Las acusaciones entre España y Argentina ponen en escena el ‘teatro de las vanidades’

Carmen Parejo Rendón

La política del espectáculo no entiende de ideologías o debate de ideas, sino de etiquetas que lanzar en medio de un incendio total y provocado de las emociones humanas.

Las etiquetas suelen proyectarse como caricaturas que no se corresponden con la realidad, pero que se reproducen en una ‘performance’ de la que de alguna manera todos son cómplices y que sirven como distracción ante los problemas reales.

La semana pasada, Argentina y España fueron las localizaciones de una puesta en escena de la política del espectáculo llevada a la esfera de la diplomacia.

«Yo he visto a Milei, en una tele, y según lo estaba oyendo cuando salió, no sé en qué estado, y previa a la ingesta o después de la ingesta de qué sustancia, pero salió a decir aquello (…) Y yo dije: ‘¡Es imposible que gane las elecciones un tipo que cavó su fosa!’. Pues no».

Esta sería la transcripción de las palabras que Óscar Puente, ministro de Transportes de Pedro Sánchez, dedicó al presidente argentino, Javier Milei, en la ciudad de Salamanca en un foro organizado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) sobre redes sociales.

Argentina y España fueron las localizaciones de una puesta en escena de la política del espectáculo llevada a la esfera de la diplomacia.

En su relato, Puente defendía lo que él llama la «autenticidad», y aconsejaba a los jóvenes que se quieran dedicar a la política a ser auténticos, porque los votantes, a su parecer, valoran este rasgo. Para ejemplificar, había destacado: «Hay gente muy mala que, siendo ellas mismas, han llegado a lo más alto», y es aquí donde señaló los casos de Donald Trump y de Javier Milei.

Si nos fijamos, no plantea ningún análisis político o ideológico sobre los gobiernos de Trump ni de Milei, no señala las medidas anticiudadanía que se están llevando a cabo en Argentina, no advierte que esta administración está vendiendo su país a pedazos o mermando los derechos de libertad de expresión tras el fin de la financiación a medios de comunicación públicos o el cierre de la emisión a cadenas como Telesur. Claro que debemos entender al ministro español. Es difícil desde el Gobierno de España, que a fin de cuentas trabaja para los mismos intereses y tampoco tiene gran problema con limitar el acceso a medios de comunicación (véase lo ocurrido con los medios rusos), criticar según qué cosas.

Óscar Puente se queda tan en la superficie que ni quiera acierta a especificar a qué intervención concreta de Milei se está refiriendo con lo de la ingesta de sustancias.

Argentina responde

La respuesta de Argentina no se quedó atrás. A través de un comunicado de Presidencia, el Gobierno argentino expuso todos los mantras de la extrema derecha en España contra el Gobierno de Pedro Sánchez, desde la alianza con sectores independentistas a la «preocupación» por las mujeres por la presencia de inmigrantes. Tampoco profundizó en relación a ninguno de estos elementos, siendo especialmente llamativo que el Gobierno argentino haya iniciado una respuesta diplomática contra España sin abordar ni una sola de las contradicciones de intereses que realmente existen entre ambas naciones —sobre todo las vinculadas con multinacionales de bandera española que operan en Argentina—, y sí a los habituales de la batalla cultural de la nueva derecha.

En enero de este mismo año, el medio El Economista publicó un artículo: ‘La pesca española en la mira de Milei: Argentina condena la llegada de la flota de Vigo a las Malvinas con permiso de Reino Unido’, donde se hacían eco de distintas denuncias en la prensa argentina sobre la monopolización de estas costas por los pesqueros españoles en connivencia con la ocupación británica de las islas.

Sin embargo, en una reciente entrevistacon la BBC, Milei asumió el control británico sobre estas islas en disputa, considerando este asunto a resolver al largo plazo y siempre sin enemistarse con el Reino Unido. Unas declaraciones que se entienden como un cambio sin precedentes en la política argentina que siempre había priorizado la recuperación sobre la soberanía de Malvinas. Sirva este escenario para comprender por qué el conflicto entre Sánchez y Milei nunca va a sobrepasar los límites de la batalla cultural.

Nuevo relato «simplista»

La democracia liberal siempre tuvo un punto de teatralidad. Los parlamentos fueron grandes tablas para el enfrentamiento discursivo. Con el avance de las comunicaciones, esa teatralidad fue transformándose en ‘show’. Grandes campañas, debates televisivos. Y, finalmente, se acortaron los tiempos y llegó la época del zasca, de la política en 160 caracteres, de la narrativa de una irreverencia malvada frente a un victimismo oportunista, o viceversa. De focalizar más en la vida personal o el carácter de los candidatos que en sus apuestas políticas. Un relato maniqueo, simplista, en el que no hay que convencer de las ideas —tampoco tenemos tiempo—, solo vender un producto.

No es de extrañar que en medio de un bombardeo incesante de giros dramáticos con fuerte carga emocional y poca explicación racional nuestras sociedades acaben votando a Javier Milei.

En sentido químico, las emociones duran solo un minuto y medio, que es lo que tarda nuestro cuerpo en metabolizarlas. Sin embargo, reforzadas por una idea podemos tener la percepción de que duran más tiempo.

No es de extrañar que en medio de un bombardeo incesante de giros dramáticos con fuerte carga emocional y poca explicación racional nuestras sociedades acaben votando cosas como Javier Milei. Estamos sobreestimulados y exhaustos.

Y no, no me equivoqué, existirá un Javier Milei persona, no lo pongo en duda, pero el presidente de Argentina es un producto, una cosa que vendieron los medios de comunicación oficiales y alternativos, y que incluso fue fomentado por sus rivales políticos. Pero no nos llevemos a engaños. Pedro Sánchez es otro producto, otra cosa, vendida en este caso, para un público asustado. Un negocio redondo en tanto a la forma geométrica que dibuja.

Dicen que la dictadura perfecta es esa que no aparenta serlo. Podríamos decir que el modelo bipolar de una sola cabeza, llamado en tono conciliador «bipartidista», lleva décadas representando esa dictadura perfecta dentro de las llamadas democracias liberales. La fase superior de este modelo hoy se refleja en un enfrentamiento de batallas culturales dentro de los distintos sectores del capital, una actualización bipartidista que además adquiere una dimensión internacional.

No obstante, hay matices. ¡Claro que los hay! La conversión de la pata derecha de este modelo en personajes histriónicos o malvados, ha servido para reforzar el otro producto, el de una socialdemocracia europea que hacía años que se había desmontado como tal y que abiertamente aplica políticas liberales, como es el caso del PSOE, y que de pronto, vuelve a presentarse como de «izquierdas». Al fin y al cabo, ellos sí mantienen las formas, o más o menos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.