Gaspar Polanco y Pepillo Salcedo

Farid Kury

La República Dominicana nació dando lugar a una lucha a muerte entre los hateros acaudillados por Pedro Santana y los trinitarios.

En esa lucha Pedro Santana declaró traidor a Juan Pablo Duarte y lo desterró, y no lo mató porque un influyente prestamista de origen judío, le recomendó no hacerlo.

Al conmemorarse el primer aniversario de la independencia, 27 de febrero de 1845, en un hecho que conmovió la ciudad capital, Pedro Santana fusiló, en el Altar de la Patria, a María Trinidad Sánchez.

La guerra de la Restauración fue un escenario de lucha a muerte contra los españoles por restaurar la independencia nacional, suprimida el 18 de marzo de 1861 cuando Pedro Santana proclamó la Anexión a España.

La Guerra de La Restauración fue una guerra de liberación contra España, pero también una guerra social, lo que explica su carácter popular y la violencia con que se manifestó.

En esa guerra, prácticamente desde su inicio, también se produjo una lucha entre los mismos restauradores por el control del gobierno.

Esa lucha tuvo su momento más álgido cuando altos oficiales restauradores, encabezados por Juan Antonio Polanco, convencieron al presidente Gaspar Polanco de firmar un decreto secreto autorizando el fusilamiento de José Antonio Salcedo, Pepillo, hecho que se produjo el 5 de noviembre de 1864, en una playa de Maimón, Puerto Plata.

Pepillo había sido el primer presidente restaurador y se había destacado en las luchas independentistas y en la guerra restauradora.

Era valiente y de un carácter firme. Pero para justificar ese abominable hecho se propagó la idea de que estaba con actitudes débiles frente a España, y que pretendía traer al país a Buenaventura Báez.

La realidad es que se trataba de la típica lucha por el poder que se daba, y se sigue dando, por el control del Estado entre líderes incluso de un mismo bando.

Al principio, Gregorio Luperón fue encargado de llevarlo a la frontera para entregarlo a las autoridades haitianas en calidad de desterrado. Pero el destino le jugó una mala a Pepillo. El oficial haitiano de puesto en la frontera, inexplicablemente, no quiso recibirlo, y Luperón hubo de regresar con él para entregarlo al gobierno restaurador.

En el camino Luperón rechazó varios intentos de José Cabrera y Benito Monción de fusilar sin muchos tramites a Salcedo.

Logró llegar con él a Santiago y entregarlo. Ahí es que interviene Juan Antonio Polanco, hermano de Gaspar Polanco, en ese momento presidente de la República, y lo convence de decretar la muerte de Salcedo. Lo conducen, de manera engañosa, a la playa de Maimón y allí lo fusilan.

En todo momento Pepillo se mantuvo firme y dispuesto a afrontar su destino con valentía y honor.

Formaba parte de ese pelotón de fusilamiento nada menos que Ulises Heureaux, el famoso Lilís, que llegaría a ser un sanguinario dictador, y sería asesinado en Moca un 26 de julio de 1899.

Ese lamentable hecho, a todas luces injustificable, es el que ensombrece el nombre de Gaspar Polanco, y prácticamente lo saca de nuestra historia.

Su participación en la guerra restauradora, y sobre todo en la famosa y casi decisiva batalla de Santiago, fue tan importante, que él decidió su quema, hecho que lo coloca en un lugar destacado en la lucha por la independencia de América.

Pero ese hecho, por si solo, nos deja una lección, a tomar en cuenta siempre, y es el de que una decisión, una sola, cuando es incorrecta y antihistórica, puede manchar toda una carrera gloriosa.

Las últimas palabras de Pepillo fueron: «díganle a Gaspar Polanco que con la misma vara que él me midió así lo medirán a él».

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