GUERRA NO CONVENCIONAL EN LA ZONA GRIS: La «OTAN cultural» y la ofensiva imaginacional contra Rusia. José Negrón Valera.
José Negrón Valera.
31 de enero 2022.
Este 22 de febrero se cumplirán 76 años desde que el encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en Moscú, George Kennan, enviara a Washington lo que se conocería como el telegrama largo.
En la misiva, el diplomático explica desde su perspectiva «las fuentes de la conducta soviética», asentando con ello las bases de lo que se conoció como la política de contención de Estados Unidos frente a la nación euroasiática.
Kennan, fundador del realismo político en las relaciones internacionales, consideró que la estrategia de contención debía ser «a largo plazo, paciente, pero firme y vigilante», preparada para un duelo de fuerzas «de duración infinita».
Lo que el mundo atestigua en Ucrania, no es más que un capítulo más en esta estrategia de contención, ya no hacia la Unión Soviética, sino contra Rusia, país que decide hacer una política soberana e independiente de los designios de la OTAN y Washington.
Queda claro que la contención no era hacia los valores «comunistas y marxistas», sino una respuesta natural de un aparato imperial que no acepta competencias y menos disensos de parte de otras naciones.
Zonas grises
Kennan consideraba que la forma en que debía desarrollarse la diplomacia de Estados Unidos no debía soportarse únicamente en el análisis militar de sus fuerzas rivales, sino en la caracterización cultural y psicológica de quienes clasificaba como sus adversarios.
En 2016, en un documento titulado Guerra no convencional en la zona gris, el general Joseph L. Votel, comandante del Comando de Operaciones Especiales de EEUU, el teniente general retirado, Charles T. Cleveland, excomandante del Comando de Operaciones Especiales del Ejército, entre otros militares de alto rango, declararon que era tiempo de volver a Kennan, debido a que Estados Unidos a juicio de los autores, entraban a un período en el que las amenazas y las respuestas a esas amenazas se llevarían a cabo «en un segmento de la continuidad del conflicto que algunos denominan la zona gris».
Esta zona gris, estaría caracterizada como el espacio «en el continuo paz-conflicto» donde es posible atestiguar una «intensa competencia política, económica, informativa y militar, de naturaleza más ferviente que la diplomacia de estado normal, pero sin llegar a la guerra convencional».
Votel y Cleveland, exponen que la doctrina y los métodos de lucha dentro de zona gris, se centran en la «población que se busca influir, persuadir e incluso cooptar», y todo ello sin declarar una guerra abierta y en los resquicios que permite la diplomacia.
Tomando a Kennan como referente, consideran que el objetivo es desarrollar una «guerra política», esto es «el empleo de todos los medios a disposición de una nación, salvo la guerra, para lograr sus objetivos nacionales», incluidas medidas abiertas como la propaganda blanca, las alianzas políticas y los programas económicos, así como también «operaciones encubiertas como el apoyo clandestino de elementos extranjeros ‘amigos’, la guerra psicológica ‘negra’ e incluso el fomento de la resistencia clandestina en Estados hostiles».
Votel y Cleveland, van más allá. Explican que la doctrina de Kennan necesita una arista adicional si quiere vencer en la guerra política, por tanto hablan de darle tareas a «las pequeñas fuerzas de operaciones especiales» (o SOF, Small Special Operation Force), debido a que estas operan con baja visibilidad y en áreas políticamente sensibles, proveyendo a los tomadores de decisiones militares de Estados Unidos «opciones estratégicas para proteger y promover los intereses nacionales sin comprometer fuerzas de combate importantes en costosas operaciones de contingencia a largo plazo».
Estas SOF se apoyarían en «el Estado local o socios no estatales y población nativa» para adelantar una «guerra especial» con las siguientes características:
- Estabilizar o desestabilizar el régimen objetivo.
- Con un esfuerzo principal brindado por los socios locales.
- Donde las fuerzas estadounidenses mantendrían una huella pequeña (o nula) en el país.
- Definido como un conflicto de larga duración que requeriría un extenso trabajo preparatorio que se mida mejor en meses (o años) que en días.
- Con una intensa cooperación interinstitucional; los elementos del Departamento de Defensa (DOD) pueden estar subordinados al Departamento de Estado o a la Agencia Central de Inteligencia.
- Emplearía métodos de «guerra política» para movilizar, neutralizar o integrar individuos o grupos desde los niveles tácticos hasta los estratégicos.
Con el fin de tener éxito en esa guerra política, las SOF deberían poseer «una comprensión profunda» de la teoría, conceptos y métodos necesarios para influir en los movimientos sociales a la vez que genera influencia y moviliza la voluntad de la población local.
Para ello, según Votel y Cleveland, las Pequeñas Fuerzas de Operaciones Especiales debían formarse en los siguientes campos del conocimiento: Teoría del movimiento social, historia regional, estudios culturales y dominio del idioma, herramientas y métodos cibernéticos, operaciones de influencia, habilidades de negociación y mediación, dinámica de la movilización popular, subversión y guerra política, análisis de redes sociales y análisis sociocultural.
«Los planificadores y operadores más demandados en esta difícil tarea serán aquellos capaces de pensar crítica y creativamente, guerreros sin obstáculos, sin necesidad de orientación continua y detallada. Dichos operadores especiales serán los más capaces de realizar tareas de guerra no convencional críticas bajo condiciones políticamente delicadas, asegurando que puedan servir, en la tradición de sus predecesores guerreros-diplomáticos», concluyen Votel y Cleveland.
La cultura: esa zona gris de la guerra contra Rusia
Caracterizar la zona gris no es lo mismo que hacerla visible. En la actual fase de agresión contra Rusia que se desarrolla en los territorios exsoviéticos se está haciendo patente que la guerra no es solo militar, sino que lleva tiempo librándose en el plano imaginacional, es decir en un territorio simbólico que utiliza los modernos sistemas de comunicación para modelar la mente colectiva.
La demonización de Rusia y su conversión en el enemigo natural de Estados Unidos y de Occidente no es nueva, pero ha tomado matices alarmantes.
Como lo ha demostrado el académico Jason Denaburg, en un profundo análisis sobre la construcción del «carácter ruso» en el imaginario popular de Norteamérica desde 1946, «la mayoría de los estadounidenses nunca ha estado en Rusia o ha conocido a rusos», por lo que su «comprensión de Rusia proviene de aparatos informativos como los medios de comunicación y las instituciones educativas».
El «carácter nacional ruso» para el público estadounidense y su cultura popular se caracteriza por dos aristas: es «amenazante e inferior».
Esto por supuesto cumple una misión para el establishment norteamericano que controla los medios corporativos de difusión y producción de contenidos.
«Imaginar a los rusos como inferiores», comenta Denaburg, «construye un carácter estadounidense superior correspondiente, e implica que los estadounidenses no solo pueden sino que deben contrarrestar a Rusia. Durante más de un siglo, esta caracterización de Rusia y los rusos ha justificado una expansión constante del poder estadounidense en todo el mundo», apunta el académico.
Imaginar y construir un enemigo para los fines de control y expansión política ha sido una necesidad permanente de Estados Unidos.
El politólogo Carl Schmitt argumentaba que «construir un enemigo» no solo es necesario, sino vital para poder consolidar el poder nacional.
Schmitt reflexiona que «tener un enemigo político es esencial para la generación de significado y misión a nivel nacional». Solo de esta forma «una nación se convierte en un Estado total, es decir, cuando canaliza las ‘energías vitales’ de sus ciudadanos en apoyo de una agenda política. Una vez que una sociedad abraza plenamente esta agenda, necesariamente acepta y reproduce las percepciones dominantes del enemigo», explica.
Queda explícito el objetivo por el cual la élite militar y financiera de Estados Unidos ha creado sus enemigos para avanzar en sus estrategias de control global.
Ya fuese la guerra contra las drogas, contra el terrorismo, contra el comunismo, Washington ha necesitado emplear los recursos imaginacionales para obligar a sus ciudadanos a embarcarse en guerras que solo interesa a los poderosos grupos económicos de ese país.
Con la utilización de las series de televisión, de las películas, de las editoriales pagadas en diarios masivos, y ahora con el posicionamiento de etiquetas y medias verdades que viajan a la velocidad de un meme y de algoritmos que privilegian contenidos de derecha, Rusia resurge como un enemigo que amenaza la existencia misma del modo de estilo estadounidense.
Si Estados Unidos quiere llevar adelante su espíritu nacional, esto quiere decir expandirse hacia todas las regiones del mundo e imponer su modelo de vida y consumo, es necesario que las amenazas y esta violencia sea creíble y palpable, y para ello deben sembrar la semilla del estereotipo a estigmatizar el imaginario.
En su vasta investigación titulada ¿Quién pagó? La CIA y la Guerra Fría Cultural, Frances Stonor Saunders detalla cómo la CIA se comportó como el «Ministerio de Cultura de Estados Unidos», financiando a artistas y escritores de Norteamérica y Europa para dirigir e influenciar sus producciones artísticas y literarias.
Como una verdadera OTAN Cultural se comportó dicha organización durante todo el siglo XX a juicio de James Petras, siempre con la intención de poner un freno a la expansión cultural de Rusia en el hemisferio occidental.
Los artistas y escritores cooptados «tenían plena libertad para defender los valores culturales y políticos occidentales, atacar al totalitarismo estalinista y andaban con mucho cuidado cuando se trataba del racismo o el imperialismo de los Estados Unidos», comenta Petras.
La herencia de este proceder es expuesta por el activista político David Swanson, al explicar cómo el Pentágono y la CIA han convertido miles de películas de Hollywood en propaganda.
Swanson llama a estar muy atentos al lanzamiento este 14 de febrero de un documental titulado Teatros de Guerra: cómo el Pentágono y la CIA tomaron Hollywood, dónde los investigadores Tom Secker y Mathew Alford lograron recopilar cerca de 4.000 páginas de documentos desclasificados.
«Estos documentos demuestran por primera vez que el Gobierno de los EEUU ha trabajado tras bambalinas en más de 800 películas importantes y más de 1.000 títulos de televisión», comentan los investigadores.
Sin embargo, las revelaciones son más escabrosas y parecen darle la razón a Dicko Cisse, un experto en guerra psicológica de la novela Reyes y dinosaurios, cuando afirma «si quieres saber cuál será la próxima guerra, solo basta con ver la marquesina de los cines».
«Cuando un escritor o productor de Hollywood se acerca al Pentágono y solicita acceso a recursos militares para ayudar a hacer su película, debe enviar su guión a las oficinas de enlace de entretenimiento para que lo investiguen. En última instancia, el hombre con la última palabra es Phil Strub, jefe de enlace del Hollywood del Departamento de Defensa (DOD), que ha estado a la cabeza de este departamento anteriormente semisecreto que data de 1989. Si hay personajes, acciones o diálogos que el Departamento de Defensa no aprueba, entonces el realizador tiene que hacer cambios para adaptarse a las demandas de los militares. Si se niegan, el Pentágono empaca sus juguetes y se va a casa. Para obtener una cooperación total, los productores tienen que firmar contratos, llamados Acuerdos de Asistencia de Producción, que los encierran en el uso de una versión del guión aprobada por militares», detallan Secker y Alford.
La zona gris en que se convierte el modelado de la mente colectiva, permite al Pentágono permisar en el imaginario la derrota o muerte de sus considerados enemigos, mucho antes que se suceda en el «teatro de operaciones real».
Sus «pequeñas fuerzas especiales», ejércitos de productores, guionistas y directores, desplegados a lo largo y ancho del planeta vía streaming, aprietan el gatillo, una y otra vez en un subconsciente que está demostrado, no distingue lo real de lo que no.
La eficacia y potencia que le presta las redes sociales y las aplicaciones digitales a la guerra imaginacional, hacen que esta bélica zona gris que ha desplegado Estados Unidos contra Rusia se vuelva sumamente peligrosa.
«Los rusos son los mejores villanos desde los nazis», espetan sin el menor reparo en la serie de televisión estadounidense GLOW. Y es apenas, un ejemplo, de los cientos que podríamos citar sobre cómo el aparato de guerra más perfecto jamás inventado, sigue sembrando en el inconsciente global una rusofobia de la cual no parece haberse enterado las organizaciones internacionales de derechos humanos.
Al igual como pasó en Ruanda, y más reciente en el caso venezolano, se alienta la construcción y estigmatización de una sociedad entera, tan solo para cumplir con el objetivo de avanzar en planes geopolíticos.
Si un Tribunal Penal Internacional juzgó como crímenes de lesa humanidad a quienes en Ruanda usaron medios de difusión masivos como la radio, para promover discursos de odio y persecución contra sus adversarios étnicos, ¿no debería reservarse el mismo tratamiento para quienes sistemáticamente se encargan de impulsar la misma agenda de estigmatización y enseñamiento cultural, desde el poder que brinda la monopolización de las redes de producción y difusión de contenido?