Las redes sociales y la guerra de posiciones
Carlos L. Garrido.
Ilustración: OTL-IA ( Leonardo AI)
Las personas desean, por naturaleza, dar sentido al mundo que les rodea. «Todos los hombres por naturaleza», como señaló Aristóteles hace mucho tiempo, «desean saber». Ninguna cosmovisión es más capaz de entender el mundo, de ayudar a la gente a darle sentido, que el marxismo. Se trata, por tanto, de una tarea a menudo bastante fructífera…La mayoría de las personas están dispuestas, si se les aborda correctamente, a aceptar la transición hacia una perspectiva que les ayude a comprender mucho mejor lo que les rodea, una perspectiva que, como nos enseña el gran Henry Winston, nos da visión incluso cuando perdemos la vista.
Perspectiva materialista histórica de las ideas
Las colecciones de ideas que poseemos están históricamente condicionadas por el modo de vida en el que existimos. Reflejan, en el ámbito de las ideas, las limitaciones y posibilidades del modo de vida social que domina la época, de las formas de relación social que impregnan nuestra vida cotidiana. Un campesino feudal no puede preocuparse por sus perfiles en las redes sociales, por los «me gusta» que obtienen sus publicaciones, los «compartidos» que reciben y los suscriptores o seguidores que han acumulado. Sin embargo, estas son preocupaciones centrales para la mayoría de la gente hoy en día. Vivimos en la era de la profilicidad como tecnología de identidad dominante. Como es evidente, todas las colecciones de ideas, preocupaciones, experiencias estéticas, deseos, creencias, etc. que están vinculadas al modo de curación de la identidad basado en perfiles dependen y se fundamentan en los desarrollos tecnológicos que ha alcanzado nuestra era. En términos marxistas, estos desarrollos a nivel de cómo pensamos (sobre nosotros mismos y sobre los demás) presuponen desarrollos en las fuerzas de producción. Del mismo modo, en la mayor parte del mundo occidental, ningún joven se preocupa por saber con quién le casará su familia. Estas preocupaciones pertenecen a una época pasada, a un modo de relación social que la humanidad ha superado.
Este es un componente central del materialismo histórico: la «ley del desarrollo de la historia humana» que, según el elogio de Engels, descubre Marx. Está formulada de manera enjundiosa en el famoso prefacio de 1859 a A Contribution to the Critique of Political Economy de Marx, donde escribe que:
El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, el fundamento real, sobre el que se levanta una superestructura jurídica y política y al que corresponden formas definidas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso general de la vida social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino su existencia social la que determina su conciencia.1
Instituciones ideológicas y falsa conciencia
Las ideas que llegan a dominar una forma de vida no existen en un ámbito trascendental. Por el contrario, se encarnan materialmente a través de instituciones y personas. La influencia de estas instituciones varía. Sin embargo, su propósito es el mismo: mantener el consentimiento de las masas (el subalterno) para el orden dominante. Su misión es garantizar la reproducción sin problemas del actual modo de vida. Al ser las instituciones dominantes que impregnan la vida cotidiana de la gente, no sólo consiguen que demos nuestro consentimiento (lo que implica un acto consciente de aceptación), sino que moldean nuestras visiones espontáneas y de sentido común del mundo hasta tal punto que somos incapaces de reconocer, con la excepción de esos grandes momentos de ruptura llamados «acontecimientos» en la historia de la filosofía, el carácter condicionado e implantado de nuestros pensamientos.
Como los esclavos de la alegoría de la caverna de Platón, desconocemos profundamente las estructuras que contienen el horizonte de nuestra visión de la realidad. Platón no podía estar más en lo cierto al subrayar el carácter doloroso del hipotético fugitivo de la caverna. No es fácil que nuestras nociones de la realidad se derrumben con tanta facilidad, que nuestros deseos, creencias, experiencias estéticas, etc. se vengan abajo. Como el esclavo fugitivo, que necesita dolorosamente reajustar sus ojos, la superación de la ideología burguesa es un proceso doloroso, no un «momento» espontáneo e inmediato. Cuando nuestras condiciones de vida están tan sistemáticamente impregnadas de mentiras y manipulaciones, todas ellas destinadas a impedir que sacudamos el barco, la verdad es dolorosa. La verdad es peligrosa. La búsqueda de la verdad siempre ha tenido, como señala W. E. B. Dubois, «un elemento de peligro y revolución, de insatisfacción y descontento, [pero] a pesar de ello, los hombres se esfuerzan por saber». Desde el asesinato de Sócrateshasta el de King, la sociedad de clases ha mostrado su proclividad a contraatacar con saña cuando se ve amenazada por los que dicen la verdad. Esto, una vez más, ya fue descrito proféticamente por la alegoría de Platón.
El capitalismo «es un orden social que necesita la aceptación general de una comprensión invertida de sí mismo… La realidad [necesita ser] puesta patas arriba». Pero no se trata, como señalaVanessa Wills, de un problema de «higiene epistémica». La raíz del «error» no está en nuestras mentes, es decir, en nuestro reflejo de los fenómenos objetivos en cuestión. Como ya he argumentado anteriormente,
es mucho más profundo que esto; la inversión o «error» está en el propio mundo… Este mundo se refleja a sí mismo a través de una apariencia invertida, y debe hacerlo necesariamente para reproducirse continuamente.
Como señalaron Marx y Engels hace mucho tiempo
Si en toda ideología los hombres y sus relaciones aparecen al revés como en una cámara oscura, este fenómeno surge tanto de su proceso vital histórico como la inversión de los objetos en la retina surge de su proceso vital físico.
La ideología capitalista es tan capaz de aceptar la verdad como los vampiros de consumir ajo. La verdad, que casi siempre está del lado de las masas, es su talón de Aquiles.
Cambio en los aparatos ideológicos dominantes
Sin embargo, las instituciones que nos difunden y nos inculturan en la ideología burguesa no desempeñan todas el mismo papel. Algunas son mucho más influyentes que otras. En el mundo medieval, la Iglesia era, sin duda, el «aparato ideológico dominante del Estado» (AIE). En la transición al mundo moderno, como señala Louis Althusser, «el Aparato Ideológico de Estado que se ha instalado en la posición dominante en las formaciones sociales capitalistas maduras como resultado de una violenta lucha de clases política e ideológica contra el antiguo Aparato Ideológico de Estado dominante, es el aparato ideológico educativo.» La escuela vendría a sustituir a la iglesia como piedra angular institucional de la ideología burguesa, la fuerza más dominante para la reproducción de la hegemonía burguesa.
En cierto modo, esto sigue siendo así. Es en las universidades, por ejemplo, donde las ideas con las que trafica la cultura popular se desarrollan por primera vez en su máxima coherencia. Es imposible concebir el «wokeísmo», la forma dominante actual del discurso cultural liberal, sin que sus cimientos ideológicos se hayan sentado hace décadas en la academia con la izquierda compatible fabricada por la CIA. La «política de la identidad» y la «cultura de la cancelación» tan popularmente debatidasen las mesas redondas nocturnas de la televisión distan mucho de estar enraizadas en la tradición comunista. Muy al contrario, lo que hoy llaman comunismo los entendidos derechistas se produjo explícitamente para desafiar al marxismo. Se les encomendó el papel de ser «recuperadores radicales», como los llama Gabriel Rockhill. Su trabajo consistía (y consiste) en recuperar las actitudes disidentes de las masas, especialmente de los jóvenes, en el redil proimperialista anticomunista. Como observó acertadamente Michael Parenti, estos teóricos del ABC (Anything But Class) se encargan de desarrollar «esquemas conceptuales que silencian el análisis de clase del marxismo».
Sin embargo, en la última década un nuevo terreno ideológico ha obtenido la posición dominante dentro de la hegemonía burguesa: los medios sociales. El estadounidense medio pasa hoy entre dos y tres horas en las redes sociales. Mientras que para unos pocos puede que sólo estén llenas de inocentes fotos de gatos monos, para la inmensa mayoría de la gente las redes sociales desempeñan un papel similar al de una polis tecnológica: un lugar donde tiene lugar la batalla de ideas o, mejor aún, la difusión de las ideas dominantes.
Aunque las escuelas sigan creando la base ideológica en la que se inculca a la gente, a menudo se ven incapaces de comentar las cuestiones urgentes del momento (con la excepción, por supuesto, de las universidades). En las redes sociales, en cambio, hay una manipulación activa e incesante de los acontecimientos en curso, cuyo alcance y consistencia superan con creces la influencia que puedan tener los debates universitarios sobre asuntos políticos. Su impacto, sin embargo, no puede entenderse simplemente a través de métricas cuantitativas. Cualitativamente, estos medios sociales han revolucionado la forma en que creamos nuestras identidades. Como ya he escritoanteriormente,
Vivimos en una época de perfiles. Lo que somos, nuestra identidad, está profundamente arraigado en la curación de nuestros perfiles para los compañeros en general, esos «usuarios» que validan nuestro contenido a través de diversos medios interactivos (me gusta, compartir, retweets, etc.). Nuestras publicaciones futuras se ven influidas por la reacción de las anteriores. Los que tienen éxito se repiten, los que no, no (a menudo se eliminan). La interdependencia dialéctica de lo individual y lo social adquiere una nueva forma en la era de la profilicidad. A través de estos «bucles de retroalimentación de validación social» (así los denominó el presidente de Facebook, Sean Parker) ajustamos nuestro contenido a la recepción del público en general. Nuestra identidad se elabora teniendo en cuenta cómo nos «ven al vernos». La observación de segundo orden se convierte en la norma; todo juicio está sujeto a cierto grado de mediación por la forma en que lo juzgado es visto por el par general. Estas son algunas de las ideas centrales del libro de Hans Georg Moeller y Paul D’Ambrosio, You and Your Profile: Identity After Authenticity. Aunque tiene algunos puntos ciegos (sobre los que espero arrojar luz en mi trabajo), es sin duda un texto esencial para comprender el modo dominante de la tecnología de la identidad en nuestros días.
Redes sociales, perfil y manipulación ideológica
El potencial de manipulación ideológica provocado por la aparición de la profilicidad es, en cierto modo, mucho más potente que nunca. Tras el golpe de Estado de 2019 en Bolivia, cuando se utilizaron 68 mil cuentas bot para hacer viral la narrativa imperialista en twitter, hice un estudio de caso sobre cómo se utilizó la manipulación de las redes sociales para legitimar el golpe. Escribí:
El uso imperialista de bots y cuentas falsas engendra un peer general artificial que funciona como la condición para la posibilidad de que el imperialismo controle uno real. Esto se debe a que, en un determinado punto nodal, cuando las cuentas falsas y los bots de refuerzo hacen que algo sea tendencia, la artificialidad de la reacción del general peer pierde su carácter artificial, un general peer compuesto por personas reales recoge el testigo a partir de ahí y barniza la reacción con un ropaje «orgánico» y «espontáneo». En la era de la profilicidad, la capacidad del imperialismo para controlar a los pares generales es una herramienta indispensable para la consecución de sus fines.
Independientemente de lo poderosas que sean las fuerzas armadas de un imperio, si no es capaz de hegemonizar el discurso sobre los acontecimientos históricos y contemporáneos, su legitimidad -tanto nacional como internacional- se tambaleará y lo hará susceptible de ser derrocado. Empresas como CLS Strategies, junto con los cómplices monopolios de las redes sociales de Silicon Valley, funcionan como herramientas indispensables del capitalismo imperialista en la era de la profilicidad. En una época en la que la identidad se construye a través de la elaboración de perfiles mediados por la observación de segundo orden y los circuitos de retroalimentación de validación social impulsados por los pares en general, la capacidad de manipular a los pares en general equivale a una capacidad sin precedentes del capital y del Estado para controlar lo que la gente piensa.
Además, el carácter abstracto de estos pares generales oculta la propia manipulación. Las personas construyen sus perfiles identitarios en función de cómo les gustaría que las vieran, pero los ojos de los iguales generales que ven están filtrados por gafas imperialistas de control parental. Ellos determinan cómo se verá un acontecimiento: se crearán y potenciarán cuentas falsas y se censurarán las que disientan. Esta condición se describe bien en un viejo chiste soviético en el que un diplomático ruso y otro estadounidense se encuentran: el estadounidense pregunta «¿para qué está aquí?», el ruso responde «para aprender sobre las técnicas de propaganda estadounidenses», el estadounidense dice «¿qué propaganda?», y el ruso responde «exactamente».
La censura es un componente integral que trabaja conjuntamente con el control de lo que se ve mediante el uso de bots y otras formas de impulsar las narrativas favorables al establishment. En todas las principales plataformas de medios sociales (sí, incluso en la llamada «X» de Elon Musk, amante de la libertad de expresión), las cuentas con un número considerable de seguidores que desafían la narrativa imperialista en cuestiones clave son a menudo prohibidas.2 Se trata de una tecnópolis de funcionamiento muy interesante, en la que a ciertos oradores se les da un micrófono para hablar por encima de otros, a otros se les silencia o se les baja a un volumen prácticamente inaudible, mientras que otros desaparecen por completo.
El Instituto para el que trabajo no es ajeno a estas tácticas de censura. Siete de nuestras cuentas de tiktok, la plataforma en la que recibimos cientos de miles de seguidores y millones de visitas, han sido directamente prohibidas. Como Edward Smith, Noah Khrachvik y yo mismo hemos señalado anteriormente,
Aquellos que mantienen a nuestro pueblo desinformado e ignorante, que han hecho del ataque a los que dicen la verdad el propósito de su vida, lo hacen bajo el disfraz insidiosamente categorizado de «combatir la desinformación». En su alambicada realidad inventada, como la llamó Michael Parenti, se presentan a sí mismos como los campeones de la verdad y la libertad de expresión, una paradoja tan risible como un carnicero vegetariano…
[En el modo de vida capitalista-imperialista], la libertad de expresión y de los medios de comunicación es, por lo tanto, en realidad la libertad de expresión y de los medios de comunicación pro-capitalistas. La descripción de V. I. Lenin de los medios de comunicación en la sociedad capitalista suena más cierta que nunca en la década de 2020, está dominada por una «atmósfera de mentiras y engaños en nombre de la ‘libertad e igualdad’ del capital, la igualdad de los hambrientos y los sobrealimentados». Cualquier afirmación absoluta sobre la libertad de prensa debe ir seguida de la pregunta leninista: «libertad de prensa… ¿para qué clase?». La libertad de los medios capitalistas para engañar a las masas en su defensa del orden existente está en contradicción con los intereses de las masas en buscar y dar a conocer la verdad.
El poder de controlar el flujo de ideas a través de estos diversos medios hace que las redes sociales, como terreno ideológico dominante (o, al menos, uno de los dominantes) de nuestros días, sean prácticamente (valga el juego de palabras) inigualables.
¿Qué deben hacer los comunistas?
Algunos miembros de la izquierda comunista denigran a menudo el papel de las redes sociales. Es sólo online, no tiene nada que ver con la realidad», se suele decir. A veces, el trabajo ideológico en línea se contrapone desfavorablemente a las protestas en las calles. Se dice que los que están en la calle hacen algo, mientras que los que están en Internet no.
Hay un núcleo racional en este sentimiento general incorrecto. Es
cierto que las características antisociales de los «socialistas identitarios» (como los llamo en El fetiche de la pureza), los que se pasan todo el día en línea iniciando peleas y divisiones en Twitter, exigen un reencuentro espiritual con la realidad. Deben «tocar hierba», como dice la expresión.
Pero es incorrecto, sobre esta base, denigrar el trabajo en línea en su conjunto, o considerarlo «irreal» en relación con las protestas. Los medios sociales se han convertido en uno de los terrenos ideológicos más importantes de nuestros días. Es un campo en el que, como diría Gramsci, hay que librar la guerra de posiciones. Por mucha censura, prohibición en la sombra y manipulación que se produzca en este campo ideológico, sigue siendo uno de los lugares más importantes en los que los comunistas deben participar, librando la lucha por los corazones y las mentes de la gente. Ignorar hoy el trabajo en línea equivale a que los revolucionarios franceses ignoraran la institución de la iglesia en sus luchas contra el absolutismo feudal. Hay una diferencia clave, por supuesto. Mientras que a la Iglesia, en su apogeo como aparato ideológico dominante, había que combatirla desde fuera, hoy los medios sociales, como terreno ideológico dominante, presentan un campo de lucha interno.
La guerra de posiciones en las redes sociales, por necesaria que sea, no es, por supuesto, suficiente. Si todas las cuentas de Twitter (perdón, «X») siguieran al Midwestern Marx Institute, o a cualquier otra organización de la izquierda comunista, eso no significaría que estuviéramos cerca de hacernos con el poder. No se puede evitar la organización en la vida real. Organizarse en los lugares de trabajo y en las comunidades sigue siendo lo más importante que se puede hacer. Es ese trabajo de base el que Silicon Valley no puede «prohibirte».
Para librar con éxito una guerra de posiciones en las redes sociales se necesitan medios a través de los cuales las personas convencidas de nuestro bando en Internet puedan participar en la organización de sus comunidades. La gente debe pasar de estar simplemente de acuerdo con estas ideas en Internet a ayudar a construir organizaciones sobre el terreno, a construir instituciones contrahegemónicas de la clase trabajadora. La guerra de posiciones en Internet debe combinarse con la preparación de las bases materiales e institucionales (es decir, partidos y organizaciones de masas) para la guerra de maniobras sobre el terreno. Por supuesto, el hecho de que estas organizaciones estén «sobre el terreno» no les permite evitar la guerra de posiciones en línea.
Guerra de posiciones en línea
¿Cuál es la mejor manera de librar la guerra de posiciones en Internet? ¿Condenar a todo aquel con el que no estemos totalmente de acuerdo por ser la palabra de moda es el camino a seguir? Claramente, este modo de compromiso fetichista de la pureza, como he argumentado antes, te deja rodeado sólo de aquellos con los que ya estás de acuerdo. Reduces las tareas pedagógicas y de reclutamiento del comunista a alguien que se limita a cantar al coro. La batalla de ideas, la guerra de posiciones, se basa fundamentalmente en el convencimiento. No puedes avergonzar a alguien para que esté de acuerdo contigo. Hablar con desprecio a los trabajadores con actitudes paternalistas de clase media es literalmente lo contrario de lo que parece una guerra de posiciones exitosa. Usted no quiere que los departamentos de RRHH o de gestión de la DEI sean lo primero en lo que piense alguien cuando hable con usted. Todo lo contrario.
Vivimos bajo un modo de vida capitalista moribundo. Eso se reflejará en algunas de las cosmovisiones espontáneas de sentido común de las personas que este modo de vida produce. Debemos ser pacientes y flexibles, no bruscos y rígidos. Nuestro objetivo es convencer. Ganarnos el corazón y la mente de la gente. Lo primero que hay que reconocer, por tanto, es que cualquier enfoque de «talla única» fracasará. El punto de partida (es decir, la visión espontánea del mundo) que tienen las personas difiere, a menudo más o menos en función de ciertas diferencias regionales, generacionales y de otro tipo. Debemos tenerlas en cuenta en todas las conversaciones.
Pero, ¿cómo debemos empezar? ¿Qué debemos buscar?
Pues bien, Gramsci es aquí quizá nuestro maestro más importante. Si quiero ir de A a B, no puedo simplemente teletransportarme directamente de A a B. Quizá algún día aparezca la tecnología que me permita hacerlo. Por ahora, si quiero ir de A a B, necesito encontrar un punto de contacto, un camino, o una serie de caminos, que al conectarse a mi paso me permitan llegar a mi destino. El proceso de convencer no es diferente. Si no hay un punto de contacto, no se puede «ganar» a alguien para nuestro bando. El proceso de «convencer», al igual que el proceso de ir de A a B, es un viaje, una empresa o, en pocas palabras, un proceso. No ocurre instantáneamente. Requiere tiempo.
Para que este proceso pueda comenzar, es necesario encontrar el punto de contacto. Toda visión espontánea del mundo que tengan las masas, por muy arraigada que esté en diversas formas de ideología burguesa, debe contener, no obstante, algunos núcleos racionales, «puntos de contacto» que podamos localizar y a través de los cuales podamos iniciar el viaje. Esta es, para Gramsci, la esencia de la guerra de posiciones. La tarea de los comunistas, de la dirección intelectual del movimiento obrero, es encontrar, en las incoherentes, ambiguas y espontáneas comprensiones y sentimientos de sentido común de las masas, aquellos núcleos racionales que puedan ser desarticulados de su actual visión del mundo, y rearticulados hacia el marxismo. (Para más información, véase mi capítulo con J.P. Reed en la antología de Elgars sobre Gramsci).
Concretamente, ¿cómo se ve esto?
Bueno, por ejemplo, en los EE.UU., la gran mayoría de la gente está de acuerdo con los valores de la Declaración de Independencia. Sin embargo, los valores de la vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad, el derecho a la revolución, etc., no se han hecho realidad para la masa de la población bajo el orden dominante. ¿Cómo pueden actualizarse estos valores igualitarios y emancipadores bajo un sistema que produce, por un lado, una enorme riqueza controlada por unos pocos y, por otro, una inmensa miseria, deuda y opresión para la mayoría? Es imposible. Los ideales universales de la clase capitalista siempre han estado limitados a su clase: nunca han sido, desde el principio, nada más que la libertad del capital para explotar y la falsa «democracia» de los capitalistas para elegir a las marionetas políticas que gobiernan a la masa del pueblo. Por eso, como he señalado antes,
Ante las crecientes desigualdades y disparidades, [en las décadas de 1820 y 1830] pensadores como Langdon Byllesby, Cornelius Blatchley, William Maclure, Thomas Skidmore y otros, desarrollaron los ideales jeffersonianos de la Declaración de Independencia hacia el socialismo, lo que consideraban su conclusión práctica y lógica…
A lo largo de los tiempos, generaciones de socialistas estadounidenses han apelado a la Declaración de Independencia para defender el socialismo de una forma que conecta con el sentido común del pueblo estadounidense. Destacados historiadores y teóricos de la tradición socialista estadounidense, pensadores como Staughton Lynd, Herbert Aptheker, W.E.B. Dubois, Eugene Debs, William Z. Foster y otros, han profundizado en el tema, señalando que, independientemente de las limitaciones encontradas en la fundación del experimento estadounidense, fue un acontecimiento históricamente progresista, cuyo espíritu [sólo] pueden continuar hoy los socialistas y comunistas.
Así que aquí tenemos un ejemplo de un punto de contacto, un núcleo racional, dentro del sentido común de nuestro pueblo que puede, e históricamente se ha intentado, ser desarticulado de sus orígenes de cosmovisión burguesa, y rearticulado hacia varias socialistas.
Este es un ejemplo que se viene utilizando desde la década de 1820. Pero, ¿cómo, en la era de la profilicidad, podemos hacerlo específicamente a través de las redes sociales?
Los elementos esenciales siguen siendo los mismos. Encuentre a las personas e instituciones que desempeñan los papeles más influyentes en la formación del sentido común de diversos sectores de las masas estadounidenses. Dentro de las visiones del mundo que elaboran, encuentre los núcleos racionales, los puntos de contacto, con los que pueda establecer un terreno común en las discusiones con los espectadores y lectores de la clase trabajadora de estos ideólogos. Comienza siempre las discusiones con esos puntos de contacto, las ideas de sus visiones del mundo que pueden ser dislocadas de la propia visión del mundo y utilizadas como una vía para la nueva perspectiva. Estos núcleos racionales, por supuesto, diferirán según las distintas fuentes.
Por ejemplo, hace unas semanas comenté un vídeo de Andrew Tate, el hombre que en su día fue la persona más viral de Internet. Se trata de alguien que tiene una gran influencia ideológica en nuestras sociedades, concretamente en la juventud, que encarna el futuro de cualquier proyecto revolucionario. El vídeo que comento es uno en el que Tate describe el trabajo asalariado como una forma de esclavitud asalariada. Esto es, para los marxistas, claramente un punto de contacto, un «núcleo racional» dentro de la cosmovisión tateiana.
Sobre la base de este punto de contacto, desarrollo la historia a menudo políticamente ambigua de la crítica de la esclavitud asalariada (por ejemplo, al tiempo que era un pilar de la crítica socialista del capitalismo, también era un componente central de la defensa de los plantadores sureños de la esclavitud mobiliaria, que sostenían que era menos mala y nefasta que la esclavitud asalariada). Luego, sobre la base del acuerdo con Tate del carácter servil del trabajo asalariado, desarrollo una crítica de cómo esta comprensión es sofocada por la cosmovisión tateiana que acababa de formularla. Para Tate, la crítica de la esclavitud asalariada y de la «matriz» no es la base de un proyecto emancipatorio colectivo. No está arraigada en una comprensión científica y marxista de la economía política capitalista. Por lo tanto, desconoce por completo las leyes internas del movimiento y las contradicciones que empujan al sistema hacia su propia destrucción. No es consciente del papel del proletariado como sepulturero del modo de vida que los produjo como clase.
Tal vez se trate menos de una cuestión de ignorancia por parte de Tate, y más de una toma de conciencia de sus intereses de clase como parte de la (a menudo burlada) nueva burguesía. En cualquier caso, el resultado es el mismo: una comprensión sofocada de ese fenómeno al que hemos gravitado como «punto de contacto» y una formulación individualizada de «escapar de la matriz» haciéndose rico (una actividad de la que se beneficia enormemente a través de la «Hustlers University»). Tate no creó esta forma de recuperación radical, y tampoco es el único que la predica hoy en día. Es fundamental para lo que Dubois llamó la Asunción Americana, la noción de que a través del trabajo duro uno puede elevarse y hacerse rico. La diferencia es que en los siglos XIX y XX esta ideología se daba dentro de los confines de una apologética directa del capitalismo estadounidense. El capitalismo posterior a 1848 entra en una etapa claramente reaccionaria, en la que se deshace incluso el barniz de progresismo que dominaba el periodo anterior. En este mundo posterior a 1848, como Georg Lukács señaló hace tiempo, la defensa del capitalismo tiene que presentarse, de una forma u otra, como una «apologética indirecta». La crítica superficial y culturalista de un «capitalismo» (o matriz) a menudo mal identificado se ha convertido en un componente esencial para la aquiescencia con el sistema que la crítica toma como objeto de crítica.
Lo que ha ocurrido en el comentario de Tate es precisamente lo que Gramsci espera de nosotros en la guerra de posiciones. Localizamos el núcleo racional y, sobre la base de una comprensión superior del fenómeno, lo dislocamos de la cosmovisión tateiniana hacia una marxista. En el proceso mostramos el papel que desempeña Tate como recuperador radical de la «matriz» de la que, de manera muy sofista, encarga a la gente que le ayude a «escapar».
Después de que este vídeo saliera a la luz, hordas de liberales que piensan que una hoz y un martillo en sus biografías de las redes sociales les convierte en comunistas vinieron a por nosotros por «platformizar» a Tate y dar credibilidad a sus ideas. Esta crítica, por supuesto, carece de cualquier semblanza de la comprensión marxista de la guerra de posiciones. Ni convencer al propio Tate ni compartir sus ideas eran el objetivo del vídeo. Lo que el vídeo consigue (o al menos lo intenta) es literalmente lo contrario: ser lo más eficaz posible para alejar a la gente de Tate y acercarla al marxismo. Se puede argumentar que he fracasado en esta empresa, que se podría haber hecho un trabajo mejor. Pero no negar, sin embargo, que ésta es la mejor vía para combatir a los adversarios ideológicos. Produce un doble efecto, la eliminación de un adepto a tu adversario y la adición de un adepto a tu proyecto revolucionario. Este es el mismo doble efecto que tuvo la huelga general del proletariado negro durante la Guerra Civil (eliminar la base productiva de la economía sureña mientras se añadían soldados, espías y trabajadores a las fuerzas del Norte), lo que les permitió ganar la batalla a las fuerzas de liberación humana.
Tate no es ni mucho menos el único individuo con el que deberíamos hacer esto. En el Instituto, cada uno de los principales expertos de la burguesía, incluso los que se presentan como «anti-establishment» y «anti-estado profundo», reciben este tratamiento. Hemos comentado de la misma manera a figuras de todo el espectro político burgués estadounidense, desde David Packman a Ben Shapiro y Jordan Peterson. En cada caso intentamos, de nuevo, encontrar el punto de contacto (los núcleos racionales) que pueden dislocarse de estas visiones del mundo y rearticularse hacia el marxismo. Relacionarse con estas figuras es también una fuente excelente para superar la insularidad algorítmica que estructura los espacios en línea. Personas que no encontrarían posiciones marxistas en sus algoritmos se abren a la posibilidad de este encuentro cuando hablamos de los ideólogos que habitan sus algoritmos.
Las personas desean, por naturaleza, dar sentido al mundo que les rodea. «Todos los hombres por naturaleza», como señaló Aristóteles hace mucho tiempo, «desean saber». Ninguna cosmovisión es más capaz de entender el mundo, de ayudar a la gente a darle sentido, que el marxismo. Se trata, por tanto, de una tarea a menudo bastante fructífera. Eso no significa, por supuesto, que uno no se encuentre con fanáticos que compren religiosamente estas visiones del mundo de forma dogmática. Pero suelen ser la excepción, sobre todo entre los jóvenes. La mayoría de las personas están dispuestas, si se les aborda correctamente, a aceptar la transición hacia una perspectiva que les ayude a comprender mucho mejor lo que les rodea, una perspectiva que, como nos enseña el gran Henry Winston, nos da visión incluso cuando perdemos la vista.
Para tener éxito en esta tarea es necesario ensuciarse las manos; tener la voluntad de comprometerse con algunos de los ideólogos burgueses más escoria con la esperanza, no de convencerlos a ellos, sino a sus oyentes de la clase obrera, de que una alternativa no sólo es posible, sino necesaria. Esta es la tarea que tienen entre manos los comunistas dispuestos a librar la guerra de posiciones en las redes sociales, uno de los campos ideológicos más importantes e influyentes del mundo contemporáneo.
Traducción Nuestra
*Carlos L. Garrido es profesor de filosofía cubanoamericana en la Southern Illinois University, Carbondale. Es director del Midwestern Marx Institute y autor de The Purity Fetish and the Crisis of Western Marxism (2023), Marxism and the Dialectical Materialist Worldview (2022), y de próxima publicación Hegel, Marxism, and Dialectics (2024). Ha escrito para docenas de publicaciones académicas y populares de todo el mundo y dirige varios programas en directo para YouTube del Midwestern Marx Institute.
Notas:
1. Mi artículo sobre cómo esta relación de determinación no es fatalista: ‘Crítica del malentendido sobre la metáfora espacial base-superestructura de Marx‘.
2. Una de las formas de evitarlo es mediante la información masiva, como la que hemos visto en los últimos meses por parte del movimiento antigenocidio y pro Palestina. Sin duda, estas fuerzas han ganado la guerra de la información, en gran parte gracias a la avalancha de vídeos que revuelven el estómago y cuentan la verdad sobre la campaña genocida israelí contra Gaza. Al igual que los bancos que nos dijeron que eran «demasiado grandes para quebrar», estas imágenes imperialistas que desafían la narrativa eran demasiado populares y generalizadas para censurarlas. Aunque Silicon Valley ha censurado definitivamente a las principales voces que hablan en favor de Palestina, no ha conseguido censurar a los millones de cuentas relativamente más pequeñas que se han encargado de documentar la verdad y desenmascarar las mentiras de la élite.
Fuente original: MR online