La corrupción moral

Por Leonardo Gil

la corrupción moral corroe los cimientos de la sociedad dominicana y amenaza con convertirse en un modo de vida.  Esta no se limita a un acto puntual de soborno o fraude, sino que implica la degradación de los principios éticos que sostienen la vida social y política.  Supone un deterioro de la conciencia colectiva y del sentido de lo correcto. La corrupción moral se expresa cuando los ciudadanos, políticos, religiosos, comunicadores, sindicalistas, funcionarios o líderes comunitarios normalizan lo incorrecto: mentir, manipular, robar o abusar del poder deja de ser visto como un escándalo y se convierte en práctica cotidiana.

Atreves de su  historia, la humanidad ha enfrentado tragedias visibles como: guerras, bombas que destruyen ciudades, dictadores que someten pueblos enteros. La República Dominicana no ha vivido un holocausto como el que dejó Adolf Hitler, pero enfrenta un enemigo silencioso y persistente: la corrupción moral. Su impacto no aparece en un solo estallido, sino en miles de pequeñas explosiones diarias que destruyen la confianza, los valores y el futuro.

La filósofa Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén, acuñó el concepto de la “banalidad del mal”, refiriéndose a cómo lo incorrecto puede convertirse en rutina sin que nadie lo cuestione. Eso es precisamente lo que ocurre en nuestra sociedad: la corrupción moral ha dejado de escandalizar y se ve como normal.

Este fenómeno se manifiesta en pequeñas y grandes prácticas.  Por ejemplo: el ciudadano que paga un soborno para evitar una multa, el político que compra votos a plena luz del día, el policía que busca su semanal en los puntos, el empresario corruptor, el funcionario que manipula cifras para maquillar gestiones: todo ello se convierte en una cadena de actos que, con el tiempo, ya no indignan. Como decía José Ortega y Gasset, “la corrupción de la inteligencia conduce al derrumbe de la civilización”. Cuando la corrupción moral domina, la sociedad entera entra en decadencia.

En la República Dominicana abundan expresiones populares que reflejan esa mentalidad: “política es para buscar lo suyo”, “el que no roba es porque no puede” “no seas pendejo”. Estas frases son prueba de que la corrupción moral no está solo en la élite política, sino en la cultura ciudadana.  Si la sociedad no cambia de mentalidad, siempre existirán justificaciones para lo mal hecho. Y allí radica el verdadero peligro: una ciudadanía resignada es el terreno fértil donde florece la corrupción.

El verdadero peligro no es el robo en sí, sino que lo mal hecho se vuelva costumbre. Cuando la gente deja de indignarse, la corrupción moral se convierte en un cáncer que destruye la confianza, mata los valores y enseña a los jóvenes que la viveza vale más que la honestidad.  La República Dominicana no se salva solo con leyes ni discursos. Necesitamos una revolución de valores: ciudadanos que no acepten lo indebido, políticos que entiendan que el poder es servicio y familias que enseñen que la honestidad siempre paga.

Este deterioro ético afecta directamente a la democracia. Cuando la corrupción moral se instala, la ciudadanía pierde confianza en las instituciones, el mérito se sustituye por la lealtad política, y la verdad deja de ser un valor central. El resultado es un círculo vicioso: líderes que no rinden cuentas, votantes que se resignan y generaciones jóvenes que crecen en un ambiente donde lo correcto parece inútil.

La gran pregunta que debemos hacernos los dominicanos es: ¿queremos seguir viviendo en un país donde lo mal hecho es costumbre, o estamos listos para cambiar la historia?

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