La impotencia de la diplomacia estadounidense
Enrico Tomaselli.
Ilustración: Witkoff y Trump. OTL
Una primera evaluación de la acción diplomática estadounidense lleva, por lo tanto, a la conclusión inevitable de que existe un problema estructural, una incapacidad fundamental para gestionar, a este nivel, la contradicción entre el deseo de mantener un papel hegemónico y la pérdida de la capacidad para ejercer el poder necesario.
He señalado repetidamente la naturaleza contradictoria de la acción internacional de Estados Unidos, y en particular de su presidente, durante estos primeros meses de la administración Trump.
La distancia, por no decir la contradicción, entre las declaraciones de hoy y las de ayer, o entre las declaraciones públicas y las acciones concretas, es ahora tan continua que puede definirse como sistémica.
Y si al principio podía atribuirse a una táctica negociadora, destinada a alternar la presión y la persuasión y, en cualquier caso, a ‘desorientar’ a la otra parte, cada vez es más evidente que el resultado es más bien el de exaltar la falta de fiabilidad de los negociadores estadounidenses.
Además, lo que se presentó como la idea central de la estrategia diplomática estadounidense —es decir, “la paz a través de la fuerza”— ha parecido desde el principio un arma roma; de hecho, se trata de una línea creíble solo y exclusivamente si existe una voluntad efectiva y la capacidad de ejercer la fuerza, y no solo de amenazar con ella. Y, por supuesto, si se aplica a una contraparte que la teme.
La sensacional decisión de cerrar la campaña contra Yemen, por muy “maquillada” que esté con un discurso que intenta hacerla pasar por una victoria, es precisamente la lápida de esta línea estratégica. Cuando el adversario no está dispuesto a dejarse intimidar y la relación coste-beneficio es totalmente desfavorable, todo el sistema se va al garete.
Así vemos cómo, en las negociaciones con Moscú, las partes son incapaces de abordar las cuestiones con el mismo enfoque: mientras que Rusia siempre ha dejado claro que para poner fin al conflicto es necesario abordar sus causas profundas, Estados Unidos sigue centrado en el deseo de detener el conflicto cinético, y de hacerlo rápidamente.
Esto conduce a una creciente frustración subyacente por parte de Estados Unidos, que sin embargo atribuye a su homólogo ruso, o a los europeos o los ucranianos, negándose a reconocer que es su propio enfoque la causa principal del problema. El resultado es la dificultad para lograr avances concretos y la continua oscilación entre aperturas y amenazas de relanzamiento.
La misma situación se observa en las negociaciones con Irán. Tras aceptar el marco de negociación claramente planteado por Teherán (limitado a la cuestión de la energía nuclear militar y basado en el derecho internacional), Washington parecía encaminarse por una vía razonable de mediación, a pesar de la evidente irritación israelí.
Pero mientras crecía la confianza mutua en la seriedad de las negociaciones, Witkoff relanzó una vez más el enfoque agresivo, amenazando con la opción militar si Irán se negaba al ‘diálogo’, lo que obviamente significa si se negaba a aceptar las peticiones estadounidenses.
Witkoff relanzó esta opción, no solo pidiendo una serie de renuncias también relacionadas con la energía nuclear civil (que Irán tiene todo el derecho a mantener), sino también ventilando una vez más una posterior ‘extensión’ a otras cuestiones, como el apoyo al Eje de la Resistencia, que Teherán siempre se ha negado a discutir.
Por lo tanto, el resultado parece ser exclusivamente inducir a las contrapartes a dudar de la fiabilidad negociadora de la Administración Trump.
Por último, incluso en la compleja cuestión palestino-israelí, la Casa Blanca parece confiar más en la improvisación y en las ocurrencias de Trump que en una línea estratégica clara.
Aunque es bastante evidente que el interés de Estados Unidos es estabilizar la región, satisfacer los deseos de Arabia Saudí y quizás ‘contener’ la influencia iraní, incluso a costa de una divergencia con su aliado israelí, la incapacidad de establecer un rumbo creíble y de que sea aceptado por los distintos actores regionales (Tel Aviv en primer lugar) lo hace decididamente imposible de realizar.
Aunque una serie de señales indiquen la disponibilidad para una ‘ruptura’ con Israel(o más bien con el Gobierno de Netanyahu), la indecisión sobre ‘cómo’ obtener los resultados deseados acaba frustrando todos los intentos.
Parece claro que el objetivo es relanzar los Acuerdos de Abraham y que, para lograrlo, es necesario superar la resistencia de Riad, que exige como condición previa la adopción concreta de la solución de “dos Estados” y el fin del conflicto en Gaza y Cisjordania. Dos puntos en los que la oposición israelí es total.
Y aquí Trump está pensando en jugar su carta ganadora; según rumores creíbles de esta mañana, tendría la intención, con motivo de su inminente viaje a Oriente Medio, excluyendo a Israel, deanunciar el reconocimiento del Estado palestino.
En otras palabras, querría utilizar una declaración meramente simbólica, como sustituto válido de una realidad efectiva. Pensando que esto bastaría para convencer a los países del Golfo de normalizar sus relaciones con Tel Aviv.
Pero en cambio nos encontraríamos ante otra charla vacía, sin ninguna capacidad de influir realmente en la realidad, y que solo produciría un aumento de la desconfianza y la fricción (en particular con el Gobierno israelí), sin cambiar sin embargo el panorama general.
Desde el punto de vista estadounidense, la única vía viable es claramente forzar la caída del Gobierno de Netanyahu y sustituirlo por otro más maleable, dispuesto a poner fin, al menos temporalmente, a los conflictos que el Estado judío está reavivando en toda la región. Pero es muy dudoso que Washington tenga la voluntad y la capacidad para hacerlo.
Una primera evaluación de la acción diplomática estadounidense lleva, por lo tanto, a la conclusión inevitable de que existe un problema estructural, una incapacidad fundamental para gestionar, a este nivel,la contradicción entre el deseo de mantener un papel hegemónico y la pérdida de la capacidad para ejercer el poder necesario.
Esta “impotencia diplomática” es quizás el mayor problema al que se enfrenta la Administración Trump, empezando por el hecho de que la naturaleza del presidente no hace más que exacerbarla.
Traducción nuestra (Observatorio de los trabajador@s en Lucha)
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Fuente original: Enrico’s Substack