Los siete héroes de la avenida

Farid Kury

Trozos históricos (21)

Seis décadas han pasado desde que aquella noche del 30 de mayo de 1961 los siete héroes se vieron en la avenida cara a cara con el tirano Rafael Leonidas Trujillo, que llevaba 31 años tiranizando esta media isla de la Española. Siete dominicanos corajudos, hartos de Trujillo y su despótico régimen, decidieron matarlo. Dicho con más justeza: ajusticiarlo. Bueno, ¿Qué importa que haya sido un asesinato o un ajusticiamiento? ¿Qué más da una cosa o la otra? ¿Qué eso altera? Lo que sí importa son las consecuencias de ese hecho. El ajusticiamiento o el «crimen» puso el puntillazo final a una Era de oprobio, que aunque avanzó mucho el país en lo material, lo cierto es que fue a costa de un río de sangre. De todas maneras, si alguien se empecina en considerar el ajusticiamiento como crimen, entonces sepa que se trató de un crimen heroico, como heroica fue la muerte de Ulises Heureaux, (Lilís), de varios balazos hechos por Ramón Cáceres. Lo que hicieron aquellos siete hombres fue la suma del heroísmo. La historia domincana, desde el nacimiento de la República, está repleta de acciones heroicas y de héroes. El heroísmo nos persigue. Los hombres del 30 de mayo son nuestros héroes. Héroes de verdad.

Esos héroes sabían que se enfrentaban a un hombre diabólico. El desafío era grande. No ignoraban el peligro que sus vidas y las de sus familias corrían. Sabían que si fracasaban sus vidas valdrían menos que una guayaba podrida. Johnny Abbes, el siniestro Abbes, y Ramfis, el hijo mimado del tirano, criminal por herencia, se encargarían de someterlos a torturas horribles antes de matarlos. De eso no tenían duda.

El Servicio de Inteligencia Militar (SIM) tenía control absoluto de la ciudad capital y de sus habitantes. Los hombres de Johnny Abbes sabían lo que hacía cada uno, quién era desafecto al régimen y quién no, controlaban los movimientos de amigos y sospechosos. Lo que se respiraba era un ambiente avasallante y asfixiante donde no se podía confiar en nadie. El miedo fue la piedra angular sobre la cual, conscientemente, el tirano edificó su régimen. Conspirar contra él, planificar su muerte en ese terrible ambiente era para hombres de sumo valor, que no se les apretaba el pecho. Era para héroes, no para hombres comunes. Había que ser bravos y dispuestos a perder la vida. Esos siete héroes que aquella noche se juntaron en la avenida, hoy malecón, para acabar con 31 años de opresión representaban la dignidad de una nación postrada por un miedo colectivo que degradaba la condición humana.

Sabían lo que estaban jugando, a que se enfrentaban, el peligro que corrían, pero aun así, estaban decididos a sacar la cara por Quisqueya, a salir del tirano, a plantarle cara, a cobrarle todos sus crímenes y todas las humillaciones a las que sometió a muchos, a vengarse la muerte de las Mirabal, el degüello de los panfleteros de Santiago, el crimen contra los perozos, y de tantos otros.

Llevaban meses de planificación, organizando, conquistando con sumo cuidado amigos y familiares, asechando los movimientos del tirano, conversando con uno que otro gringo, buscando armas, analizando todo y preparándose para el gran día.

Y cuando llegó el día esos siete héroes cumplieron con la tarea autoimpuesta. Otros fallaron. Ellos no. Ellos mataron al chivo. Lo cocinaron a tiros, y como para deshonralo lo metieron, como a un perro, en el baúl del carro de Antonio de la Maza y anduvieron media capital con el cadáver antes de depositarlo en el garaje de la casa de Juan Tomás Díaz. Así terminó la Era. Así terminaron 31 años de dictadura, en el baúl de un carro.

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