La expansión de la OTAN y la disolución del orden paneuropeo
Lorenzo Maria Pacini.
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Recorramos brevemente uno de los pasos fundamentales para llegar al statu quo actual: la disolución del orden que reinaba en Europa.
Primero dominar, conquistar
La opción de promover un orden mundial dominado por la hegemonía colectiva de Occidente tras la Guerra Fría tuvo profundas consecuencias para la seguridad europea.
Estaba claro que la ampliación de la OTAN comprometería los esfuerzos hacia una arquitectura de seguridad paneuropea integradora, provocando una nueva división del continente, el aislamiento de Rusia y el reavivamiento de conflictos latentes.
Muchos líderes políticos habían advertido de los riesgos de una nueva guerra fría como consecuencia de la expansión de la Alianza; sin embargo, se persiguió aprovechando la debilidad rusa, con la convicción de que cualquier crisis podría ser gestionada por Occidente.
La expansión de la OTANse concibió como una garantía contra futuros enfrentamientos con Rusia, que, paradójicamente, se habrían desencadenado precisamente por esta expansión. Esta contradicción, que llevó a Occidente al enfrentamiento directo con Moscú, se convirtió en un elemento central del nuevo orden mundial.
Ha habido muchos intentos de construir una arquitectura de seguridad paneuropea basada en los principios westfalianos de soberanía igualitaria, seguridad indivisible y un continente sin divisiones.
La expansión de la OTAN, por el contrario, rechazó este equilibrio de poder, favoreciendo la desigualdad de soberanía, reforzando su propia seguridad a expensas de la de Rusia y perpetuando la fragmentación de Europa con una alianza militar permanente en tiempos de paz.
La OTAN se convirtió en un instrumento para consolidar la hegemonía estadounidense en Europa y para la contención estratégica de Rusia, dificultando su capacidad de represalia nuclear.
Para Moscú, estos acontecimientos representaban una amenaza existencial, lo que le empujó a oponerse al unilateralismo occidental y a promover alternativas multilaterales, aunque siempre basadas en los principios westfalianos.
Un hogar común europeo frente a una Europa integrada y libre
Tras la división de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, los bloques capitalista y comunista intentaron mantener un equilibrio sin comprometer sus respectivos órdenes regionales.
Los Acuerdos de Helsinki de 1975 marcaron un punto de inflexión, al establecer un marco común para la seguridad europea y reforzar principios fundamentales como la igualdad de soberanía, la seguridad indivisible y el respeto de la integridad territorial.
Al mismo tiempo, se sancionaron principios de justicia, como la autodeterminación de los pueblos y el respeto de los derechos humanos.
Esta evolución favoreció las reformas internas de Gorbachov y su propuesta de un “hogar común europeo”, que preveía la desmilitarización de las relaciones exteriores con la disolución del Pacto de Varsovia y la OTAN.
El modelo imaginado por Gorbachov pretendía superar la lógica de bloques, sustituyéndolos por una única institución europea que armonizara las diferencias ideológicas.
Estados Unidos, sin embargo, contrarrestó esta visión con el concepto de “una Europa entera y libre” en 1989, rechazando también el proyecto de Mitterrand de una confederación europea.
Temiendo una posible unificación de Europa al margen de las instituciones atlánticas, Washington insistió en el universalismo de la democracia liberalcomo base del orden europeo, con el objetivo de extender el sistema transatlántico bajo su propio liderazgo.
La elección de los nombres, décadas después, suena realmente curiosa. Los angloamericanos nunca abandonaron la estrategia de marketing comunicativo según la cual EEUU representaba la libertad y Europa del Este la esclavitud y la opresión, incluso cuando resultó ser exactamente lo contrario.
A pesar de los numerosos contrastes, el final de la Guerra Fría propició avances en la integración paneuropea. La Carta de París para una Nueva Europa de 1990, inspirada en los Acuerdos de Helsinki, esbozó un nuevo orden de seguridad, reafirmando los principios de igualdad de soberanía, seguridad indivisible y un continente sin barreras.
En todo ello subsistía una contradicción entre el derecho de los Estados a elegir libremente sus alianzas y el principio de seguridad indivisible.
Aunque cada Estado tenía derecho a entrar en la OTAN, la expansión de la Alianza redividiría el continente y socavaría el concepto de seguridad común. Y puesto que la OTAN se convirtió en el principal garante de la seguridad en Europa, los estados no tuvieron más remedio que integrarse para garantizar su protección, ya que Washington se oponía a cualquier alternativa independiente.
Los esfuerzos rusos por promover una integración alternativa, como la unión económica propuesta entre Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán en 2004, se consideraron intentos de restaurar la influencia rusa y fueron rechazados por Occidente.
Una oposición similar se produjo con los acuerdos de seguridad entre China y otras naciones, demostrando que el principio de “libertad de elección” sólo se apoyaba cuando favorecía el orden atlántico.
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), creada en 1994 para reforzar los principios de Helsinki, siguió siendo marginal debido a la reticencia de Estados Unidos a compartir el liderazgo de la seguridad europea.
La OTAN se confirmó, así como el principal instrumento de dominación estadounidense en el continente. Como observó Brzezinski, “Europa es la cabeza de puente geopolítica esencial de Estados Unidos en Eurasia” y la OTAN sirvió para arraigar la presencia política y militar estadounidense en la región.
Dividir Europa para consolidar la hegemonía estadounidense
La expansión de la OTAN condujo a una nueva división de Europa y a una renovada hostilidad con Rusia.
En 1994, el presidente estadounidense Clinton reconoció que una ampliación de la Alianza podría volver a crear divisiones, e inicialmente propuso como alternativa una Asociación para la Paz.
Sin embargo, esta iniciativa se convirtió rápidamente en un trampolín para el ingreso en la OTAN, dejando clara la intención de Washington de integrar progresivamente en la Alianza a los países del antiguo Pacto de Varsovia.
A pesar de las garantías occidentales, Rusia interpretó estos movimientos como una amenaza para su seguridad. Ya en 1994 Boris Yeltsin advirtió a Clinton que la OTAN estaba creando “una nueva grieta en Europa”.
Muchos diplomáticos norteamericanos, como el Embajador Pickering, reconocieron la extrema sensibilidad rusa ante la expansión de la Alianza.
Sin embargo, en Washington prevalecía la creencia de que Moscú era demasiado débil para reaccionar. El Secretario de Defensa William Perry admitió que Estados Unidos había ignorado las preocupaciones rusas, tratándolas como una “potencia de tercera categoría”.
Muchos expertos en política exterior se opusieron a la expansión de la OTAN, temiendo que aislara a Rusia e imposibilitara una verdadera seguridad colectiva.
En 1997, cincuenta analistas norteamericanos escribieron a Clinton calificando la ampliación de la Alianza de “error histórico”. La estrategia norteamericana se basaba en la idea de que una Rusia debilitada tendría que aceptar el nuevo equilibrio de poder.
Esta presunción resultó ser errónea, provocando un deterioro de las relaciones y la aparición de una nueva fase de confrontación geopolítica.
Una estrategia de neocontención
Era necesaria una estrategia de contención totalmente diferente. John Matlock – embajador de Estados Unidos ante la Unión Soviética entre 1987 y 1991 y uno de los principales protagonistas de las negociaciones que pusieron fin a la guerra fría – subrayó que se había hecho creer a la opinión pública que la OTAN pretendía eliminar las divisiones en Europa, cuando en realidad éstas ya habían desaparecido.
En su opinión,
la expansión de la alianza militar, que había mantenido una línea defensiva en el corazón del continente, era una forma segura de reavivar las divisiones».
En lugar de cumplir el compromiso de construir una arquitectura de seguridad europea integradora, Matlock afirmó que Washington había repetido el error del Tratado de Versalles de 1919, excluyendo a Rusia e imponiendo un sistema de seguridad que perpetuaba su fragilidad.
A pesar de la retórica oficial sobre la extensión de la paz y la estabilidad, la OTAN se preparaba simultáneamente para una posible confrontación con Rusia.
Los partidarios de la decisión de Clinton de ampliar la alianza militar justificaron la iniciativa calificándola de “póliza de seguro” contra posibles tensiones futuras con Moscú.
Lo que Yeltsin percibió fue que sus interlocutores en Washington estaban preparando una póliza de seguros para garantizarse una ventaja sobre Rusia en caso de que las relaciones se deterioraran.
Ya en enero de 1994, antes de que se hubiera decidido la ampliación de la OTAN, el Secretario de Estado Warren Christopher y el asesor de Clinton sobre Rusia, Strobe Talbott, argumentaron que la ampliación de la alianza facilitaría la contención de Moscú.
Así, tras la Guerra Fría, la OTAN justificó su existencia haciendo frente a las amenazas contra la seguridad que su propia expansión había contribuido a generar.
El ex Secretario de Estado James Baker advirtió que esta estrategia corría el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida: los que apoyaban la ampliación de la alianza querían estar preparados por si Rusia respondía expandiéndose, pero esta misma expansión podría haberla empujado a hacerlo.
Criticando la vuelta a una política de contención, Baker subrayó un punto fundamental:
La mejor forma de hacer un enemigo es buscarlo, y me temo que eso es lo que estamos haciendo al intentar aislar a Rusia».
Para evitar provocar una reacción hostil por parte de Moscú o parecer demasiado agresivos, en 1994 los expansionistas del Consejo de Seguridad Nacional argumentaron que la cohesión de la OTAN dependía de la ambigüedad estratégicarespecto a Rusia.
Mientras que algunos Estados de Europa Occidental no estaban dispuestos a declarar abiertamente que Moscú constituía una amenaza, algunos países de Europa Oriental habrían perdido la confianza en la alianza si no se la percibía como un baluarte frente a Rusia.
Aunque los países de Europa Oriental tenían razones históricas para temer a Moscú, el uso de la OTAN como herramienta de contención agravó el dilema de seguridad, aumentando la inseguridad rusa.
Por tanto, la relación entre la OTAN y Rusia se ha desarrollado en torno a la contradictoria “dicotomía disuasión-cooperación”:
por un lado, la alianza intentaba contener a Moscú, por otro, trataba de tranquilizarla negando que la considerara un peligro, para evitar reacciones negativas.
A Estados Unidos le interesa mantener un nivel de tensión con Rusia, para alimentar la idea de una amenaza exterior, reforzar la cohesión de la alianza y limitar la integración económica con Moscú.
La influencia estadounidense en Europa depende en gran medida de la dependencia de la región de la seguridad garantizada por Washington: un exceso de confianza y estabilidad reduciría este control.
Además, el complejo militar-industrial ha desempeñado un papel clave en la promoción de la expansión de la OTAN, viéndola como una oportunidad para aumentar sus beneficios. Inventaron los think tanks como herramienta para reabastecer el territorio y librarse de parte del trabajo necesario para proceder a la expansión.
Hacia una nueva guerra fría
Muchos dirigentes estadounidenses eran conscientes de que los conflictos, e incluso la guerra, podían ser consecuencias probables de la expansión de la OTAN.
En 1997, durante una comparecencia ante el Senado, el embajador Matlock advirtió que la ampliación de la OTAN podría ser “el mayor error estratégico desde el final de la guerra fría».
Explicó que esta política
podría desencadenar una serie de acontecimientos capaces de generar la amenaza más grave para la seguridad norteamericana desde el colapso de la Unión Soviética».
En términos igualmente contundentes, Pat Buchanan, antiguo asesor de Nixon, atribuyó a Washington la responsabilidad del aumento del resentimiento en Rusia: “Es culpa de la élite estadounidense, que ha hecho todo lo posible por humillar a Moscú. ¿Por qué lo hacemos nosotros?
Buchanan predijo que Rusia acabaría respondiendo a esta amenaza, obligando a Estados Unidos a elegir entre un enfrentamiento con una potencia nuclear decidida a restablecer su esfera de influencia o una retirada de sus compromisos con la OTAN.
La expansión de la OTAN alteró profundamente el equilibrio militar europeo, contribuyendo al progresivo desmantelamiento de los tratados de control de armamentos.
El deterioro del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE), acentuado por el escudo antimisiles de la OTAN, fue una clara muestra de ello.
Incluso tratados fundamentales como el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM), el Tratado INF y el Tratado de Cielos Abiertos se vinieron abajo, marcando el declive de una arquitectura de seguridad basada en la cooperación y las obligaciones recíprocas.
Desde principios de la década de 2000, la OTAN ha seguido expandiéndose a un ritmo acelerado, al mismo tiempo que la Federación Rusa aceleraba su economía y comercio, reafirmando nuestro estatus como potencia global. Los estadounidenses –y los británicos– supieron cómo hacerlo y cuándo hacerlo.
Desestabilizar y disolver el orden paneuropeo era fundamental para abrir el camino al siguiente paso: llevar la guerra a Europa.
Y así llegamos al día de hoy.