Ignacio Ramonet: El capitalismo en Francia en policrisis
Francia atraviesa una tormenta política y social que ya no puede calificarse de coyuntural. La renuncia del primer ministro, la parálisis parlamentaria, la convocatoria a huelgas generales y la movilización de miles de personas en las calles son síntomas de algo mucho más profundo que un simple desacuerdo entre partidos.
y social que ya no puede calificarse de coyuntural. La renuncia del primer ministro, la parálisis parlamentaria, la convocatoria a huelgas generales y la movilización de miles de personas en las calles son síntomas de algo mucho más profundo que un simple desacuerdo entre partidos.
Lo que se vive hoy en Francia es la expresión visible de una crisis del modelo político y económico, y las reflexiones de Ignacio Ramonet sobre la rebelión popular y el agotamiento del capitalismo resultan más pertinentes que nunca.Lois Pérez LeiraFrancia atraviesa una tormenta política y social que ya no puede calificarse de coyuntural.
La renuncia del primer ministro, la parálisis parlamentaria, la convocatoria a huelgas generales y la movilización de miles de personas en las calles son síntomas de algo mucho más profundo que un simple desacuerdo entre partidos. Lo que se vive hoy en Francia es la expresión visible de una crisis del modelo político y económico, y las reflexiones de Ignacio Ramonet sobre la rebelión popular y el agotamiento del capitalismo resultan más pertinentes que nunca.
Ramonet sostiene desde hace años que no enfrentamos crisis aisladas, sino una “policrisis”: económica, social, ecológica e institucional. En Francia, los recortes sociales, las medidas de austeridad, la presión de los mercados financieros y la incapacidad de los partidos tradicionales para articular una mayoría estable confirman esa diagnosis. La renuncia del primer ministro no es un hecho aislado, sino la manifestación de un Estado que ya no logra representar ni proteger a su ciudadanía, y de una sociedad que responde con huelgas y movilizaciones masivas.
El elemento central es la rebelión popular. No se trata únicamente de protestar contra una ley o un recorte puntual, sino de cuestionar el modo mismo en que se gobierna y la utilidad de instituciones que parecen más atentas a los dictados financieros que a las demandas sociales. El contrato social que aseguraba a la ciudadanía un mínimo de seguridad a cambio de aceptar las reglas de juego se resquebraja, y con él se debilita la confianza en la democracia.
La crisis francesa es también la del capitalismo neoliberal. La deuda pública creciente, los déficits, la inflación y la incapacidad de redistribuir riqueza revelan los límites de un modelo que sacrifica derechos y bienestar en nombre de la competitividad. Ramonet advierte que la gente empieza a sentir que nada de lo que se prometió —protección, igualdad de oportunidades, estabilidad— se cumple ya. Esa percepción alimenta la protesta y, al mismo tiempo, abre la puerta a riesgos graves: polarización, ascenso de la extrema derecha, tentaciones autoritarias y una deslegitimación creciente de la democracia.
Sin embargo, la crisis también ofrece la posibilidad de repensar. Frente al fracaso del neoliberalismo, se impone la necesidad de políticas que reduzcan la desigualdad, refuercen servicios públicos, garanticen derechos laborales y devuelvan a la ciudadanía la confianza en sus instituciones. Más que reformas parciales, se requiere una transformación que incorpore mayor participación democrática y una economía orientada al bienestar social y no solo al beneficio financiero.
Las declaraciones de cno son, por tanto, un diagnóstico distante, sino una advertencia que la realidad francesa confirma. Francia muestra lo que sucede cuando el sistema ya no responde y la población decide tomar la palabra. La rebelión popular, más que un peligro, es un recordatorio de que la democracia vive solo cuando el pueblo puede hacerse oír y cuando el poder asume que su legitimidad depende de responder a esa voz.