Las Naciones desunidas

Por Nicolás Bera

A Laila Al-Shana

Los recientes eventos varados ante nuestros ojos parecieran ser, como recordaría la poeta estadounidense Elizabeth Bishop, un desastre. Quien lee su poema One art —en sus pulsaciones pero sobre todo en sus fibras— encontrará dos momentos recostados de espalda: El arte de perder no es difícil de aprender. La carrera del lenguaje promete a la tierra una colisión visible: anteceder el arte y la pérdida como una imagen subacuática de nuestro universo empírico.

No se pierde con el arte, pero el arte lo hace fácil de aprender.
Francesca Albanese, en su rigurosa investigación datada del primero de octubre del año 2024, documenta un recuento estadístico de la condición actual del desastre del lenguaje: Contar e incomprender el complicado trayecto hacia el espejo. Las limitaciones empiezan en nuestro universo y, con esto, compramos y vendemos el lenguaje para una contradicción más pulcra. Pero la palabra no aguanta más, y se cae.

Pensemos en la palabra árabe marḥaban (مرحباً) (mar-ja-ba), que significa bienvenido. Pensemos en su origen latino: benvenutus, de bene (bien o bueno) y venutus (venir o llegar). Quien llega bien a su casa tiene la posibilidad de ver su casa. Su pensamiento es ahora un límite en el mundo, un límite que encuentra su alma en la evidencia. Si la palabra cae, es decir, si tropieza hasta borrarse, entonces la búsqueda se vuelve una pérdida. Cada pérdida va construyendo un desastre, pero un desastre que sólo existe cuando se piensa.

Si le otorgamos valor y derecho a la humanidad recién descubierta, encontramos facilidad en los dispositivos móviles que hacen posible el universo del dilema. Desde ahí, somos testigos de un torrente insoslayable de palabras encontradas, perdidas, ganadas y destruidas, pero nunca asimiladas. Imagen como la confluencia de dos ríos: Uno pretende vivir, el otro se llama esperanza.

Son años sangrientos para nuestros ojos. En el centro del corazón del genocidio palestino hay un niño frente a una videollamada, que grita: ¡marḥaban! ¡marḥaban!, lanzado besos con su mano izquierda, observando la imagen del que se ve al otro lado de la pantalla como una persona que asimila su universo. El niño dirá, porque lo repetirá: Si veo la bienvenida del otro, también veo su realidad. ¿Qué dirá a continuación? ¿Abrazará mi espíritu hasta nombrarlo? ¿Me sonreirá de nuevo al despedirse? Pensará, cuando la videollamada esté a punto de terminar. Pero no su esperanza.

Vivir sin tener precio demandaría al universo revolvernos en él. Unos irán a comprar palabras y otros lo pensarán. Unos las comprarán pero no las leerán. Otros las leerán pero no lo sabrán. Algunos, incluso, nunca las conocerán. La civilización perdería sus medios de vida. Cambiaría lo que no se ha cambiado antes -viento, sed de prisma-, rompiendo el espejo, marchándose.

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