Irán y Rusia: tres pasos hacia la convergencia estratégic

Hazal Yalin.

Ilustración: The Cradle

La alianza en evolución entre Teherán y Moscú ha alcanzado hitos económicos y políticos clave, pero los pactos de defensa mutua siguen siendo difíciles de alcanzar, y la desconfianza persistente sigue definiendo los límites de su cooperación.


Mientras Irán se prepara para la visita de Estado oficial del presidente ruso Vladimir Putin, la señal política no podría ser más clara: Irán y Rusia tienen la intención de formalizar su asociación cada vez más profunda en medio de un orden mundial en constante cambio.

Las autoridades iraníes han confirmado que los preparativos están en marcha, aunque el Kremlin aún no ha fijado la fecha. Para ambos países, asediados por las sanciones occidentales y envueltos en conflictos regionales, esta visita es más que una simple ceremonia: marca una convergencia cada vez mayor de sus objetivos estratégicos.

El viaje de Putin sigue a una serie de encuentros de alto nivel con su homólogo iraní, el presidente Masoud Pezeshkian, que asumió el cargo en julio del año pasado.

Desde entonces, los dos líderes se han reunido tres veces: en Ashgabat en octubre, en Kazán en la cumbre del BRICS y en enero en Moscú para firmar un acuerdo de defensa a largo plazo. En el cálculo posterior a la guerra de Ucrania, pocas relaciones tienen el mismo peso que la República Islámica en el giro de Rusia hacia el este.

Convergencia económica a través de la UEEA

Las relaciones entre Teherán y Moscú nunca han avanzado en línea recta. Incluso en sus períodos más tranquilos, los avances requirieron un esfuerzo decidido. Sin embargo, tres hitos cruciales alcanzados durante el último año sugieren que sus relaciones bilaterales están llamadas a acelerarse.

El primero de ellos se produjo el 25 de diciembre de 2024, cuando Irán se unió a la Unión Económica Euroasiática (EAEU por sus siglas en ingles) como Estado miembro observador. Aunque en un principio se consideró un mecanismo postsoviético para profundizar los lazos económicos regionales, las ambiciones más amplias del bloque —especialmente desde la perspectiva de Moscú— pronto quedaron claras. La adhesión de Irán era un objetivo ruso desde al menos mediados de la década de 2010.

El camino hacia la adhesión comenzó en 2018 con un acuerdo provisional, pero se prolongó por dos factores clave. El primero fue las negociaciones de Israel con el bloque sobre las zonas de libre comercio —iniciadas a pesar de un acuerdo marco de 2016— que parecían diseñadas para sabotear la entrada de Irán. En gran medida, tuvieron éxito.

El obstáculo más importante fue interno. Bajo el mandato del expresidente iraní Hassan Rouhani, cuya administración se inclinaba hacia Occidente, la UEEA se consideraba más una baza en las negociaciones con Occidente que una prioridad real.

Por el contrario, el difunto presidente iraní Ebrahim Raisi, firme defensor de la política de “mirar hacia el este” de Irán, otorgaba un mayor valor estratégico a la profundización de las relaciones con Rusia, lo que impulsó la candidatura de Irán a la UEEA.

En 2023-2024, el comercio entre Irán y los Estados de la UEEA rondaba los 3500 millones de dólares. El nuevo acuerdo redujo drásticamente los aranceles: los derechos iraníes sobre los productos de la UEEA bajaron al 4,5 %, mientras que los aranceles del bloque sobre las exportaciones iraníes pasaron del 6,6 % al 0,8 %.

En un plazo de cinco a siete años, se prevé que el volumen comercial alcance los 18 000-20 000 millones de dólares, lo que supone una ganancia sustancial para una economía petrolera cuyas exportaciones, que ascienden a 60 000 millones de dólares, proceden en más de un 80 % del petróleo y el gas. El bloque también puede servir de conducto hacia los mercados de terceros países.

La adhesión de Irán tiene un valor tanto político como económico para Moscú. El más importante es el Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur(INSTC), una ruta de 7200 kilómetros que conecta San Petersburgo con Bombay a través del territorio iraní.

La finalización del tramo Chabahar-Bombaydepende de las relaciones entre la India e Irán; la viabilidad del corredor también requiere la modernización de la ruta del mar Caspio, un proyecto que cobró urgencia después de 2022.

BRICS… y una enorme asociación estratégica

En el plano político, la necesidad del Kremlin de forjar una estructura de alianza multipolar —no un bloque global en toda regla, sino una red de coaliciones regionales— ha aumentado a medida que se intensifica la confrontación con Occidente.

En este contexto, la adhesión de Irán al BRICS el 1 de enero de 2025 marcó el segundo hito importante. El BRICS sigue siendo políticamente desarticulado —una unión de desiguales—, pero su lógica económica es convincente.

Permite un acceso preferencial a mercados enormes y fomenta la flexibilidad bilateral entre los miembros.

Aunque puede que no influya directamente en las relaciones entre Irán y Rusia, el BRICS permite a ambos Estados ampliar su cooperación en materia de medios de comunicación, cultura y turismo, profundizando sus lazos más allá de los marcos económicos o militares tradicionales.

Pero el acontecimiento más trascendental del año fue la firma de un acuerdo de cooperación estratégica global entre Teherán y Moscú.

Al igual que con la prolongada adhesión de Irán a la UEEA, las conversaciones revelaron una desconfianza persistente. Las negociaciones comenzaron tras la intervención militar de Rusia en Ucrania en febrero de 2022.

Los motivos de Rusia eran transparentes: acorralada por la OTAN, Moscú buscaba reforzar sus alianzas militares con potencias regionales y obtener los beneficios económicos asociados.

El modelo de acuerdo fue la “asociación estratégica integral” firmada con Corea del Norte, que incluía compromisos para ampliar el comercio y una cláusula de defensa mutua. Si cualquiera de las partes es atacada o se ve envuelta en una guerra, la otra se compromete a ayudarla “por todos los medios”.

Se esperaba una cláusula similar en el acuerdo entre Irán y Rusia, pero nunca se materializó. En cambio, el pacto se parece más a un memorando de entendimiento que a una alianza militar. La diferencia entre su título y su contenido sugiere que hubo desacuerdos sin resolver durante las negociaciones.

Dos cuestiones provocaron la ruptura. En primer lugar, Moscú exigió que cualquier ayuda militar se basara en que la posición de Teherán fuera jurídicamente irrefutable según el derecho internacional, para que Rusia no se viera envuelta en un conflicto nuclear con Tel Aviv. La definición de “agresión” se convirtió en un punto conflictivo: lo que Teherán califica de provocación, Moscú temía que Tel Aviv pudiera considerar una “respuesta” justificada.

En segundo lugar, el alcance de la ayuda, especialmente la exclusión categórica de las armas nucleares provocó más discordia.

Aunque podría haberse alcanzado un compromiso, informes no confirmados indican que Moscú propuso el tránsito de personal ruso o la preparación militar en territorio iraní, algo que Teherán, profundamente soberano, rechazó de plano. Esta negativa categórica garantizó en última instancia que el acuerdo siguiera siendo declarativo.

El peso de la historia

Factores históricos e ideológicos sustentan la cautela de Irán. Desde las guerras del Cáucaso del siglo XIX, especialmente el conflicto de 1826-1828, la seguridad de la frontera norte de Irán ha sido una preocupación constante.

Esa ansiedad se intensificó bajo el firme anticomunismo de la dinastía Pahlavi, agravada en la década de 1940 por dos acontecimientos:

la ocupación soviética del norte de Irán hasta 1946 y la República de Mahabad, separatista kurda y respaldada por la Unión Soviética, considerada por muchos como un intento de dividir el país.

Al mismo tiempo, las reivindicaciones territoriales soviéticas en Azerbaiyán y la agitación comunista en el Azerbaiyán iraníagravaron aún más las relaciones.

Aunque estos acontecimientos pertenecen a una época prerrevolucionaria, los primeros años de la República Islámica no fueron menos recelosos hacia Moscú, alimentados en parte por los errores estratégicos de los comunistas iraníes. La URSS, al igual que en Turquía, fue tildada de “pequeño Satanás”, y el anticomunismo se fusionó con la rusofobia heredada.

Estos sentimientos persisten y se alimentan de los medios de propaganda prooccidentales. Entre las élites iraníes, las acusaciones de que Rusia ha “apuñalado a Irán por la espalda” son una herramienta retórica habitual de las facciones alineadas con Occidente.

En 2023, estalló una crisis diplomática tras la ambigua postura del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso sobre la soberanía de las islas disputadas del golfo Pérsico y sus confusos comentarios sobre el nombre de la vía navegable.

Este error, que se produjo mientras avanzaban las negociaciones de Irán con la UEEA, no solo avivó la rusofobia iraní, sino que dio munición a las voces prooccidentales del país, reforzando el tópico de la “Rusia colonial” como socio poco fiable.

Lo que nos depara el futuro

Aun así, el pacto estratégico entre Irán y Rusia está lejos de ser ineficaz. Aunque omite una cláusula de defensa mutua, compromete a ambos Estados a profundizar sus lazos de seguridad y defensa y se compromete explícitamente a cooperar para contrarrestar las fuerzas desestabilizadoras externas en el Caspio, Asia Central, el Cáucaso y Asia Occidental. El énfasis es oportuno, especialmente tras la devastación de Siria.

Hoy en día, Teherán se enfrenta a amenazas cada vez mayores. Analistas y funcionarios debaten si Israel lanzará ataques directos contra Irán, si Estados Unidos intentará —o incluso podrá— frenar tales movimientos y si las fuerzas estadounidenses intervendrán si Tel Aviv provoca un conflicto abierto. No se han tomado decisiones claras.

Esta incertidumbre puede provocar cautela a corto plazo. Pero a largo plazo, solo las alianzas forjadas hoy determinarán si Teherán puede disuadir las guerras del mañana.

Traducción nuestra


*Hazal Yalin es autor de tres libros sobre las relaciones entre Turquía y Rusia y sobre la Rusia contemporánea. Escribe sobre asuntos internacionales, centrándose en Rusia, y ha traducido más de 70 libros, principalmente clásicos rusos. Es doctorando en Historia.

Fuente original: The Cradle

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