La pequeña Marie y su madre, rostros del infierno que sufren los migrantes abandonados en el desierto entre Túnez y Libia
EL MUNDO. Se llamaban Fati y Marie. Sus cuerpos quedaron inertes, varados en el inmenso desierto. Hasta que hace unos días fueron encontrados. Fati Dosso, de 30 años, y su hija Marie, de apenas seis años, ponen rostro al infierno que están viviendo cientos de migrantes y solicitantes de asilo, abandonados por las fuerzas de seguridad tunecinas en la cruel frontera con Libia, una zona militarizada en tierra de nadie.
En las últimas dos semanas 25 personas han sido halladas muertas en esta frontera en medio de una ola de expulsiones masivas de migrantes desde Túnez hasta Libia. El lugar, pasado el cruce de Ras Ajdir, es inhóspito: un desierto donde las temperaturas pueden alcanzar más de 50 grados y donde nadie puede sobrevivir sin refugio, agua ni comida. Las autoridades tunecinas comenzaron una campaña de deportaciones a principios de este julio, cuando estallaron unos enfrentamientos alentados por el odio racial que ha agitado el presidente tunecino, Kais Saied.
Cientos de migrantes y refugiados subsaharianos, incluidos menores y mujeres embarazadas, se encuentran bloqueados en la frontera en estos momentos. En Ras Ajdir se han reeditado los campamentos improvisados que ya se levantaron en febrero de 2011, cuando los inmigrantes subsaharianos, árabes y asiáticos que trabajaban en Libia huyeron de los enfrentamientos entre rebeldes y tropas de Gadafi. Ahora, la situación se repite, pero en sentido contrario.
Si el drama que se vive en esta frontera tiene rostro, sin duda son los de Fati y su hija Marie. La red Refugees in Libya ha arrojado luz sobre su historia. Ellas no estaban solas, las acompañaba Mbengue Nyimbilo Crepin, conocido como Pato, el marido de Fati y padre de Marie, que ha sobrevivido a su pequeña familia. Está en shock desde que le enseñaron las fotos de los cuerpos: «Es exactamente la misma posición que las dos toman siempre para dormir. Tenía la esperanza de que tal vez sólo estuvieran cansadas y volvieran, pero hasta ahora no están ahí». Pato intenta superar el dolor de su pérdida: «Lo que me duele es que ellas sabían antes de morir que yo también moriría por el estado en que me dejaron, pero Dios me salvó. Me dirigí a Libia para sorprender a mi familia, más bien soy yo el sorprendido».
Organizaciones de derechos humanos tunecinas e internacionales, además de la ONU han condenado las expulsiones y maltrato a las personas migrantes, en especial de origen subsahariano, por parte de las autoridades tunecinas. Desde principios de año, Túnez vive una ola de tensión racial, jaleada por el presidente Saied, quien culpó a los migrantes africanos de todos los males que sufre el país.
Hace dos semanas, la Unión Europea firmó un acuerdo migratorio con Túnez. A cambio de 1.000 millones de euros, el país magrebí a cambio de cortar los flujos migratorios. Las costas tunecinas se han convertido en los últimos meses en epicentro de la emigración clandestina hacia el norte, sobre todo con destino a Italia, con más de 70.000 personas – tunecinos, pero también subsaharianos- en lo que va de 2023. En la otra cara de la moneda, más de 900 personas migrantes y refugiadas han muerto ahogadas en esta ruta del Mediterráneo, según revelaron el jueves las autoridades tunecinas.
Con las imágenes de Fati y Marie varadas en el desierto -que recuerdan al pequeño Aylan, el niño kurdo ahogado en las costas griegas en 2015– Europa se mira en el espejo para afrontar el verdadero significado de sus políticas de «externalización de fronteras».
HUIR DE LA VIOLENCIA
Pato llegó a Libia desde Camerún huyendo de la violencia del ejército, después de que soldados mataran a su hermana. Fati, cuyo nombre completo es Matyla Dosso, nació en Costa de Marfil y huyó de la persecución religiosa. Era huérfana. Nacidos en 1993, ambos se encontraron en Libia, en el campamento de Qarabulli, en 2016, desde donde se preparaban junto a otros refugiados para saltar a Italia. «Nos conocimos en junio de 2016 y tuvimos a Marie el 12 de marzo de 2017», cuenta Pato.
Expulsados a tierra de nadie, sufrieron los malos tratos de los gendarmes y el hambre y la sed. Abandonados en el inhabitable desierto, con otras 30 personas aproximadamente, sin agua, intentaron caminar adentrándose en Libia para llegar a la primera ciudad. Pato, exhausto, imploró a su mujer e hija que siguieran adelante sin él. Se fueron cuando él ya no tenía más fuerzas para seguir. Cayó la noche y unos sudaneses le encontraron y trataron de revivirle dándole agua. Le ofrecieron unirse a ellos hasta Libia. Pato caminó pensando que al otro lado estarían Fati y Marie. En redes sociales empezaron a circular imágenes de personas que habían muerto en la travesía. «Cuando me enseñaron las fotos reconocí sus ropas y sus cuerpos», declara a Refugees in Libya. Ahora lucha por saber a qué morgue las llevaron y poder recuperar sus restos: «Aunque me cueste la vida».