Izquierda y nacionalismos

 

 

 

César Pérez.

Lo nacional es válido solo en una perspectiva internacional de lucha por la emancipación de los oprimidos. Algo que no entienden muchos que se reclaman de izquierda.

La cuestión nacional, el nacionalismo, constituye una las más importantes cuestiones políticas, sociales y culturales de la presente época. Ese tema tiene expresiones cada día más complejas, más diversa y por momentos, cuando llega a niveles de exacerbación, no solo se convierte en uno de los elementos más desestabilizadores de las democracias y de las relaciones entre los estados, los pueblos, sino que socaba las bases de la convivencia y solidaridad de clases en determinadas sociedades. Ese tema produjo muchos debates en la izquierda de los pasados dos siglos, pero solo Otto Bauer lo sistematizó, según Arduino Agnelli, lo cual constituye un serio hándicap de esa corriente para comprender una cuestión del calado de los nacionalismos.

Sin embargo, prestigiosos autores de diferentes matrices ideológicas y desde diversas perspectivas han tratado ese tema con incuestionable profundidad y teniendo muchos de ellos un decidido rechazo a las actitudes propias del nacionalismo a ultranza, además, por la dificultad o ambigüedades de la noción misma de nación. A ese propósito, Donald Sasson dice que Hobsbawm hace suyas la concepción de nación como una “comunidad imaginada porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que pueden prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como una camaradería profunda, horizontal. En última instancia, es esta imaginada fraternidad la que ha permitido, durante los últimos dos siglos, que millones de personas maten y, sobre todo, que estén dispuestas a morir por estas imaginaciones tan limitadas”.

El referido rechazo se basa en que numerosos elementos en que se sostiene el particularismo nacionalista constituyen ficciones no solamente insostenibles por cuanto tal, sino porque pueden arrastrar a naciones y/o pueblos a cometer a los más atroces abusos contra otros bajo argumentos sostenidos por prejuicios contra otros pueblos e incluso contra los propios connacionales. Y es que, para muchos autores, el territorio, la cultura, la religión, la etnia y la lengua son elementos muy limitados para determinar la realidad de la particularidad de un determinado grupo humano. Precisamente, es la asunción de esos elementos que, con irrefrenable carga emotiva e irracional, algunos movimientos fundamentalistas pretenden justificar su particularismo “nacional” en su combate al Estado/nación al que históricamente han pertenecido.

En Occidente, la cuestión étnica, basada en prejuicios religiosos que se traduce en xenofobia es muy frecuente en los movimientos nacionalistas fundamentalistas, el caso de los secesionistas vascos, por ser muy notable su ferocidad y propensión a la violencia, quizás es el mejor conocido.  Quien es considerado su fundador, Sabino Arana, le atribuía al resto de los españoles los más hirientes adjetivos peyorativos, los consideraba tarados moral e intelectualmente, por eso abogaba por la “patria” vasca, distinta y en contra de la por él considerada España étnicamente degenerada. Pero esa descalificación étnica venía de lejos. Erasmo, citado por Roca Barea, consideraba a los españoles como impuros por ser una mezcla de moros y judíos. Esa autora publica una cita de Martín Lutero en la que este dice que los españoles eran bestias.

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