La nueva utopía capitalista. Un nuevo orden mundial

Enrico Tomaselli.

Ilustración: meer

Particularmente desde el siglo XX, esta concreción capitalista se ha encarnado en los Estados Unidos de América, que no sólo la han expresado en toda su extensión, sino que la han llevado a su máxima expansión hegemónica, realizando al mismo tiempo una simbiosis casi perfecta entre el poder económico privado y el poder político-militar estatal


Así como en el mundo físico, el de los cuerpos y las cosas, en el mundo histórico (el de las ideas, las pasiones y los acontecimientos, básicamente una especie de metamundo de la corporalidad) actúa la fuerza de la inercia.

Ideas que ya no tienen fuerza motriz, acontecimientos ya caducos, siguen actuando en el espacio y en el tiempo en virtud de haber sido actores dinámicos en el pasado.

Ocurre así que a veces,mientras el curso de la historia toma una determinada dirección, hay fuerzas que en cambio siguen yendo en otra, y no por una voluntad diferente, sino precisamente porque no han agotado el empuje cinético, porque no han comprendido el cambio en curso.

Sea cual sea la opinión de cada cual, al respecto, es cada vez más evidente que el mundo ha tomado una dirección diferente de la imaginada no hace tanto tiempo, y que este “giro” incluso se está acelerando.

Lo que estamos viviendo son tiempos de una gran transición, de un mundo unipolar, dominado por Occidente, a otro multipolar, en el que coexisten una pluralidad de realidades geopolíticas, cada una con su propia especificidad.

Sin querer profundizar aquí demasiado en las diferencias y similitudes entre las realidades que hoy aparecen en la escena mundial, como protagonistas y ya no como figurantes, es sin embargo incuestionable que un elemento fuertemente caracterizador de la hegemonía occidental ha sido, y sigue siendo, no simplemente una economía capitalista, sino una articulación particular del capitalismo, que históricamente, en medida variable pero creciente, ha ejercido un enorme poder de control sobre las naciones.

En particular, sobre todo desde el siglo XX, esta concreción capitalista se ha encarnado en los Estados Unidos de América, que no sólo la han expresado en su máxima expresión, sino que la han llevado a su máxima expansión hegemónica, al tiempo que realizaban una simbiosis casi perfecta entre el poder económico privado y el poder político-militar estatal.

Sin embargo, este modelo hegemónico, que como ya se ha dicho se enfrenta ahora a fuertes presiones que ponen en cuestión precisamente esta naturaleza, ha aparecido obsoleto, esperemos que superable, precisamente desde el punto de vista de esa masa de poder hipercapitalista que lo gobierna. E incluso antes de que su hegemonía fuera cuestionada en la escena mundial.

Fundamentalmente, este hipercapitalismo imagina un futuro en el que se supere su simbiosis con un poder estatal, para acceder a un verdadero gobierno mundial, supranacional y sobre todo de tipo “aristocrático” donde la legitimación del poder no venga de abajo, ni siquiera formalmente, sino de arriba, del poder mismo, ya que la riqueza sería en sí misma la sanción del derecho a mandar.

Este nuevo modelo de capitalismo globalista se encarna, desde hace más de cincuenta años, en el proyecto político del Foro Económico Mundial. En el seno de esta asamblea, en la que se coopta a quienes -independientemente de su posición económica- comparten su ideología, se elaboran y llevan adelante proyectos para realizar este nuevo orden mundial.

Evidentemente, no estamos hablando de una especie de Comintern capitalista; por su propia naturaleza, el capital es flexible, se mueve en una dirección, pero también sigue caminos diferentes.

Un ejemplo perfecto en mi opinión, especialmente en lo que se refiere a la articulación práctica, pero también a la psicología de quienes ‘actúan’ esta progresión hacia un mundo tan nuevo, lo representa el fundador de Microsoft, William Henry ‘Bill’ Gates III.

Gates, uno de los hombres más ricos del planeta, está convencido desde hace tiempo de la centralidad de dos cuestiones para el futuro de la humanidad: la alimentación y la salud. Y, como capitalista, ha abordado estas cuestiones principalmente invirtiendo sumas colosales tanto en la industria farmacéutica y la investigación médica como en la agricultura, comprando infinitas zonas agrícolas en todos los continentes.

En particular, Gates ha ejercido durante mucho tiempo una considerable influencia en la Organización Mundial de la Salud, no sólo a través de una llamativa financiación, sino también mediante su continua participación en proyectos e investigaciones, lo que ha terminado por convertirle en un socio muy escuchado de la organización, a pesar de que la OMS es una entidad multinacional y él un particular.

Un ejemplo macroscópico de cómo se ejerce esta influencia, y sobre todo de la dirección en la que empuja, lo encontramos en la perfecta sintonía entre el pensamiento de Gates y lo que es la última propuesta que ha salido de la OMS.

Según este proyecto, en efecto, la Organización Mundial de la Salud pide a todos los Estados que acepten un acuerdo internacional, según el cual, en caso de nueva pandemia, sería la propia OMS la que dictaría a cada Estado las normas para hacerle frente, ya no en forma de sugerencias o consejos, sino de obligaciones reales.

En esencia, el proyecto Gates-OMS prefigura exactamente ese gobierno mundial antes mencionado. No es relevante aquí si Bill Gates es o no un filántropo sincero, preocupado por el destino de la humanidad.

El punto básico es que, en virtud del dinero que posee, y el poder que esto le da, él cree que puede actuar de tal manera que determine la vida de miles de millones de personas, y que tiene el “derecho” de hacerlo.

Este proyecto de la OMS representa, de hecho, el mayor experimento de expropiación de la soberanía de los Estados y de negación, en su esencia, de la democracia, entendida como soberanía popular.

Por supuesto, nadie es tan ingenuo como para creer que la democracia es en realidad el pleno ejercicio de esa soberanía, y que los poderes económicos no ejercen ya su condicionamiento (cuando no su interdicción pura y simple) sobre el proceso democrático.

Pero aquí estamos claramente en una etapa superior, a saber, la expropiación abierta de la legitimidad del poder, barriendo incluso cualquier residuo formal.

El globalismo capitalista, del que Gates es uno de los principales exponentes, y que se vehicula a través de organismos como el FEM y, hoy, la OMS, no es sin embargo ni la única ni la más extrema forma de utopismo hipercapitalista.

De hecho, una nueva utopía, los llamados “Estados de la Red”, ha empezado a tomar forma recientemente. Se trata de una iniciativa nacida de la mente del inversor Balaji Srinivasan, fundador del Fondo del mismo nombre.

La idea está revestida de ideales que concuerdan perfectamente con cierto pensamiento imperante en Occidente, ya que pretende aspirar a la fundación de sociedades paralelas basadas en ideales libertarios y tecnológicos.

Apenas merece la pena mencionar aquí que casi todas las grandes empresas digitales nacieron bajo la bandera de los ideales libertarios, para acabar convirtiéndose en los principales impulsores de lo que Shoshana Zuboff denomina “capitalismo de vigilancia”.

La idea de Srinivasan, sin embargo, va aún más lejos, en cierto sentido “se quita la máscara”; en sus “Estados de la Red”, de hecho, el ideal libertario no se refiere a un mundo hipotético en el que todo el mundo es (más) libre, una especie de anarquía realizada, sino más simplemente -y más descaradamente…. – a un ‘lugar’ en el que los ricos están al margen de cualquier ley o norma que no sea la que ellos mismos han establecido, una especie de paraíso del capital.

Srinivasan piensa que Occidente está en un declive irrevocable, empezando por la aparición del Estado centralizado, que ha privado a los ricos industriales de poder con leyes antimonopolio, regulación de valores, bancos centrales, etc., y que en su lugar los individuos ricos pueden ahora reclamar su poder sobre las instituciones públicas, que han sido calificadas de corruptas (¿por quién? ¿si no por quienes tienen el poder de hacerlo?), y existe Internet y su moneda, Bitcoins, que pueden “sacarnos de la oscuridad”.

Este lugar utópico, basado en Bitcoins, se fundará -no hace falta decirlo- en “valores de Internet”, es decir, en algo que en el mejor de los casos no existe, que cada uno puede interpretar como quiera, pero que con toda probabilidad acabará representando una oportunidad más para crear “universos” tan distópicos como virtuales.

Un horizonte, éste, que sin embargo no satisface del todo a Srinivasan (y al resto de multimillonarios implicados en el proyecto) ya que -aunque inicialmente pudiera formarse online- el objetivo último es formar comunidades en el mundo real e incluso fundar nuevas ciudades.

El último sueño del capital, la liberación absoluta de la “mediación” de los Estados, y por tanto de sus leyes, para poder expresar plenamente su voraz poder.

Que alguien apague el ordenador del Sr. Srinivasan, por favor. Y, posiblemente, también el del Sr. Gates.

Articulo escrito para Meer el 06 de febrero 2024

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