Evocando a Morrobel
Guido Gómez Mazara
Con altísima dosis de picardía, desnudaba la escasa formación, déficit intelectual y afán no disimulado por romper las reglas éticas. En el terreno de los hechos, Morrobel no podía ser pero quería. Con el ego desproporcionado, pretendía sustituir calidades indispensables para el desempeño con el eufemismo de que tenía todo el derecho. Y en esencia, la argucia defensiva tenía un fundamento constitucional.
Ahora bien, el poder ser anda muy distante del buen carácter y más aún de ser requisito indispensable. Así, y por la gracia de los lineamientos formales y legales, las compuertas de los aspirantes están abiertas y, sin el menor comedimiento, colocan en el circuito de la locura al ejército de ilusos. Salen dos veces en los periódicos, contratan tres bocinas radiales o televisivas, y se creen la historia de la factibilidad de sus deseos, casi siempre, material de siquiatrías.
Aquí, debemos transformar la lógica. La nación necesita más ciudadanos pensando en la solución de los problemas de la gente que una manada orientada a usar a los electores como carnada de solución de sus problemas personales. Basta recordar la fascinación de responsables de áreas públicas que concentran la inversión en educación o el de obras para utilizarlas de trampolín de aspirantes. Y los resultados están frescos: fracasaron.
El desafortunado ardid es propio de la partidocracia, porque en el fondo el “aspirar” llena vacíos existenciales, mientras activa la red de negocios y ventajas que se desprenden en todo el esquema de la industria de la política. Por eso, tal dislocamiento y actuación fuera de los plazos consignados por la ley.
Ahora bien, lo que parece que les resulta imperceptible es la enorme capacidad de indignación de una ciudadanía que no siente descanso ni paz, pero que reacciona con rabia al sentirse burlada por exponentes de la clase partidaria.
La lección debemos aprenderla todos. Desde el oficialismo, apostando al proyecto general sin descuidar el efectivo desempeño, rendición de cuentas y gestión transparente. Y en la lógica opositora, aunque no lo intuyan en lo inmediato: confundir obstrucción con críticas legítimas y necesarias para contrapesar, disminuye su credibilidad en la población.
Apostar a la chercha revestida de cuestionamientos, creerse que darle dinero a periodistas te hace figura presidencial, hacer de la nómina base operativa de una aspiración, construyen en el imaginario popular la idea de que los Melencio Morrobel se quintuplicaron y que tanto esfuerzo, dolor y sacrificio ha sido en vano.
Caramba, tener derecho no basta. La política necesita capacidades, no solo ambiciones. Y la nación requiere de ciudadanos dispuestos a emular nuestros mejores dominicanos en vez de entretenerse llevando al Morrobel de la ficción a la boleta.