La desvinculación europea del imperialismo estadounidense es una cuestión de seguridad global
Lama El Horr.
Obra: El borrado, óleo sobre lienzo, Jean-Pierre Civade, 2023.
Con la excepción del bloque de la UE, parece que la inmensa mayoría del mundo está impaciente por un cambio de rumbo en Washington.
Al final de un mandato de cuatro años, el trío Blinken-Sullivan-Austin, escaparate de la administración Biden, se habrá distinguido por multiplicar los focos de tensión en todo el mundo:
una guerra híbrida entre la OTAN y Rusia, dos guerras genocidas, una televisada en Gaza y otra encubierta en el este del Congo, un conflicto sangriento en Sudán, con millones de refugiados, y el enésimo intento de acabar con Haití, todo ello coronado por mutilaciones masivas en el Líbano y la devastadora caída de Siria.
En cuanto a las sanciones extraterritoriales y las operaciones de cambio de régimen, desde Georgia hasta Venezuela, pasando por Irán, Pakistán y Bangladesh, se han mantenido o intensificado.
Es una obviedad que el éxito se mide por los resultados, por lo que es prematuro juzgar las acciones de Donald Trump. Lo máximo que podemos decir es que sus declaraciones a favor de resolver el conflicto en Ucrania han sido aclamadas en todas partes fuera de Europa.
En cuanto a sus intenciones de borrar Palestina del mapa, apoderarse de nuevos territorios (Groenlandia, Canadá, el canal de Panamá, el golfo de México) y apropiarse de los recursos naturales de Ucrania, son un indicador de la gravedad de las tensiones mundiales, pero también del tono de las discusiones en curso con Moscú, y futuras con Pekín, sobre el acceso a los recursos estratégicos, la seguridad de las cadenas industriales y de suministro, y el lugar del dólar en el comercio.
Ante esta reestructuración del panorama mundial, que está acabando con los privilegios occidentales tras el colapso de la URSS, los países europeos cometerían un error irreparable si decidieran, en contra de la corriente del cambio mundial, que su sumisión al imperialismo estadounidense es inevitable.
Afirmar una política independiente será sin duda una tarea ardua, ya que el Viejo Continente, encerrado tras los barrotes dorados de su prisión atlantista, se ha desconectado del resto del mundo.
El Viejo Continente, o el cazador cazado
Desde que Donald Trump y su equipo de antidiplomáticos criticaron públicamente a los líderes europeos en Washington, Bruselas y Múnich, se ha hablado mucho de la insolencia del estilo MAGA.
“Habría que llamar a un psicólogo para analizar este comportamiento”, bromeó un alto funcionario en Bruselas.
Sin embargo, por muy descarado que sea, este estilo no es más que una copia exacta del tono condescendiente con el que Washington y sus satélites europeos han sermoneado sistemáticamente a Pekín, Moscú, Teherán, Caracas y otros chivos expiatorios crónicos del bloque atlantista.
Lo que no tiene precedentes, además, no son los dictados de Washington hacia los europeos, sino el hecho de que estos dictados se comuniquen a través de los medios de comunicación, privando así a los europeos de su estatus de copartícipes del excepcionalismo americano.
Igualmente, llamativo es el contenido del mensaje de MAGA. Para justificar sus amenazas de recurrir al ultraproteccionismo contra la UE, o sus amenazas más exóticas de despojar a sus aliados de territorios estratégicos.
Donald Trump invoca el motivo de la “seguridad nacional”, un concepto elástico que permite a Washington legitimar el recurso al terrorismo político, económico o militar.
Estos métodos, evidentemente impactantes, no deben ocultar el hecho de que los propios europeos, siguiendo los pasos de Washington, han explotado hasta la saciedad este concepto de “seguridad nacional” para justificar la adopción de medidas coercitivas unilaterales, como la suspensión del Acuerdo Global de Inversión con China, la prohibición de Huawei en las redes 5G, el abandono por parte de Italia del proyecto BRI o la congelación y confiscación de activos rusos.
Así pues, no hay nada nuevo bajo el sol, salvo que Washington utiliza ahora este concepto, sinónimo de razón de Estado, incluso contra sus satélites europeos.
Sin duda, el mundo entero habría aplaudido estas precisiones si los gobiernos europeos no se hubieran desacreditado irremediablemente, una vez más junto a Washington, al alentar la sangrienta ocupación israelí de los territorios palestinos, al negar al pueblo saharaui —pero también a los pueblos de Haití, Cuba y Nicaragua— el derecho a la autodeterminación, al impulsar la fragmentación de la UE y la UE, al alentar la ocupación israelí de los territorios palestinos, al negar al pueblo saharaui —pero también a los pueblos de Haití, Cuba y Nicaragua— el derecho a la autodeterminación, al impulsar la fragment una vez más junto a Washington, al alentar la sangrienta ocupación israelí de los territorios palestinos, negando al pueblo saharaui —pero también a los pueblos de Haití, Cuba y Nicaragua— el derecho a la autodeterminación, al impulsar la fragmentación del Congo, Somalia, Siria y Yemen, y al cultivar una duplicidad belicista sobre Taiwán, a pesar de que todos los países europeos reconocen la política de «una sola China».
Para denunciar las ambiciones territoriales de Donald Trump, algunos líderes europeoshan considerado oportuno señalar que la inviolabilidad de las fronteras es un principio fundamental del derecho internacional, que debe aplicarse en todas partes.
Sin duda, el mundo entero habría aplaudido estas aclaraciones, si los gobiernos europeos no se hubieran desacreditado irreparablemente, una vez más junto a Washington, al fomentar la ocupación sanguinaria de Israel en los territorios palestinos, negar al pueblo saharaui —pero también a los pueblos de Haití, Cuba y Nicaragua— el derecho a la autodeterminación, impulsar la fragmentación del Congo, Somalia, Siria y Yemen, y cultivar una duplicidad belicista respecto a Taiwán, a pesar de que todos los países europeos reconocen la política de Una sola China.
Pero fue el anuncio de Trump de negociaciones de paz entre Washington y Moscú, señal de un reajuste de la estrategia imperialista estadounidense, lo que asestó el golpe definitivo al bloque europeo.
Es cierto que configurar la seguridad de Europa sin los europeos puede parecer incoherente, algo que no se le escapa a China, que se niega a aislar a Europa.
Al mismo tiempo, si tuvieran un mejor sentido de la cronología, los europeos recordarían que empujaron a la OTAN a las puertas de Rusia sin pedir la opinión de Moscú, y que organizaron conferencias de paz sobre Ucrania sin invitar a Rusia.
Las contradicciones no terminan ahí, ya que, según se informa, París ha ofrecido a Moscú un diálogo sobre Ucrania sin Ucrania, que Rusia parece haber aceptado, lo que sugiere que no es Moscú, sino Washington, quien busca aislar a la UE, es decir, impedir un acercamiento entre el bloque europeo y Rusia.
En cualquier caso, la presencia de los europeos en la mesa de negociaciones será secundaria mientras el bloque de la UE no sea más que una caja de resonancia de las decisiones de Washington, y más aún cuando Rusia considera su conflicto con Ucrania como una guerra indirecta de Washington contra Moscú.
La derrota estratégica de la vieja Europa
En el contexto de los sangrientos conflictos que sacuden el mundo, los países de Europa occidental no han sabido apreciar la dinámica geopolítica en curso.
Londres, París y Berlín, entre otros, no han comprendido que los movimientos de emancipación en todo el mundo les conciernen no solo como potencias (neo)coloniales, sino también como potencias vasallas, sometidas a la tutela estadounidense.
Este error de lectura —¿un pecado de orgullo? — les ha impedido definir el lugar de Europa en el mundo emergente.
Como resultado, a principios del siglo XXI, el Viejo Continente es una de las últimas zonas geográficas del mundo —junto con Guatemala, Filipinas y Japón— que no ha iniciado su lucha por la independencia.
Los últimos acontecimientos en la alianza transatlántica revelan de manera inequívoca que las grandes potencias europeas quieren mantener sobre sus cabezas la espada de Damocles que les ha despojado de su soberanía, les ha degradado económicamente y les ha desacreditado moralmente: el paraguas de seguridad estadounidense.
Es cierto, según nos confió un alto funcionario de Bruselas, que Estados Unidos no está exento de culpa y que su desprecio por las estructuras multilaterales, como la ONU y la OMC, es motivo de frustración para sus aliados europeos.
Sin embargo, este miembro de la Comisión Europea considera “difícil ver las relaciones transatlánticas como una amenaza”. En su opinión, no debemos fiarnos del alboroto mediático, ya que, hasta ahora, las amenazas de Trump han terminado en un “retroceso”, especialmente en lo que respecta a los aranceles.
No le falta razón, si tenemos en cuenta que este “retroceso” implica la adhesión de la UE a las condiciones de Washington, a saber:
una reorientación de las economías europeas hacia la industria armamentística, destinada, en gran parte, a apoyar la estrategia estadounidense de pivote hacia Asia-Pacífico y a alimentar el complejo militar-industrial estadounidense.
Esta carrera militarista conducirá inevitablemente a una exacerbación de las tensiones e incluso a una explosión de la inseguridad a escala mundial, en particular en los mares de China Oriental y Meridional, Oriente Medio y la región nórdica y báltica.
La locura ha alcanzado tales cotas que algunos profesores universitarios están haciendo campaña para que los miembros europeos de la OTAN se enfrenten a Moscú en esa zona.
Los pueblos de Europa pronto descubrirán que tal orientación política implica la aplicación de programas de ajuste estructural, similares a los que han asolado a decenas de países del Sur como consecuencia de su endeudamiento con el FMI y el Banco Mundial.
Estos programas no solo debilitaron sistemáticamente las instituciones y la soberanía nacional, sino que también comprometieron la prosperidad económica, los derechos de los trabajadores y la paz social.
Bajo el lema de la “autonomía estratégica”,la carrera armamentística de la UE hace temer una mayor tutela estadounidense sobre los europeos, con un palo más agresivo y una zanahoria más insignificante. En resumen, nos encontramos ante un caso en el que reforzar las capacidades de defensa nos debilita.
Quizás ha llegado el momento de abordar el tema tabú y cuestionar, de una vez por todas, la naturaleza europea de la UE, esta cámara de registro de las decisiones de Washington, que nunca ha sido capaz de aglutinar el espacio europeo en un polo de poder.