Por Adriana Mateo
En el contexto de un gobierno fuertemente cuestionado por la opinión pública debido a la presunta participación en puestos electivos de narcotraficantes requeridos por la DEA, surge una inquietud legítima: ¿la reciente presencia del Secretario de Guerra de los Estados Unidos, Pete Hegseth, obedecía a un intento directo del gobierno estadounidense por controlar el narcotráfico en la República Dominicana?
La subsiguiente alocución de José Ignacio Paliza, Secretario Administrativo de la Presidencia, al pueblo dominicano, no hizo más que aumentar la zozobra y la especulación en torno a esta visita.
Sin embargo, al observar la política a nivel de América Latina –con ejemplos como Venezuela, Colombia, Brasil y Honduras– y analizando las injerencias en términos electorales, las represiones económicas mediante sanciones, la imposición y el apoyo a candidatos presidenciales, e incluso las acciones militares (como el bombardeo de barcos o lanchas con la excusa de la lucha contra el narcotráfico, aunque es crucial aclarar que no se tienen pruebas concretas ni juicios previos que verifiquen la legitimidad de esta justificación), podemos inferir que la República Dominicana no está exenta de la agenda de los Estados Unidos.
Nuestra nación, a través de una representación irresponsable ante las cámaras de diputados y senadores y de un Poder Ejecutivo que muestra una alarmante falta de control sobre la inversión pública y el gasto corriente, ha contraído una deuda colosal. Se han tomado más de $99 mil millones de dólares en préstamos, principalmente de instituciones ligadas al gobierno norteamericano, para invertirlos en dudosas y supervaloradas obras de infraestructura. Este nivel de endeudamiento compromete gravemente nuestra soberanía como nación.
Un país que en el pasado fue llamado la «Capital de La Paz» hoy cede espacios en nuestros aeropuertos a naciones extranjeras para que persigan a nuestros vecinos latinoamericanos. Esta sumisión es el precio que se paga por el endeudamiento crónico.
Es imperativo recordar que el Presidente de la República Dominicana no tiene la prerrogativa constitucional de prestar o ceder nuestro territorio a ninguna nación, pues esto violenta directamente nuestra soberanía.
Nuestro Himno Nacional resuena con una advertencia:»Ningún pueblo ser libre merece,
es esclavo, indolente y servil;
si en su pecho la llama no crece,
que templó el heroísmo viril.»
Y un verso adicional nos exige dignidad:
»Compatriotas mostremos erguidos
nuestra frente orgullosa hoy más,
que Quisqueya será destruida,
pero sierva de nuevo, Jamás.»
El verdadero patriotismo no reside en gastar millones embelleciendo la música de nuestro himno, sino en demostrar respeto y apego a sus hermosas y firmes letras.
No a la inconstitucionalidad de ceder nuestros espacios a gobierno alguno.
No a la violación de la soberanía nacional.
¡Que viva la República Dominicana, libre y soberana!