine de Saint-Exupéry: El Principito).

La marcha inexorable de la cantera de la igualdad a ritmo de las luchas, no ha alcanzado las mismas dimensiones en todas las latitudes. Es cierto que la horizontalidad en el tiempo ha achicado el campo de las desigualdades a lo largo de la historia. Hoy, los humanos somos más testigos del tiempo y sus vaivenes.

El concierto de desigualdades era cíclope, demencial, en los primeros años de la historia humana hasta bien entrado el Siglo XIX. Es el Siglo XX la etapa de la historia con mayores signos y símbolos de igualdad, empero, en los países como el nuestro la atemporalidad del tiempo se eclipsó. El peso de la desigualdad es muy fuerte, trayendo consigo una fragilidad en el cuerpo social de una enormidad que aterra. La fracturación de nuestra formación social ondea con luces del sol de mediodía.

Las desigualdades en nuestro país son pasmosas, tales como: la renta, la riqueza, la propiedad, los ingresos, los status, educativo, de salud, de ocio y recreación, de esperanza de vida, de lugares residenciales, de acceso a las leyes y a la justicia, incluso, a la legitimidad del mismo poder constituido. La desigualdad, en esferas como la nuestra, los sectores dominantes en su construcción social y política han logrado un éxito inconmensurable hasta hoy. Ello así porque la desigualdad es una construcción social, es una elaboración de los sectores dominantes en una sociedad determinada y, por lo tanto, constituye una hilaridad, una hilvanación decantada de las relaciones de poder.

Esto quiere decir que el tipo de sociedad que tenemos, su estructura económica, su estructura social y con ello, la desigualdad, constituye una fuente y fragua del armazón de organización de las distintas arquitecturas de su sistema social y político. De cómo hemos logrado articular una infraestructura y una superestructura que el grueso de los ciudadanos, de los actores sociales y políticos, incluso de izquierdas, no ha visualizado como esquemas frágiles, endebles del cuerpo social y no como el marco diferenciador de las relaciones de poder.

En las relaciones de poder, el campo de actuación, la capacidad de decisiones de la clase dominante es enteramente desigual, es sencillamente horrida. No creo que exista en la región de América Latina un campo de decisión tan significativo de la clase dominante en el Estado, tanto de sus intereses como en el campo de la legislación y de justicia. Vale decir, la autonomía en la interactuación de la elite económica con los tres poderes del Estado es descomunal, ya sea con fórmulas de persuasión legítimas como non sanctas, cuando no la verticalización en su máxima expresión del Dios mercado como del Dios dinero.

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