Lo pertinaz no es la sequía sino el capitalismo
Fernando Llorente Arrebola.
Esto no es normal” es la frase más recurrente últimamente para referirnos a las altísimas temperaturas que estamos padeciendo esta primavera o para referirnos a la trágica sequía que tiene exhaustos nuestros campos y que ha dejado las reservas hídricas por debajo del 50% de media en todo el país, con cuencas del sur en estado agónico, y todo eso a las puertas de un verano que amenaza con ser catastrófico. “Esto no es normal” decíamos el verano pasado ante la sucesión casi ininterrumpida de crueles olas de calor, “esto no es normal” exclamamos ante la oleada de incendios que padecimos tan temprano como en marzo.
Pues lamento anunciar que es muy probable que estos eventos tan extremos y desasosegantes sí sean lo normal a partir de ahora, que hemos cruzado el umbral de una nueva normalidad climática y lo hemos hecho de un modo irreversible: hagamos ya lo que hagamos no volveremos a tener la climatología amable del pasado, aunque si no hacemos nada por evitarlo las cosas pueden tomar un cariz mucho peor.
Y esto no es un ejercicio de pesimismo sino de realismo informado que se basa en lo que desde hace decenios se viene estudiando y advirtiendo por parte de los sectores más solventes de la Ciencia del Clima, por parte del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) y por parte de las Ciencias Ambientales que estudian la inmensa complejidad de Gaia. En nuestros lares, el blog ustednoselocree.com de Ferrán Puig Vilar es, sin duda, uno de los referentes imprescindibles para entender la dinámica de cambio abrupto en que hemos entrado.
Como especie poco o nada “sapiens” nos resistimos a pensar y aceptar los cambios (a peor) y tendemos a proyectar el futuro como una simple prolongación de las condiciones conocidas del presente. Nos cuesta horrores (muchas veces literalmente) asumir y habitar la incertidumbre, somos refractarios a imaginar lo radicalmente novedoso, lo desconocido. Pues precisamente a nivel climático, que es la matriz omnipresente en la que se despliega la trama de la vida individual y colectica, hemos ingresado en un terreno desconocido, hemos pasado de las condiciones ciertamente estables del Holoceno a la inestabilidad del Antropoceno o mejor dicho del Capitaloceno, o como explica exhaustivamente David Wallace-Wells en El Planeta Inhóspito (aunque el título original en inglés es más esclarecedor y dramático: The Uninhabitable Earth: Life After Warming).
Hemos pasado de habitar en un planeta amable que nos acogió cómodamente desde la última edad de hielo a un planeta hostil. De algún modo hemos roto el contrato que había entre Gaia y Homo Sapiens al imponer una vía de “desarrollo” capitalista, prometeica, avasalladora, industrial y de eterno crecimiento que ha roto los límites físicos, termodinámicos y ecológicos de la Tierra, y hemos ingresado en “la era de las consecuencias” en la que se nos están presentados todas las facturas impagadas derivadas de las fracturas ecosistémicas, climáticas, coloniales, racistas y emocionales perpetradas en esta breve aventura capitalista de 500 años que ahora llega a su fin.
Es muy probable que estos eventos tan extremos y desasosegantes sí sean lo normal a partir de ahora, […] hemos cruzado el umbral de una nueva normalidad climática y lo hemos hecho de un modo irreversible
Volviendo a la ciencia del clima: estábamos advertidos de que en el planeta había una serie de puntos de inflexión (tipping points en la lengua franca de esta aldea global) que, de ser rebasados, desestabilizarían irremediablemente el complejísimo climático de Gaia, de modo que el crecimiento exponencial de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) hasta alcanzar más de 420 ppm de CO2 (una cota jamás respirada por nuestra especie en su corta historia) ha desencadenado una ruptura del equilibrio climático. Y es que los cambios en un sistema tan complejo como el del clima terráqueo no son lineales, sino que a partir de cierto nivel de acumulación e intensificación de las perturbaciones se provocan fracturas, saltos y desestabilizaciones caóticas del sistema hasta que este alcance un nuevo punto de equilibrio homeostático; por eso, es más preciso hablar de disrupción climática que de cambio climático y calentamiento global.
Entre esos tipping points o puntos de inflexión del clima rebasados o erosionados están el deshielo ártico, el deshielo de los glaciares y el de Groenlandia y la Antártida, la deforestación de las selvas tropicales (muy específicamente la Amazonia, las de centro África y las del Sudeste Asiático), el permafrost siberiano, etc. Cada uno de estos eventos impacta catastróficamente en los equilibrios del sistema climático planetario en lo que se denominan cascadas climáticas: la disminución de la superficie helada limita el efecto albedo por el que una parte de la energía del sol es reflejada y devuelta al espacio exterior, con lo que el sistema recibe más energía en forma de calor; el permafrost libera metano que tiene un potente efecto invernadero; la deforestación libera más carbono a la atmósfera y reduce las precipitaciones pluviales; el deshielo de Groenlandia modifica la concentración de sal marina que es el motor de la corriente del golfo que, entre otros muchos efectos, templa y humedece el clima europeo, y así sucesivamente se disparan bucles de realimentación positiva que perturban irremediablemente los equilibrios amables que habitamos en el pasado.
Pese a las advertencias y señales de alarma lanzadas por la ciencia y los intentos del activismo ecologista, feminista y pacifista de poner remedio, tenemos que aceptar que ha sido imposible desmontar, parar, o siquiera frenar la megamáquina global del capitalismo industrial y tecnológico, y esta ha modificado irreversiblemente el metabolismo de Gaia, con lo que nos estamos adentrando en un escenario caótico, de gran incertidumbre y probablemente catastrófico que es ya la “nueva normalidad”, una nueva normalidad en la que veremos eventos históricos y fenómenos “naturales” insospechados que no serán de ningún modo una prolongación hacia el futuro de los territorios existenciales transitados en el pasado, sino territorios radicalmente nuevos y desasosegantes, en general mucho menos amables con nuestra vida y con seguridad implacables para con nuestras comodidades burguesas.
A nivel climático, que es la matriz omnipresente en la que se despliega la trama de la vida individual y colectica, hemos ingresado en un terreno desconocido, hemos pasado de las condiciones ciertamente estables del Holoceno a la inestabilidad del Antropoceno
Hemos ingresado en una nueva era en que nuestras vidas se tornarán precarias, arduas y conoceremos retos y amenazas a la supervivencia individual y colectiva que ya empezamos a deletrear en forma de pandemias, micro y macro guerras por los recursos vitales, movimientos masivos de refugiados, megaincendios, subidas del nivel del mar, extinciones masivas, hambrunas, envenenamientos graduales, crónicos y agudos, … Es decir que a nuestras sociedades opulentas occidentales les alcanzará la precariedad y el horror que nuestro opulento modo de vida lleva provocando durante los últimos cinco siglos en los territorios lejanos del Sur, vía colonialismo, racismo y extractivismo.
La irreversibilidad de esta mutación histórica contrasta con la ceguera colectiva que se puede rastrear en ese “negacionismo blando” de la inmensa mayoría de la población adulta y de la práctica totalidad de los “adultos de los adultos” (en afortunada expresión de una niña) que debieran ser los políticos. Los unos miran para otro lado, o como máximo se quejan de que “esto no es normal” pero no piensan modificar sus comportamientos y sus votos mientras las estanterías del supermercado estén llenas, haya energía para el aire acondicionado y salga agua por su grifo; los otros se van a las cumbres del Clima, y ovacionan a Gustavo Petro cuando habla de la imperiosa necesidad de actuar ante la emergencia climática, pero celebran el crecimiento del 5% del PIB y consienten y alientan una subida de las emisiones del 9% anual como hace el “gobierno más progresista de la historia”. Este sesgo de optimismo economicista y de apología suicida del crecimiento infinito se puede atisbar incluso en las páginas de este medio, alguno de cuyos artículos celebró el crecimiento de la economía por aquello del empleo “über alles” (la expresión nazi: por encima de todo).
Junto a este negacionismo blando está el negacionismo duro que oscila entre las posiciones esquizo-regresivas de la extrema derecha y del supremacismo racista y patriarcal, y las posiciones más naif, escapistas y conspiranoicas, de cierta “new age” que anda buscando causas sencillas y culpables fáciles y ajenos, cual chivos expiatorios, para problemas extremadamente complejos: las estelas de los aviones, la falsa sequía, la minoría de malvados que usan la geoingeniería para exterminarnos y otros delirios entre los que reaparece, otra vez ¡maldita sea!, el socorrido racismo antisemita. Este negacionismo duro, fascista o hippie, constituye una verdadera psicopatología de masas, una verdadera pandemia moral y espiritual especular y complementaria a la ceguera también psicopática de las clases medias y altas occidentales que no tienen intención de salir de su delirio consumista … por las buenas.
Los cambios en un sistema tan complejo como el del clima terráqueo no son lineales, sino que a partir de cierto nivel de acumulación e intensificación de las perturbaciones se provocan fracturas, saltos y desestabilizaciones caóticas del sistema hasta que este alcance un nuevo punto de equilibrio homeostático
En cierto modo este rechazo a aceptar la realidad de la mayoría de la sociedad y de la totalidad de los políticos, así como los relatos fantásticos y alucinados que proliferan por las redes tienen una lógica, perversa, pero lógica: lo que se nos viene encima es tan tremendo que aterra a cualquier persona con dos dedos de frente y dos centímetros cúbicos de corazón. Los escenarios de futuro son tan ominosos, que no resulta nada fácil seguir viviendo una vez que se vislumbran, sobre todo porque el marco cultural en que nos desenvolvemos es tremendamente antropocéntrico, egoísta, individualista y de una pobreza espiritual que nos deja inermes ante la realidad de la decadencia, el ocaso y la muerte.
Las personas que hemos llegado a algún grado de conciencia sobre la situación, en general hemos tenido que pasar por una fase de tremenda depresión en la que experimentamos el duelo por el mundo que estamos perdiendo, y un agudo e inconsolable sentimiento de culpa por el daño que hemos infligido, o al menos no hemos conseguido evitar, a las generaciones venideras a las que legamos un mundo infernal y a las otras especies que estamos masacrando y empujando a la extinción.
Después de atravesar esa fase de nigredo y oscuridad se puede uno quedar atrapado en la desesperación y el nihilismo, en una especie de muerte civil vana que en el fondo es cooperar con la “destrucción mutua asegurada” que nos prescribe el capitalismo en su fase terminal, pero por el contrario lo que los ancestros nos piden, lo que nos imploran nuestros descendientes y lo que nos exige Gaia es aceptar con valentía la situación por horrible que parezca y pasar a la acción, porque nunca es tarde para hacer algo aunque nunca hagamos lo suficiente. Y el programa para este activismo social de supervivencia en el umbral del colapso se puede resumir en algo tan sencillo como salvar vidas y salvar libertades, y cuando decimos salvar vidas no hacemos distingos entre humanas y no humanas, porque a estas alturas debería estar claro que la humana es imposible sin las otras y aunque fuera posible no merecería la pena.
La delgada vía del sentido común, de la prudencia y de la conciencia de la interdependencia y ecodependencia tiene la difícil tarea de transitar entre las locuras del aceleracionismo y el negacionismo climáticos que hoy por hoy ocupan la inmensa mayoría del tablero político e ideológico, y el “negocionismo” de un capitalismo catabólico que está dispuesto a hacer (los últimos) negocios de la destrucción de los bienes comunes, de la guerra civil darwinista, de la contaminación de suelos, aguas y aires, de la extracción de los últimos barriles de petróleo, de la tala de los últimos bosques, de la privatización y erosión de los servicios públicos y la caja de pensiones, etc.
La cuestión no es si se puede hacer algo o no, la cuestión es cuándo vamos a empezar a movernos porque lo que es seguro es que vamos a movernos, por las buenas o por las malas, y cuánto antes lo hagamos más vidas y libertades seremos capaces de salvar. Cuando el colapso del sistema agroalimentario globalizado e industrial que ya ha comenzado avance vamos a tener que transformar toda nuestra relación con los alimentos, con la tierra, con el ganado, vamos a tener que recuperar agronomías menos intensivas en el uso de agua y energía, vamos a tener que organizarnos para no morir de hambre y/o envenenamiento. Cuando la sequía se agudice y generalice vamos a tener que eliminar el consumo suntuario y derrochador de agua, vamos a tener que organizarnos para repartirla y dedicarla a lo necesario, vamos a comprender que el agua no es un recurso mercantil sino un milagro, un don de la naturaleza, eso o matarnos por las últimas gotas. Cuando los incendios superen las capacidades de extinción de los recursos estatales vamos a tener que organizarnos para defendernos (de las llamas pero también de los que las provocan por acción u omisión) o perecer. Cuando a nuestras tierras lleguen refugiados climáticos del Sur en masa tendremos que organizar la acogida y la convivencia, eventualmente nosotras mismas puede que tengamos que huir de nuestros desertizados paisajes y convertirnos en refugiadas climáticas en territorios ajenos. Cuando la saturación de los sistemas sanitarios alcance un cénit insoportable tendremos que cuidarnos comunitariamente con recursos y remedios más locales, menos mercantilizados. Cuando haya estallidos de violencia y anomia social sólo la cooperación y la autodefensa comunitaria será capaz de conservar espacios de civilidad y cuidado social. Cuando la desesperación y la enfermedad mental se generalicen peligrosamente vamos a tener que alumbrar nuevos mitos, nuevos relatos, nuevos recursos terapeúticos, filosóficos y espirituales desde los que contener las tendencias autodestructivas que anidan en el alma de homo sapiens… Y todo lo tendremos que hacer en común, para el común, y con el común, y todo habrá que empezar a hacerlo cuanto antes porque el tiempo se acaba. Mientras llega el momento de la sublevación de masas por la supervivencia, que damos por seguro que llegará y para ello conspiramos, seguiremos apoyando y animando las acciones directas de desobediencia civil de Futuro Vegetal, Extinción Rebelión, de los pueblos okupados, de las redes de agroecología, etc, etc.