La desintegración como peligro para la democracia
Francisco Cruz Pascual
La desintegración política es un peligro para la democracia. Los pueblos inventan a través de su legítimo derecho soberano, desesperados por el hastío de los liderazgos de los partidos de gobierno que no han podido solucionar problemas ancestrales, y votan por lideres inexpertos para que legislen o gobiernen.
Estos nuevos lideres que prometen solucionar de inmediato los problemas de las sociedades, casi siempre, alejados del conocimiento de los estadistas, colocan a las naciones en graves situaciones y sobre el deterioro del orden democrático que sus decisiones han provocado, surge una nueva democracia, desde las entrañas del populismo de izquierda.
Estos regímenes se afianzan institucionalmente en sociedades caracterizadas por problemas económicos, desesperadas ante la exclusión y a través de procesos de desintegración social.
La desintegración social se fortalece cuando aparecen en la sociedad tendencias hacia la fragmentación cultural y sobre la falta de cohesión social surge la crisis de legitimidad, y este acontecimiento da lugar a una situación clave para que la gente deje de tener confianza en las autoridades y entonces, aparece la crisis de representación política.
Lo anterior aparece en el escenario, porque los partidos políticos han hecho costumbre las candidaturas de actores poco calificados para desarrollar los procesos de un auténtico régimen representativo, marcando los derroteros actuales de la democracia en la América de habla hispana.
Esta nueva democracia que sustituye la anterior, es meno sesuda y no conoce de esperas, quiere lograr sus propósitos de sopetón. El escenario se llena de personajes de caricatura, lideradas por la imagen, el populismo y la efectiva manipulación mediática del soberano.
A pesar de que estos gobiernos de espectáculos han fracasado, se perpetúan en el poder del Estado. Ese fracaso se observa en variables específicas, como el hecho de que sus gobiernos no hayan obtenido suficiente crecimiento económico, no hayan logrado mejorar la distribución equitativa de la riqueza, ni tampoco hayan logrado resultados en el establecimiento de formas más amplias de participación ni mucho menos hayan alcanzado establecer un verdadero bienestar social cuantificable.
Los pueblos deben entender, que la política es para políticos, que ceder poder a personajes improvisados para ejercer el poder, puede que resulte en democracias fallidas (y que a su paso estos elementos), dejen una estela de malestar social e insatisfacciones profundas. Esto pone en evidencia que a causa de las limitaciones heurísticas y de interpretación de situaciones complejas, sean manejadas con legas actitudes, y con toma de decisiones erróneas. Las consecuencias a mediano y largo plazo de la generación de políticas ingenuas (en los aspectos sociales, económicos y culturales), es la ingobernabilidad.
La democracia es por demás, un campo de luchas que se regulan políticamente. Pero, también es un lugar en donde se organizan en orden lógico, las correlaciones entre diferentes posiciones antagónicas. Es sobre esa lucha que los diferentes actores consiguen erigir sus marcas, adquiriendo una identidad que nunca conseguirían si no entran en conflicto entre ellos mismos y con los poderes fundamentales.
Desde ese punto de vista, es que la democracia permite la adquisición de las identidades que se configuran desde el ámbito político y nunca desde otro ámbito. Para lograr estas identidades particulares, se requiere de la acción de sujetos que tienen en su haber capacidades mínimas de articulación, para poder consolidar propósitos.
Si los diferentes actores no se articulan entre sí, difícilmente los conflictos pueden alcanzar una categoría política, pues la política supone, en primer lugar, la articulación de las instancias que la constituyen. Es de esa manera que se explica, el por qué las dictaduras no siempre reprimen los movimientos sociales, sino que, en cambio, los organizan verticalmente con el objetivo preciso de que no puedan articularse políticamente.

