César Pérez.
En tiempos en que la extrema derecha recorre el mundo, enseñando sus fauces de bestia ensañada contra las conquistas democráticas.
Cuatro de los cinco países con las economías más grandes de esta región tienen gobiernos de izquierda. Dos de ellos, Brasil y Argentina, totalizan un territorio más grande que el de Europa, y si a eso le sumamos la importancia política y económica de México, además de la diversidad de la riqueza natural de Colombia y de otros países, estamos hablando de una zona con un potencial geopolítico de profundo calado. Por consiguiente, el peso del Estado será clave para materializar esa potencialidad y a eso apuestan de los principales dirigentes políticos de los referidos países, tratando de articularse para tal fin. De cara al futuro, el impacto que esto podría tener sobre nuestro país será decisivo.
En ese sentido, como nación, sería de mucha utilidad sabernos situar política, histórica y geográficamente en la región. En cuestiones sustantivas tenemos importantes semejanzas y serias diferencias. La historia, el idioma y muchas vicisitudes, reales y/o imaginadas, entre otras cuestiones, nos son comunes, pero en las últimas seis décadas nuestra historia económica y política es marcadamente diferente. En ese periodo, Argentina y Chile tuvieron dictaduras cuyos niveles de bestialidad solo son comparables a la barbarie vivida por la Alemania dominada por los nazis. Brasil ha sufrido los asesinatos de miles de ecologistas, incrementados durante el gobierno nazifascista de Bolsonaro y Guatemala numerosas matanzas de poblaciones originarias.
Aquí no se ha producido los niveles de criminalidad de El Salvador y Honduras, ni los endémicos asesinatos de dirigentes comunitarios y políticos de Colombia. A pesar de esos lastres, el crecimiento de Brasil, durante el primer mandato de Lula, sacó de la pobreza a más 40 millones de personas, el actual gobierno de Chile lleva a cabo una profunda reforma del sector salud, al igual que Colombia, que limitarán el peso del capital privado en el sector y deberá mejorar la calidad de vida de su población. A pesar sus vicisitudes, en esos dos países se ha mantenido una significativa producción intelectual en los temas de urbanismo y gobierno local, que tienden hacia el fortalecimiento de sus respectivas identidades nacionales
Nuestro país ha tenido una sorprendente estabilidad política y económica, la cual ha contribuido a que este se haya dotado de una significativa infraestructura vial, sanitaria y para la educación. No obstante, estos activos no se han conjugado con políticas sociales de inclusión social que sí se observa en algunos de los países arriba señalados a pesar de los lastres que por décadas han cargado su población, básicamente la más pobre. Y es que, a diferencia del nuestro, en todos ellos ha sido el Estado el principal impulsor de esas políticas sociales. Aquí el Estado, lejos de ser ese ente encargado del desarrollo, ha sido fuente de enriquecimiento del sector privado, básicamente.
Mientras en la región se fortalece lo público, aquí estamos discutiendo temas que por simple sentido común uno pensaría que no habría que discutir. En el sector salud, los gremios de médicos, con algunos miembros tan voraces como la asociación de clínicas privadas, mantienen una sostenida lucha contra unas ARS que el Estado de algunos de los países citados se plantean suprimir. En el estratégico sector energético se discute una Ley de Fideicomiso Público que, en lo referido a nuestro principal parque energético, Punta Catalina, algunos juristas que están por encima de toda sospecha de ser enemigo del sector privado, plantean que esa Ley, en discusión en el Congreso, deja evidentes brechas para que el sector privado, fideicomitente adherido logre, de hecho, una condición de también propietario.
Hay importantes discusiones sobre el papel del sector privado en otras iniciativas de desarrollo impulsadas por el Estado, donde se cuestiona el compromiso y función de este como defensor de lo público, una actitud que ha asumido la clase política que ha dirigido las instituciones del Estado durante las últimas décadas. Esta ha llevado a la práctica el discurso el interesado prejuicio de que el Estado es mal administrador. Las consecuencias han sido nefastas y se manifiestan en pobre calidad servicios básico, no solo de los más pobres, sino de una importante franja del sector medio. Ahí la pobre correspondencia entre los niveles de desarrollo humano del país con el desarrollo que hemos tenido en seis décadas.
En tenaz lucha contra la extrema derecha, la región vive un proceso de vuelta a la idea de que es el Estado a quien corresponde ser el principal, no el único, agente impulsor de desarrollo de las naciones. Pero una extrema derecha cree todo lo contrario. En caso de Brasil, enseñó sus garras desmontando importantes conquistas sociales del régimen anterior. La historia nos enseña que aquellos países, aún con una economía en sostenido crecimiento, si no se integran a los procesos de transformación que llevan a cabo en su entorno, en su región, y no aprovechan adecuadamente sus potencialidades, a la postre terminan en el camino de la perdición.
El peligro se multiplique en estos tiempos en que la extrema derecha recorre el mundo, enseñando sus fauces de bestia ensañada contra las conquistas democráticas que tanta sangre han costado