La voluntad política interpretada, matices y transición

Por Cándido Mercedes.

Es en los matices donde se encuentran las diferencias, las delimitaciones, las decantaciones de una visión holística, con toda la complejidad que ello trae consigo. Lo demás, es la simplicidad en el análisis, que bosteza en el maniqueísmo.

“…Pensar que solo en el cambio está la solución, sin que cambie también el contexto histórico social y político, es una utopía y un error. Nada cambia si no somos capaces de romper con lo anterior…”. (Pedro Baños: El Poder).

Atravesando las Siete Edades de la Globalización que comenzó con la edad del Paleolítico, 70000-10000, según Jeffrey Sachs, hasta la Era Digital en que nos encontramos hoy, en el Siglo XXI, caracterizada por la conectividad, la computación y la inteligencia artificial. La naturaleza humana, la psicología humana, es cuasi la misma. Cambia la tecnología, la cultura, la economía, las cosas. Lo que distingue una época de la otra no es lo que el ser humano produce, hace, sino como lo produce y con qué instrumento lo hace. Ello implica, inexorablemente, una redefinición que trae consigo, ineluctablemente, nuevos alcances de relacionamiento y mayores actores estratégicos en el escenario político-social.

La democracia recitativa en que nos encontramos, vale decir, una democracia laceralmente defectuosa que tiene su epicentro en gran medida, merced a la banalización de la política, cuyos responsables se encuentran situados en el horizonte de hace exactamente 26 años. Emergió una elite política que no estuvo al alcance de los desafíos ni de su generación ni de la agenda medular del país. Cada generación, como cada época, establece un puente como espacio vital, crucial, de la historia. No es el hacer lo que rubrica la historia, es el entorno, el contexto, el momentum que delimita la presencia de un estadista.

El contexto actual de la sociedad dominicana es el resultado de una acumulación de factores que trascendieron la infraestructura, para colocar los elementos de la superestructura como andamiaje nodal. Lo que queremos establecer es cómo la autonomía de la superestructura, donde se encuentran los elementos jurídicos políticos-ideológicos, penetraron en una cuasi disrupción que bloqueó, minimizó, por un instante, la base material de la vida social.

A partir de enero de 2017 la sociedad dominicana comenzó a mirar con nuevos ojos. Un emergente sistémico asumió la sumatoria para trastocar todo el desvarío que como cuerpo social veníamos viviendo. Por primera vez los nativos digitales y los inmigrantes digitales se unían bajo la bandera de un solo clamor: ¡Contra la corrupción, contra la impunidad, vamos a acabar contra esa barbaridad!

Nadie acotaba que se estaba viviendo un nuevo germen, un nuevo parto de la historia política dominicana. El tejido social se convertiría en tormenta, tsunami, huracán, tornado y terremoto para los que estaban en el poder que no querían ver, observar, mirar, que nuevas olas se cernían. No importó que se suspendieran las elecciones de febrero, no se desmayó y aun en medio de la más peligrosa ola de la pandemia, los dominicanos fueron a votar, y Danilo Medina Sánchez admitiría que esas elecciones fueron las más costosas. No entendieron que la política, en gran medida, genera un poder relativo. Hasta entonces se había creado una especie de democracia suicida, con huellas profundas de anomia institucional de hondo calado de desprecio a la institucionalidad. Allí donde la calidad de la democracia se degradó, degeneró, estrepitosamente. Se desvencijó de 70 a 42, para llegar a 37/100 en 2020.

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