Los palestinos que resultan aceptables para el occidente cómplice
Enrico Tomaselli.
Foto: Miles de personas se manifiestan en Londres este sábado para pedir un alto el fuego en Gaza. ANDY RAIN (EFE)
¿queremos seguir siendo cómplices de un crimen histórico como espectadores, o estamos dispuestos a desenmascarar los mecanismos de poder que lo generan y justifican?
Desde hace dieciocho meses se está produciendo un genocidio, apoyado por los gobiernos -criminales e imperialistas- de nuestros países con el suministro de armas, la cobertura diplomática y la complicidad mediática a Israel.
Complicidad apoyada arteramente por los grandes periódicos occidentales y el coro de expertos televisivos dispuestos a promover, normalizándola, la masacre de un pueblo.
Aunque la crónica de los hechos es más o menos conocida, lo que realmente une las narrativas más tóxicas es la pretensión de un supuesto realismo que se alimenta de viejos estereotipos.
Basta, de hecho, con prestar una atención siquiera fugaz a los titulares de nuestra prensa local, haciéndose eco de la ruta indicada en el extranjero por el New York Times, sobre las tensiones internas en Gaza, reduciéndolas -con paternalismo- al engaño instrumental de “la población palestina contra Hamás”.
Un esquema conveniente porque proyecta todo el debate en un nivel de condescendencia: como si los palestinos, retratados como víctimas de sí mismos y no de un poder militar feroz, sólo tuvieran la iluminación de rebelarse internamente, para finalmente sucumbir.
Este encuadre mediático no hace sino hacerse eco de la vieja matriz orientalista: los árabes, irracionales, dominados por pasiones sectarias o milicias internas, y la solución a cualquiera de sus problemas pasaría por intentar parecerse más a Occidente, tal vez a través de un poder proclive a negociaciones interminables, para encubrir una colonización sistemática.
Pero si nos fijamos en los acontecimientos actuales, en dieciocho meses de derramamiento de sangre, en las familias exterminadas y las infraestructuras arrasadas, la distorsión instrumental que propugna tal planteamiento resulta dramáticamente evidente:
el corazón de la tragedia no es otro que el proyecto sionista y la indiferencia de quienes, desde fuera, lo han avalado y fomentado continuamente.
El pueblo palestino resiste sobre el terreno contra la máquina de matar más moderna y atroz de Asia Occidental, y las protestas y manifestaciones -en medio de un asedio inhumano- representan un ejemplo de dignidad.
Irreductible a los cálculos de conveniencia, a los esquemas del poder y, sobre todo, a los estereotipos del caos de Oriente Próximo.
Surge así en Occidente el discurso según el cual los palestinos deberían sublevarse de manera ordenada (agradable, es decir, a los patrocinadores internacionales), tal vez junto a la corrupta Autoridad que, desde hace años, colabora con la ocupación israelí en materia de inteligencia y control del territorio.
La paradoja es flagrante: quienes ignoraban y/o toleraban el genocidio en curso, cómodamente alejados del horror de un asedio asfixiante, se erigirían ahora en maestros de moral, pontificando sobre cómo y contra quién deben rebelarse los palestinos.
Pasando por alto las verdaderas relaciones de poder, la colaboración activa de varios gobiernos occidentales con la ocupación israelí y el hecho de que la situación en Gaza no es una disputa familiar, sino el resultado de un preciso plan de aniquilación.
Si bien es cierto que algunos, por conveniencia, delegan la narración de la cuestión palestina en sus propagandistas profesionales (periódicos de gran tirada, expertos televisivos), lo que parece más devastador es la apatía generalizada con la que se contempla el genocidio.
La consecuencia es que el valor más profundo de la resistencia palestina –concreta, cotidiana, de una comunidad que sobrevive al horror y abre todas las vías de rebelión- ha pasado a un segundo plano.
La lección más intensa que hay que aprender, y que con frecuencia se elude, es precisamente la que la resistencia palestina–a pesar de las condiciones extremas de lucha por el agua, la luz y la supervivencia física– sigue transmitiendo al mundo:
existe un horizonte de dignidad humana que no se deja domesticar por el discurso oficial y que no acepta la lógica del colonizado complaciente.
Mientras los análisis occidentales sigan inculcando la idea de que es necesaria una intervención exterior para educar a los palestinos en una rebelión justa o aceptable, perpetuaremos la misma violencia simbólica que se ejerce desde hace décadas sobre un pueblo privado de su libertad y de su tierra.
Defender la dignidad de Gaza significa, en primer lugar, reconocer la imbricación del imperialismo occidental y el colonialismo israelí.
Es un reconocimiento necesario que echa por tierra el estereotipo orientalista utilizado por los grandes medios de comunicación en el desfile, y que plantea la reflexión moral más acuciante para todos: ¿queremos seguir siendo cómplices de un crimen histórico como espectadores, o estamos dispuestos a desenmascarar los mecanismos de poder que lo generan y justifican?
Esta es la verdadera línea divisoria.
Si no nos posicionamos contra la complicidad de nuestros gobiernos y nuestros aparatos mediáticos, cada palabra sobre las tensiones internas en Gaza sólo será humo ante nuestros ojos, capaz de distraernos de un crimen en el que participamos.
Y así, mientras muchos persiguen una orientación moralista y superficial sobre la corrección o no de ciertas formas de resistencia, la vida cotidiana palestina sigue siendo un acto de supervivencia y de lucha obstinada:
una máquina de guerradeleuziana que podría enseñarnos la fuerza de un pueblo en revuelta.
Traducción nuestra
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Fuente original: Giubbe Rosse News