Factores debilitamiento tradicional de Semana Santa
Por Pedro Cruz Pérez
La Semana Santa, que en antaño era sinónimo de recogimiento espiritual, solemnidad religiosa y respeto colectivo en República Dominicana, ha experimentado una transformación profunda durante las últimas décadas. Lo que en tiempos anteriores, especialmente antes y durante la década de 1970, era una conmemoración cargada de silencio, ayuno y penitencia, hoy se ha convertido en una mezcla de turismo, entretenimiento y descanso laboral. Este cambio no es casual ni superficial, responde a un conjunto de factores socioeconómicos, políticos y culturales que han redefinido las costumbres del pueblo dominicano.
En el plano socioeconómico, uno de los elementos más determinantes ha sido la mejora gradual del poder adquisitivo en algunos sectores de la población, especialmente la clase media urbana. A medida que aumentaron las oportunidades laborales, el crédito de consumo y el acceso a vehículos o transporte colectivo, también creció la posibilidad de desplazarse durante los días santos hacia playas, montañas o destinos turísticos. La Semana Santa pasó de ser una celebración contemplativa a una temporada alta para el turismo interno. En paralelo, el desarrollo de la infraestructura hotelera y vial incentivó esta movilidad masiva, impulsada por un modelo económico centrado en el consumo como motor del crecimiento.
Pero no es solo la economía la que ha jugado un papel clave. El contexto político y social, especialmente después del fin de la dictadura trujillista y los procesos de democratización, permitió una mayor apertura del espacio público y del discurso cultural. La influencia dominante de la Iglesia Católica comenzó a ceder terreno frente al crecimiento de otras corrientes religiosas, así como ante un Estado que, si bien no completamente laico, empezó a actuar con mayor independencia respecto a lo religioso. Las nuevas generaciones fueron criadas en una atmósfera de mayor libertad de elección y menor censura moral, lo que también afectó su forma de vivir las festividades religiosas.
A estos factores se suma un proceso acelerado de cambio cultural, profundamente influido por la globalización y los medios de comunicación. La televisión primero, el internet después, ampliaron el acceso a otras formas de entretenimiento durante Semana Santa, conciertos, películas no religiosas, eventos deportivos, y más recientemente redes sociales que estimulan estilos de vida centrados en el placer, la diversión y el exhibicionismo digital.
Un factor muchas veces ignorado pero de gran relevancia ha sido el impacto cultural del narcotráfico y el crimen organizado, especialmente desde los años 70 hasta estos tiempos. Con la región caribeña convertida en una ruta estratégica para el tránsito de drogas hacia Estados Unidos, se infiltraron en la sociedad dominicana valores asociados al dinero fácil, la ostentación y la desobediencia de las normas tradicionales. Esta narcoestética, como se ha llamado en estudios socioculturales, debilitó los marcos éticos y comunitarios que sostenían las prácticas religiosas, reemplazandolos por modelos de éxito asociados al lujo, el riesgo y la inmediatez.
La transformación de la Semana Santa no es resultado de una simple pérdida de fe, sino de un entramado complejo de cambios estructurales en la economía, la política, la cultura y los referentes sociales. La tradición religiosa no ha desaparecido, pero ha sido desplazada hacia los márgenes por una lógica de consumo y espectáculo que rige el comportamiento colectivo.
Quizás el reto actual sea encontrar una forma de reconciliar lo espiritual con lo moderno, de manera que esta festividad recupere parte de su sentido original, sin desconectarse de las nuevas realidades de la sociedad dominicana. Porque si algo está claro es que la Semana Santa, más allá del libre albedrío de los seres humanos, es un espacio de Dios y su infinita misericordia por nosotros.