Los últimos habitantes de un pueblo costero mexicano destruido por el cambio climático

La gente se mudó a El Bosque en la década de 1980 para pescar. Partían hacia el Golfo de México en grupos de tres y cuatro, y los pescadores regresaban con cubos de sábalos y róbalos largos y rayados. Había más que suficiente para alimentarlos y construir una población: tres escuelas, una pequeña iglesia y una cancha de baloncesto en la arena.

Luego el cambio climático puso al mar contra el pueblo.

Las inundaciones provocadas por uno de los aumentos del nivel del mar más rápidos del mundo, y por tormentas invernales cada vez más brutales, han destruido prácticamente a El Bosque y dejado pilas de concreto y varillas de metal retorcidas donde las viviendas solían alinearse en la arena. Obligados a huir de las casas que construyeron, los lugareños esperan ayuda del gobierno y viven en lugares de alquiler que apenas pueden pagar.

La cumbre climática de la ONU conocida como COP28 por fin acordó este mes un fondo multimillonario de pérdidas y daños para ayudar a los países en desarrollo a hacer frente al calentamiento global. Llegará demasiado tarde para la gente de El Bosque, atrapada entre la empresa petrolera nacional que cumple un papel vital en la economía de México y el peligro ambiental que esta alimenta.

Un letrero oxidado en la entrada del pueblo dice que hace dos años más de 700 personas habitaban El Bosque. Ahora queda apenas una docena. Entre esos números se encuentran las reliquias de una población perdida. En la antigua cooperativa pesquera de hormigón, uno de los pocos edificios sólidos aún en pie, enormes refrigeradores con forma de bóveda se han convertido en unidades de almacenamiento improvisadas para las pertenencias —fotografías, muebles, un DVD de Guinness World Records 3— que las familias dejaron atrás.

Guadalupe Cobos es una de las pocas personas que todavía vive en El Bosque. Como es diabética, improvisa una hielera para su insulina después de que cada inundación corta el suministro eléctrico. La relación de los residentes con el mar es «como un matrimonio tóxico», opinó Cobos, sentada frente a las olas en una tarde reciente.

«Te quiero cuando estoy contento, ¿no? Y cuando estoy enojado, quito todo lo que te di», dijo.

Hasta 8 millones de mexicanos serán desplazados por inundaciones, sequías, tormentas y deslizamientos de tierra provocados por el cambio climático en las próximas tres décadas, según el Mayors Migration Council (Consejo de Alcaldes sobre Migración), una coalición que investiga la migración interna mexicana.

Junto con el rápido aumento de los niveles de agua, las tormentas invernales llamadas «nortes» han devorado más de 500 metros (un tercio de milla) tierra adentro desde 2005, según Lilia Gama, profesora de ecología e investigadora de vulnerabilidad costera en la Universidad Autónoma Juárez de Tabasco.

«Antes, si venía un norte, duraba uno o dos días», dijo Gama, sentada sobre el recinto de cocodrilos de la universidad. «Llegaba la marea, subía un poco y se iba».

Ahora, las tormentas invernales permanecen durante varios días seguidos y atrapan en sus casas a los pocos habitantes que quedan en El Bosque si no evacuaron a tiempo. Un clima que se calienta genera tormentas más frecuentes a medida que choca contra el aire polar ultrafrío y por ello las tormentas duran más, alimentadas por aire más caliente que puede retener más humedad.

Los científicos locales dicen que una tormenta más poderosa podría destruir El Bosque para siempre. Aún faltan meses para la reubicación, que se ha visto demorada por la burocracia y la falta de financiación.

Mientras el sol se pone sobre la playa, Cobos, conocida como Doña Lupe por los vecinos, señaló una docena de pequeñas estrellas anaranjadas en la línea del horizonte: plataformas petroleras que queman el gas que no lograron capturar.

«Hay dinero aquí», dice, «pero no para nosotros».

Cuando ellos se asentaban en El Bosque, la empresa petrolera estatal, Pemex, emprendió una ola de exploración en el Golfo de México, que triplicó la producción de petróleo crudo y convirtió a México en un importante exportador internacional.

Mientras la comunidad internacional exige que los países reduzcan el uso de combustibles fósiles, la principal causa del cambio climático, México planea abrir el próximo año una nueva refinería en su mayor estado productor de petróleo, apenas 80 kilómetros (50 millas) al oeste de El Bosque.

Los niveles del mar en el Golfo de México ya aumentan tres veces más rápido que el promedio mundial, según un estudio de marzo cuyos coautores son investigadores del National Oceanography Center (Centro Nacional de Oceanografía) de Gran Bretaña y universidades de Nueva Orleans, Florida y California.

La marcada diferencia se debe en parte a los cambios en los patrones de circulación en el Atlántico a medida que el océano se calienta y se expande.

La aceleración también ha fortalecido tormentas costeras masivas como los huracanes Sandy y Katrina, dijeron los investigadores, y ha duplicado los registros de inundaciones por marea alta desde el Golfo hasta Florida.

«En los 10 años previos a la aceleración, posiblemente hubo un periodo de aumento bastante lento del nivel del mar. Así que la gente pudo haber tenido la sensación de seguridad a lo largo de la costa, y luego se activa la aceleración. Y las cosas cambian muy rápidamente», dijo el científico Sönke Dangendorf.

Cuando Eglisa Arias Arias, abuela de dos nietos, se mudó sola a El Bosque, estaba emocionada por tener un jardín propio por primera vez y el mar rara vez le causaba problemas. Su casa se inundó durante una tormenta el 3 de noviembre y alquiló un apartamento a poca distancia en auto tierra adentro.

«Extraño todo. Extraño el ruido del mar. El ruido de este mar», dijo.

Zonas de la costa conocida como Costa Esmeralda en el estado de Veracruz son azotadas por tormentas, inundadas y cayendo al agua, y una cuarta parte del vecino estado de Tabasco quedará inundada para 2050, según un estudio.

En todo el mundo, las comunidades costeras que enfrentan batallas similares en cámara lenta con el agua han comenzado a implementar lo que se llama una «retirada controlada». Los habitantes de la península de Gaspé, en Quebec, han estado dejando la costa gradualmente durante más de una década, y apenas el año pasado el gobierno de Nueva Zelanda prometió ayuda financiera para algunas de las 70.000 viviendas que, según dijo, pronto necesitarán buscar terrenos más elevados.

No obstante, parece muy poco lo que se ha logrado respecto a la retirada de El Bosque. Cuando la familia Xolo huyó de su casa el 21 de noviembre, lo hizo a plena noche, con los 10 niños bajo una lona en medio de una lluvia torrencial.

Ahora practican matemáticas en una aplicación. En el edificio de la escuela primaria de El Bosque, los libros para el control de asistencia siguen en el suelo con las páginas empapadas, y en preescolar, recortes del alfabeto se aferran a la pared.

Áurea Sánchez, la matriarca de la familia Xolo, primero llevó a su familia a un refugio en el centro recreativo local tierra adentro. Luego, unos días después, una furgoneta de mudanzas llegó sin aviso para retirar el único frigorífico del centro y cerrar el refugio.

«¡No puede ser!», recuerda haber pensado Sánchez. «No nos pueden dejar sin comer sin avisarnos, ¿no?»

Más tarde ese día, llegó un funcionario para anunciar el cierre.

Cuando The Associated Press visitó El Bosque a finales de noviembre, una tormenta moderada había inundado el único camino hacia la comunidad, por lo que sólo era accesible a pie o en motocicleta. Ese mismo día el refugio fue cerrado, aparentemente de forma permanente, con las ventanas empapeladas y un cartel del gobierno que anunciaba: «8 pasos para proteger tu salud antes de una inundación».

El departamento nacional de vivienda, responsable de operar el refugio, no respondió cuando se le preguntó por qué lo cerraron o si reabriría.

Mientras tanto, las casas nuevas no estarán listas antes de finales de 2024, según Raúl García, jefe del departamento de desarrollo urbano de Tabasco, quien agregó que «ojalá lo pudiéramos (hacer) más rápido».

Los activistas —y el propio García— dijeron que el proceso es demasiado lento y que México necesita nuevas leyes para eliminar la burocracia y poner rápidamente dinero a disposición de las víctimas del cambio climático. México tiene un fondo para la adaptación climática, pero en 2024 la mayor parte se gastará en un proyecto ferroviario ya ampliamente criticado por destruir partes de la selva de Yucatán.

En cambio, el presidente Andrés Manuel López Obrador, nacido apenas unas horas tierra adentro en el estado de Tabasco, ha hecho del desarrollo petrolero una parte clave de su plataforma nacionalista. Eso podría cambiar si las encuestas resultan precisas y Claudia Sheinbaum, exalcaldesa de la Ciudad de México y científica consumada, es elegida presidenta el próximo año. A pesar de ser la protegida de López Obrador, promete comprometer a México con la sostenibilidad, algo que es más urgente que nunca.

Desde que huyó de su casa el 3 de noviembre, Arias pasa algunas tardes con su sobrina, ayuda a sus vecinas a lavar los platos u hornea con ellas pastel volteado de piña. Estas son distracciones bienvenidas de la deliberación ahora diaria entre comprar alimentos o pagar el alquiler.

No obstante, más difíciles son sus recuerdos de El Bosque y su hogar junto a las olas.

«Yo me dormía escuchando el ruido de él (el mar) y me levantaba con ese, con ese ruido. Siempre yo escuchaba esos ruidos de él, y por eso cuando yo platicaba con él le decía: ´ya sabe que voy a extrañar de ti, porque con ese ruido me enseñaste a que yo te amara´».

Cuando llegó la inundación a la casa de Arias, solo le pidió al mar tiempo suficiente para recoger sus cosas y el mar se lo otorgó.

«Y así, cuando yo salí de ahí, yo me despedí de él. Le di las gracias por el tiempo en que me estuvo ahí».

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