La poesía y la intuición del instante en Templo de Alan Smith Soto

Por Miguel Angel Fornerín

Gaston Bachelard en “L’intuition de l ‘instant” (2006) propone una poética que nos permite pensar el tiempo en la poesía. Tal como luego lo hiciera Paul Ricoeur sobre la narratividad (“Temps et récit”, 1983). La noción de instante es el núcleo central de la filosofía tiempo de Bergson como lo plantea en su discurso M. Roupenel. Bachelard define la filosofía de la intuición del tiempo en Bergson, como “philosophie de la durée”. En esta prevé cala me propongo leer la poesía de Alan Smith Soto dentro de una teoría en la que el discurso filosófico nos ayuda a explicar y comprender la poesía como acto de escritura de la temporalidad y la lectura. Desde el tiempo creado por el poeta hasta el tiempo de la vida en el que surge el lector.

Para Bachelard el tiempo poético se construye en el eje vertical, mientras en el horizontal parece el tiempo de la vida. Insistiré en el interés que brota del tiempo de la poesía a partir del lenguaje. De su forma. De ahí que podamos partir de su imagen de paradigma en la medida en que el poema va trazando, desde el momento del acto de escritura y la aprehensión del instante de la vida, como lo que lo que queda. Más allá de lo que permanece en la memoria. Esto hace diferenciar al poeta del memorialista, el narrador o al cronista de la época: el historiador.

 

En su libro de poemas (“Templo”, Huerga y Fierro, 2024) el poeta costarricense Smith Soto nos presenta la instalación de significado en lo poético. Todo el núcleo significante y sus rizomas (Deleuze & Guattari 1972:13) pueden leerse desde una invitación festiva al templo. Donde queda instalado el símbolo, el poema, el instante mismo de la mirada del objeto que remite a múltiples significados. Aunque hay un envío a elementos sagrados, leo el tempo como el espacio de silencio o el cofre en que podemos guardar la poesía-mundo en un momento de ruidos, de ensordecedor ruido, donde el ángel de la historia (Benjamin) ha visto los fulgores de otro pasado y un inadvertido futuro profetizado como anti-utopía.

El poema “Templo” traza justamente la relación entre la horizontalidad de la vida y la verticalidad del poema. En la primera un presente histórico narra la acción de un sujeto plural que entra al templo. Ya sea instalado en el espacio o resignificado en el poema, el templo acoge. Y en su forma, el poema reniega de la tradición poética en la medida en que se ha desvestido de todos los elementos que le dan forma al paradigma de la construcción clásica; ni las rimas, las aliteraciones, ni la concatenación de sonidos funcionan… El poema es el transcurso del paso del tiempo que capta el instante mismo del evento.

Idos los dioses hemos entrado al templo. La ausencia, el silencio. Los pasos. Al final solo queda el tiempo: el pasado y el futuro. La poesía en su discurso de cien años de vanguardismo está ahí abierta a nuestra comprensión de lectores del siglo XXI: ella habla del tiempo del hombre como tiempo de la vida, de sus pasos. Pero también ella es el tiempo poético que se instala en el mundo (Heidegger) como presencia y ausencia de las cosas: el templo viene a unir mediante la metáfora que según Ricoeur en “La Métaphore Vive” (1975), es: la presencia de un elemento ausente. El templo son los dioses idos y nosotros en el silencio del evento que marca nuestros pasos, como el ángel de la historia de Walter Benjamin, miramos hacia el pasado… y hacia el futuro.

Además de hablar que la “poésie est une métaphysique instantanée”, (103) es decir una metafísica del instante, Bachelard entra en ese viejo tópico de la teoría literaria de la relación entre prosa y poesía, recordemos el diálogo entre el filósofo y M. Jourdain en el drama de Molière, llega a decir que la estructura poética es la verticalidad, la profundidad y la altura; es el instante estabilizado donde las simultaneidades se ordenan y prueban que el instante poético es una metafísica (104). Sin la carga religiosa que puede tener este concepto, yo aclaro que lo interpreto como la potencialidad de la poesía de fundar lo nuevo y aquello que, como dijo Hölderlin, es lo que queda.

En el poema “Cuando terrible gime el huracán” (pág. 37), el poeta trabaja los dos ejes del tiempo. El tiempo de la vida y el tiempo del amor. La forma del itálico modo se expresa sin que los artificios petrarquistas, que pasan por el modernismo de Darío, hagan sonar la orquesta sinfónica, y se entrelazan los horizontes del ser con el paradigma de una poesía que se niega a retomar la horizontalidad de la vida. Solo en el amor los sujetos encuentran la profundidad del mito. El instante es el viento que azota la ventana. Conocedor de la tradición poética, Smith Soto abrevó en la corriente de una poesía fundacional, mientras los seres reclaman “los fueros de la vida” .

La simultaneidad de ambos tiempos que se leen en dos ejes: el horizontal de la vida y el vertical del poema que cuando se conjugan atenúan la tradición poética, dice mucho de ese entrecruzar el tiempo. Y elevar o resignificar lo que el poeta mira, ve, oye en un instante que trasciende su época…

En el poema “Paz” (pág. 27) el poeta ve lo que para él es frecuente y le da altura al “hacer constar” y al fundar en el poema “los metros verdes del árbol” y de pronto el evento aparece cual luz en el instante; son dos golondrinas “tras el techo” y ese instante de la vida se transforma en una referencia al cénit del planeta. Como en García Lorca, el mundo cósmico se une al mundo terrenal: como cielo y tierra en la poética de Heidegger. La paz del sujeto en su casa; la paz del mundo en la lectura. El huracán de la historia, una vez más transita al silencio del templo.

En el poema “El pan perdido” el alimento se abre a la vida.  Al tiempo horizontal que es para Bachelard “les devenir des autres” (105). Se encuentra con la vida y la pérdida con el tiempo. El instante como presencia se tropieza con el tiempo pasado, el hombre y la vida una vez más hacen una conjunción como el horizonte del poema que remite al mundo de la vida en el sujeto escritor. Como en el sujeto lector que refigura los objetos sustantivados en el espacio y las cuitas humanas que totalizan el discurso poético.

Sobre la vida y la poesía dice Meschonnic en “La rime et el vie” (2006): “Los viejos signos quieren escuchar la relación siempre nueva entre el ritmo y la vida” (18); el poema es en su conjugación horizontal vertical, una totalidad significante que no puede ser identificada con los procedimientos retóricos, sino con un fluir desde el instante de la mirada, el recuerdo y la escritura, en cuyo proceso es ritmo y es vida.  Es la vida fundada en el lenguaje en el único espacio en que ella puede ser verdadera y profundamente contradictoria entre una semántica del comprender el tiempo de uno y el tiempo del otro. La diversidad de lo humano. Y este es el corolario de esta lectura de “Templo” de Alan Smith Soto: Una poesía abierta a la comprensión del tiempo, desde la mirada del instante que busca el pasado y el futuro a la vez que instruye el tiempo como el trabajo y los días del hombre.

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