Hacia una Antropología del Miedo: Control, Resistencia y Supervivencia

Por Sergio Terrero

Como antropólogo, ya sea en el aula o en el campo, el estudio del comportamiento humano me conduce constantemente a dos preguntas fundamentales que, lejos de excluirse, se complementan: ¿cómo viven los seres humanos el miedo? y ¿qué mecanismos utilizan para sobreponerse al miedo que provoca la existencia cotidiana?

Desde este ángulo intento comprender la naturaleza humana, encontrándome con dos dimensiones aparentemente dicotómicas. Por un lado, la búsqueda de una naturaleza humana universal, una ambición que ha acompañado a la antropología y a la ciencia en general. Por otro, la manera en que esa naturaleza opera en contextos específicos para adaptarse y sobrevivir a las adversidades de la vida diaria. Estas preguntas me llevan a explorar múltiples explicaciones del comportamiento humano, incluso en áreas de aislamiento cultural. Al investigar las diversas formas que adopta el miedo en distintas culturas, y las estrategias que los grupos desarrollan para transformarlo en motor de cambio, podríamos comenzar a hablar de una Antropología del Miedo. Sabemos que este sentimiento no es exclusivo de los seres humanos, pero sí lo es nuestra capacidad de racionalizarlo.

En la sociedad actual, hiperconectada a lo global a través de la tecnología, surgen nuevos retos y oportunidades, pero también emergen miedos que probablemente permanecían latentes. Esto replantea la cuestión de cómo puede la especie humana sobrevivir en un entorno tan cambiante y vulnerable, vulnerabilidad que se ve exacerbada por el control que un pequeño grupo ejerce sobre las grandes tecnologías. Dicho control se proyecta en los planos psicológico, económico, social, político y, en un sentido amplio, cultural. De ahí surge mi pregunta central: ¿cómo escapar de este control social cuando el miedo es su arma principal? Esta interrogante contiene más peso como pregunta que como respuesta.

Los seres humanos, como especie, hemos experimentado un despertar, pero al mismo tiempo vivimos en una era de ensueños donde valores esenciales para la cohesión social, como la solidaridad y la reciprocidad, parecen hoy piezas arqueológicas. Las redes invisibles del poder poseen un brazo que nos alcanza a todos. Hemos ingresado, quizá por miedo, en un proceso deshumanizante, temiendo perderlo todo. El sistema neoliberal se ha impuesto con tal fuerza que opera como una cultura global, generando insensibilidad frente al dolor ajeno. La muerte, como ocurre en Gaza, se nos presenta casi como una ficción de Netflix, algo ajeno a nuestra condición humana. Valores como la solidaridad, la protección de la especie y del entorno en el que vivimos han sido silenciados por quienes controlan el poder a través de un triángulo compuesto por el capital financiero, los medios de comunicación y el Estado.

Ese triángulo constituye una fábrica de miedo sumamente eficaz, capaz de convertir a la mayoría de la población en esclava de sus intereses económicos y de su insaciable sed de control. Una sed que los ciega ante la evidencia de que el planeta—sí, el planeta entero—y ellos mismos caerán junto a todas sus víctimas, pues todos viajamos en el mismo barco.

La salvación está en superar el miedo y en convertir a esta clase dominante en pieza de museo, para que no se repitan las atrocidades ni el suicidio colectivo que su ambición desmedida está provocando. Urge reconstruir un Estado de bienestar social en el que todos y todas podamos disfrutar a plenitud de nuestros derechos.

 

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