La creciente influencia de Israel en el gran juego de África

Mawadda Iskandar.

Ilustración: The Cradle

Mientras África resurge como campo de batalla por la influencia global, la creciente infiltración de Israel en el continente revela una agenda alineada con la hegemonía occidental, la explotación y la erosión de la tradicional solidaridad con Palestina.


África está siendo dividida una vez más, no por mapas y tratados, sino a través de redes de vigilancia, pactos militares y alianzas encubiertas. En el centro de esta nueva lucha se encuentra el Estado de ocupación israelí, que se ha insertado metódicamente en las venas políticas, de seguridad y económicas del continente.

Tras la retórica del desarrollo y la asociación, la campaña africana de Tel Aviv es una extensión de su proyecto colonial:desmantelar las solidaridades históricas con Palestina, asegurar puntos de apoyo estratégicos en un continente rico en recursos y convertir a los Estados africanos en armas al servicio de las agendas occidentales y sionistas.

Aunque las relaciones entre Israel y África nunca han sido objeto de atención urgente, la Operación Al-Aqsa Flood las ha vuelto a poner en el punto de mira. La operación de resistencia, que redefinió las alianzas regionales y puso al descubierto una complicidad de larga data, también puso de relieve el afianzamiento de la entidad ocupante en África.

Ese mismo año, Sudáfrica presentó una demanda histórica contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), acusándolo de cometer genocidio en Gaza. La medida no solo subrayó el compromiso de Pretoria con la causa palestina, sino que también reafirmó el legado continental de resistencia al colonialismo, ahora reavivado ante la expansión de la huella de Tel Aviv.

Durante décadas, África ha sido más que un interés periférico para Tel Aviv. Tras la apariencia de ayuda y agricultura en un continente que alberga a 1400 millones de personas y se extiende a lo largo de más de 30 millones de kilómetros cuadrados, se esconde una campaña concertada de penetración política externa y operaciones encubiertas.

Sin embargo, África no es un bloque monolítico. El mosaico de regímenes, prioridades y alineamientos externos del continente ha hecho que las incursiones israelíes adopten diversas formas, se ajusten a las ecuaciones internas y externas de cada Estado y, a menudo, se vean aceleradas por luchas de poder externas.

Un retorno calculado

Tras la Nakba de 1948, cuando Israel se declaró unilateralmente Estado, África seguía sumida en el colonialismo. Las primeras relaciones con el Estado ocupante se limitaban a Etiopía y Liberia.

Pero los cambios radicales en el orden poscolonial llevaron a Tel Aviv a recalibrar su estrategia y aprovechar la oportunidad para proyectar su poder mediante la ayuda, la formación y las alianzas en materia de seguridad.

Esto alcanzó su punto álgido a mediados de la década de 1960, para luego colapsar tras la guerra de octubre de 1973 y el posterior apoyo panafricano a la causa árabe, lo que redujo el reconocimiento de Israel a solo tres Estados africanos: Malawi, Lesoto y Suazilandia.

A pesar de ese colapso diplomático, Tel Aviv nunca se retiró por completo. En cambio, se adaptó, canalizando armas a movimientos separatistas en lugares como Sudán del Sur, ofreciendo servicios de inteligencia e integrándose en las estructuras militares de Estados como Zaire, Angola y Etiopía.

En la década de 1980, con la ayuda de los acuerdos de Camp David y Oslo y la fragmentación política del mundo árabe, Israel reconstruyó su presencia en África.

Actuó con discreción, aprovechando las crisis, la deuda y los vacíos diplomáticos para reinventarse no como un paria, sino como un socio en un panorama internacional ya muy concurrido.

Arquitectura diplomática de influencia

Hoy en día, Tel Aviv mantiene relaciones diplomáticas plenas con unos 44 de los 54 países africanos y tiene embajadas en al menos 11 de ellos, entre ellos Nigeria, Kenia, Etiopía, Ghana, Angola y Sudáfrica, con embajadores no residentes en los 33 Estados restantes. Mientras sigue buscando la normalización con otros países, la huella diplomática del Estado de ocupación en África ilustra el valor estratégico que asigna al continente.

Ruanda, Togo y Sudán del Sur se han convertido en los principales laboratorios para los experimentos israelíes de influencia y penetración. En África occidental y central, Tel Aviv aprovecha sus alianzas militares y de inteligencia en Nigeria, Kenia, Etiopía, Malaui, Zambia, Angola y Costa de Marfil.

Igualmente, notable es la normalización constante con los Estados africanos de mayoría musulmana. La reanudación de las relaciones con Chad, la normalización con Sudán y Marruecos y las gestiones con otros países tienen por objeto romper el frente pro-palestino dentro de las instituciones africanas.

El intento de recuperar el estatus de “Estado observador” en la Unión Africana, perdido en 2002, resume este impulso, pero hasta la fecha ha encontrado una feroz resistencia por parte de Argelia y Sudáfrica.

La seguridad y la vigilancia como caballos de Troya

Durante las últimas dos décadas, Israel se ha integrado activamente en la matriz de seguridad africana. Con el pretexto de la “lucha contra el terrorismo”, ha instalado regímenes de espionaje y vigilancia desde Kenia hasta Nigeria.

Instituciones como MASHAV, que aparentemente promueven el desarrollo, tienen un doble objetivo: extender el poder blando e integrar los marcos de control israelíes.

El Instituto Galilea, por ejemplo, recluta a funcionarios africanos para programas que combinan la formación en gestión con paradigmas de inteligencia, creando redes de élite preparadas para favorecer la visión del mundo israelí.

Las empresas cibernéticas de Israel, especialmente el Grupo NSO, han exportado software espía invasivo como Pegasus a gobiernos represivos para rastrear a disidentes y activistas.

Tras la Operación Al-Aqsa Flood, estas operaciones se han intensificado, con informes de centros de inteligencia que rastrean a la diáspora palestina y los movimientos del Eje de la Resistencia en toda África.

Puertas de entrada económicas al dominio estratégico

La actividad económica israelí en África no es mero comercio. Es una herramienta estratégica de control. En África Oriental, Tel Aviv domina los sectores de las infraestructuras, la agricultura y la salud. En África Occidental, sus empresas penetran en el riego, la minería y la logística.

Esta expansión económica tiene múltiples objetivos. Permite a Israel erosionar su aislamiento internacional fabricando legitimidad a través de alianzas africanas. Refuerza la seguridad del Estado de ocupación al facilitar la inmigración judía desde África y ayudar a vigilar a las facciones de la resistencia que operan en la región.

Desde el punto de vista geoestratégico, garantiza el acceso de Israel a corredores marítimos estratégicos, especialmente el estrecho de Bab al-Mandab, el Cuerno de África y el este de África, que limita con el mar Rojo y el océano Índico.

Por último, facilita la explotación de los abundantes recursos naturales de África, entre ellos los diamantes, el uranio y las tierras agrícolas, al tiempo que rompe la histórica solidaridad árabe-africana, especialmente en la región de la cuenca del Nilo.

La nueva lucha por África: viejas potencias, nuevas agendas

Mientras Tel Aviv fortalece su control, se enfrenta a una feroz competencia. El Cuerno de África sigue siendo el punto de presión geopolítico del continente. Es la entrada al mar Rojo, el sustento de los Estados del golfo Pérsico y un conducto para el 40 % del comercio mundial de petróleo.

Rusia está ampliando su influencia desde Etiopía hasta Sudán. En Eritrea, invierte en capacidades militares conjuntas y acceso naval. En Somalia y Sudán del Sur, aprovecha la extracción de recursos y el vacío político.

El creciente apoyo de Moscú, e incluso de Teherán, en Sudán y Eritrea se basa en las rupturas de Jartum y Asmara con Washington.

China se ha afianzado a través del comercio, que alcanzó los 167 800 millones de dólares en el primer semestre de 2024, así como de proyectos de infraestructura y una base naval en Yibuti.

En Etiopía, financia megaproyectos energéticos como la Gran Presa del Renacimiento. La diplomacia silenciosa de Pekín combina la explotación minera en Eritrea con proyectos petroleros en Sudán del Sur.

Los Estados del Golfo Pérsico, liderados por los Emiratos Árabes Unidos, utilizan como arma las inversiones portuarias y la adquisición de tierras agrícolas en Nigeria y Liberia bajo la bandera de la seguridad alimentaria.

Tras los Acuerdos de Abraham, se ha intensificado la coordinación entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel, especialmente en el Cuerno de África, donde ambos buscan contener la influencia iraní y turca.

Turquía, por su parte, se ha afianzado en Somalia mediante bases de entrenamiento militar y el desarrollo portuario, y sigue aprovechando herramientas de poder blando como la ayuda humanitaria, la solidaridad musulmana y los contratos de construcción para ampliar su presencia en África oriental y occidental.

Irán, aunque de forma menos visible, ha construido de manera constante vínculos económicos y de seguridad desde Eritrea hasta el Sahel. Su acercamiento a Argelia y Túnez señala un giro estratégico en el norte de África, en línea con su agenda más amplia del Eje de la Resistencia.

El equilibrio de África en un mundo multipolar

África se asemeja hoy a un tablero de ajedrez en el que las potencias extranjerasbuscan dar jaque mate. La penetración multifacética de Tel Aviv —diplomática, militar, económica— no es aislada. Se cruza con los intereses del Golfo Pérsico, Occidente e incluso China, y a menudo se ve impulsada por ellos.

Pero esta presencia sigue siendo frágil, dependiente de regímenes dóciles y de trayectorias de normalización. Por su parte, los Estados africanos no se quedan pasivos.

Están recalibrando, buscando el equilibrio entre antiguas lealtades y nuevas oportunidades, conscientes de que, en un orden mundial en rápida reconfiguración, su soberanía es el premio definitivo.

Traducción nuestra


*Mawadda Iskandar es periodista e investigadora especializada en asuntos del Golfo; ha producido varios documentales y publicado investigaciones.

Fuente original: The Cradle

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