Hay que derrumbar el fascismo

Lilliam Oviedo

El 18 brumario de Luis Bonaparte contiene un párrafo descriptivo del momento en que el presidente `elegido` el 10 de diciembre de 1848 es instalado de nuevo en enero de 1852 tras un autogolpe. Carlos Marx expresa: “Manifiestamente, la burguesía no tenía ahora más opción que elegir a Bonaparte. Cuando, en el Concilio de Constanza, los puritanos se quejaban de la vida licenciosa de los papas y gemían acerca de la necesidad de reformar las costumbres, el cardenal Pierre d’Ailly dijo, con voz tonante: «¡Cuando sólo el demonio en persona puede salvar a la Iglesia católica, vosotros pedís ángeles!» La burguesía francesa exclamó también, después del coup d’état: ¡Sólo el jefe de la Sociedad del 10 de Diciembre puede ya salvar a la sociedad burguesa! ¡Sólo el robo puede salvar a la propiedad, el perjurio a la religión, el bastardismo a la familia, y el desorden al orden!”

En el mundo capitalista del siglo XXI, los nombres propios pueden ser sustituidos por la mención del compromiso con el gran capital o la pertenencia a los sectores dominantes.

Donald Trump posee una imagen electoralmente más prometedora que la que poseía en el año 2016; Javier Milei ganó las elecciones en Argentina, y si se omite en esta lista de `elegibles` el nombre del ahora confeso sionista Joe Biden es por el evidente deterioro en sus capacidades cognitivas y su vinculación con los grupos comprometidos a financiar a la falange ucraniana representada por Volodimir Zelensky.

Figuras fascistas y fascistoides son hoy elegibles o elegidas. Es el caso de Giorgia Meloni en Italia, Rishi Sunak en Gran Bretaña y Jair Bolsonaro en Brasil (sustituido este último por un Lula que ha reafirmado su compromiso con la derecha). Todos ellos integran una lista a la que se suma, por ejemplo, Geert Wilders, llamado, por sus posiciones antiinmigrantes y conservadoras, el Donald Trump de Holanda.

La innegable corrupción o la predecible ridiculización de la posición y de las instituciones mismas no impiden investir a un individuo comprometido con el avance del proyecto imperialista y la preservación de la sociedad de clases.

Donald Trump proclama que iniciaría su ejercicio presidencial con un programa de deportaciones de incalculable alcance, y la Meloni sigue poniendo obstáculos al rescate de náufragos en el Mediterráneo.

¡Y para los medios de comunicación estas prácticas no constituyen un escándalo, porque millones de personas que huyen de los escenarios de guerra creados por la voracidad imperialista o de la miseria creada por el saqueo, tienen el sello de ilegales!

NADA APORTA EL LAMENTO…

El lamento por la victoria de Milei en Argentina o por la vigencia en Chile de la Constitución pinochetista, es una actitud no por ingenua menos dañina. Para enfrentar el atraso político, en América Latina y en el mundo, hay que impulsar la toma de conciencia, que conduce a las mayorías a identificar la opresión y el saqueo y a luchar de manera efectiva contra la oligarquía.

En Europa (desagregada en los nombres de Suecia, Noruega, Finlandia, Holanda, Bélgica, Italia…) los gobiernos endurecen las políticas antiinmigrantes, otorgándoles un carácter afín al ideal hitleriano y se arrogan el derecho de prohibir manifestaciones contra el genocidio en Gaza, además de que mantienen proscritas figuras culturales de origen ruso. ¡El atraso político no deja de serlo porque se envuelva en eufemismos o porque las élites manifiesten en los medios de comunicación prostituidos que estos desmanes son necesarios!

Es la Europa que reunida en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) obedece descaradamente al agonizante poder hegemónico global. Hay que destacar, entre otros puntos, el aumento en la presencia militar estadounidense en Dinamarca y la intensificación en el uso de la base militar yanqui en Rota, España.

En América Latina se presentan como garantes de la seguridad y de la soberanía conservadores furiosos (además de entreguistas) como Javier Milei y Jair Bolsonaro, y son vendidos como entes necesarios dirigentes fascistoides como el presidente dominicano Luis Abinader, quien compite en el plano electoral con otros politiqueros cuya trayectoria está marcada por acciones antipopulares como la toma militar de ciudades y la aplicación de políticas de exterminio de jóvenes pobres. Entre esos politiqueros están el expresidente Leonel Fernández y los dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana.

Abinader, aspirante a la reelección, confiesa que ordena repatriaciones violentas de migrantes haitianos, igual que ha ordenado jornadas de expulsión de parturientas haitianas de los hospitales dominicanos. Habla de defensa de la soberanía, pero es un entreguista que obedece órdenes yanquis en la política exterior y acepta la directriz de los estrategas imperialistas en la conducción del Estado a nivel nacional.

Se puede hablar en esos términos de gobernantes conservadores, pero hay que llamar también la atención de gobernantes que se autodefinen como progresistas y que los medios de comunicación califican como de izquierda (los pueblos habrán de quitarles la etiqueta), y adoptan políticas de derecha.

Es el caso de Xiomara Castro, en Honduras, quien se identifica con el derechista dicharachero llamado Nayib Bukele, gobernante de El Salvador, aplicando políticas de seguridad que violan derechos humanos fundamentales y que lesionan no solo a los jóvenes pandilleros sino también a sus familiares y a jóvenes pobres no pandilleros que son detenidos arbitrariamente y muchas veces maltratados.

La derecha y la ultraderecha no pierden su esencia opresora e inhumana por vestirse de populistas.

También, gobiernos progresistas suramericanos validan la presencia del Comando Sur y de la OTAN en la selva amazónica, no luchan contra la presencia militar yanqui en sus países y se prestan a formar parte de una fuerza invasora para Haití.

Colaborar con el imperialismo y hacer concesiones en materia de principios es traicionar a los pueblos. Eso aplica para Lula Da Silva, Gabriel Boric, Gustavo Petro y figuras similares.

Para enfrentar el fascismo, hay que sustituir la pose por la toma de posición y el lamento por la acción.

La urgente toma de conciencia

En la primera mitad del siglo pasado, Antonio Gramsci llamaba a combatir el fascismo mediante la acción directa. Pero advertía sobre la necesidad de fomentar la conciencia de clase, porque, a su juicio, el Estado burgués (incluso si era liberal o democrático) recurriría al fascismo “en el caso de que no se sintiera lo bastante fuerte para defender el privilegio de la burguesía y mantener sometido al proletariado”.

En un orden en que el poder mediático contribuye con la ultraderecha en el maquillaje a las ideas ultranacionalistas con el más asqueroso tinte hitleriano, no es casual que se utilice el miedo a la inseguridad en las calles como excusa para aplicar políticas de exterminio a grupos empobrecidos de la población, la privatización como recurso para asegurar el ingreso y el suministro de bienes y servicios, y el rechazo al inmigrante pobre para preservar la identidad nacional.

Reconociendo la manipulación ideológica, Gramsci dice:  “De ello se deduce determinadas necesidades para todo movimiento cultural que tienda a sustituir el sentido común y las viejas concepciones del mundo, en general: a) no debe cansarse nunca de repetir los propios argumentos (variando literariamente su forma): la repetición es el medio didáctico más eficaz para operar sobre la mentalidad popular; b) debe laborar incesantemente para elevar intelectualmente a estratos populares cada vez más vastos, es decir, para dar personalidad al amorfo elemento de masa, lo cual significa que se debe laborar para suscitar élites de intelectuales de nuevo tipo, que surjan directamente de la masa sin perder el contacto con ella para convertirse en el «armazón» del busto”.

La vigencia del pensamiento del gran italiano es clara, y no se pierde por el hecho de que en el contexto actual haya elementos puntuales que surgen de la complejidad de la sociedad misma y del avance en la ciencia y la tecnología cuyo uso estratégico hay que discutir a profundidad.

Enfrentar el atraso político es deber de conciencia. La clase dominante no escatima recursos para presentar como natural y necesaria la explotación de la fuerza de trabajo… Se impone desvelar la vacuidad de este discurso, que no es teoría sino alienante palabrería.

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