La falta de conocimiento básico
Rafael Baldayac
Todo el mundo ha oído hablar de la Palabra de Dios, pero ¿Qué significa realmente? Los cristianos estamos convencidos de que la Palabra de Dios es el camino que nos revela su voluntad para nuestras vidas. Para entender mejor qué es, primero debemos saber su origen.
La Palabra de Dios proviene de la Biblia, libro compuesto por 66 libros, divididos en dos partes: Antiguo y Nuevo Testamento y fue escrita por muchos autores inspirados por Dios a lo largo de varios siglos.
Una porción se remonta a los tiempos bíblicos, alrededor del 1440 a.C, mientras que otros fueron escritos mucho después, hacia el 60 d.C. Aunque los autores variaron en cuanto a raza, cultura y época, el tema permaneció consistentemente el mismo: la relación entre la humanidad y Dios.
La Palabra de Dios contiene mucha sabiduría y conocimiento. Está llena de principios para guiar nuestras vidas y de enseñanzas que nos muestran el carácter de Dios y su amor incondicional. También nos muestra las maravillas de su Creación, el propósito de nuestras vidas y cómo llevar una vida agradable a Dios.
Ahora bien, el saber y el conocer son dos conceptos que, aunque relacionados, tienen significados distintos en el ámbito del conocimiento. Saber se refiere a la adquisición de información, hechos o conceptos a través del estudio, la experiencia o la educación sobre alguna materia, ciencia o arte.
Conocimiento, en cambio, implica una interacción más profunda y personal, que va más allá de simplemente tener información almacenada en la mente. Conocer implica una comprensión más íntima, una conexión emocional derivada de experiencias directas.
Hace unos 2.500 años, al profeta hebreo Daniel le fue revelado que en el futuro lejano habría una increíble explosión de “conocimiento científico”. Él escribió: “Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Daniel 12:4).
Ciertamente, hoy en día vivimos en una dinámica era de información, impulsada principalmente por el intercambio de datos científicos y la revolución digital. El afán de “estar informado” es incesante.
Sin embargo, lo que realmente hace falta es el conocimiento básico tan esencial para el bienestar del ser humano. En una época de exceso de información, el mundo sufre porque le falta no sólo el sentido común, sino también cierto conocimiento fundamental.
Otro de los profetas de Dios advirtió: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6). Según John Naisbitt, un observador de las tendencias mundiales, “nos estamos ahogando en información, pero tenemos sed de conocimiento”. ¡Qué paradoja!
¿Conocimiento y sabiduría, o información sin sentido? Como lo dijo un analista perspicaz: “Con la publicación de casi 1.000 nuevos libros por semana en los Estados Unidos, la presión por mantenerse informado es considerable. Pero existe una gran diferencia entre la información y la sabiduría”.
Claramente, información y sabiduría no son palabras sinónimas. La simple información no es suficiente. El escritor estadounidense Saul Bellow esboza esta disyuntiva fundamental: “Se nos informa acerca de todo, pero nada sabemos”.
En esto estriba la gran importancia de la Biblia. La inspirada Palabra de Dios se erige como una fuente sólida de conocimiento correcto. Esta provee el marco adecuado del conocimiento esencial, por medio del cual podemos comprender correctamente todas las demás informaciones que adquiramos.
Sin esta base fundamental, vivimos en la confusión, constantemente inundados con una avalancha de información que no podemos comprender completamente.
Pero cuando tenemos el fundamento correcto, el eterno Dios revela conocimiento espiritual profundo y emocionante a los que le creen y le obedecen.
“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6). Aunque hoy tenemos un mayor acceso a la Biblia de lo que tenían las generaciones anteriores, hacemos caso omiso a su contenido, con resultados devastadores.
Salomón advirtió: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; 16:25).
Cuando Dios creó al hombre, le dio la capacidad de adquirir conocimiento de las cosas materiales. Ciertamente, en nuestro tiempo lo hemos acumulado tan abundantemente como jamás soñamos.
¡Cuán acertado estuvo el apóstol Pablo cuando dijo que algunas personas “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad”! (2 Timoteo 3:7)./