Molina Ureña como presidente
Revolución de abril
Roberto Cassá
El 27 de abril de 1965, en horas de la mañana, el presidente Rafael Molina Ureña nombra, entre otros funcionarios, al teniente coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez como Ministro de las Fuerzas Armadas; a Máximo Lovatón Pittaluga como Ministro de Relaciones Exteriores, y al coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, «Jefe de Operaciones Militares» y Ministro de Interior.
Así mismo, dispone la cancelación de otros, entre ellos, el General Elías Wessin y Wessin; a la vez que emite un comunicado en que permite regresar al país a «todos los nacionales que fueron arbitrariamente desterrados de la República».
Las disposiciones del presidente se producen en momentos en que el Palacio Nacional -y toda la ciudad- es bombardeada por aviones de la Fuerza Aérea.
La Marina de Guerra, hasta ese momento neutral en el conflicto, se une a las fuerzas de Wessin, y sus barcos bombardean igualmente al palacio presidencial, el cual debe ser evacuado.
Para contrarrestar los bombardeos los constitucionalistas instruyen a la ciudadanía para que ponga espejos en las azoteas de las casas con el fin de que los reflejos resten visibilidad a los aviadores.
Por su parte, la Policía Nacional, o llamados cascos blancos, aún «indefinida», ametrallan al pueblo en diferentes sectores de la ciudad.
Independientemente de las fuerzas de San Isidro, otra fuerza militar, el Batallón Mella, se pertrecha al oeste de la ciudad dispuesto a atacar; este batallón pertenecía al denominado «Clan de San Cristóbal», el cual era liderado por el coronel Neit Nivar Seijas, partidario del retorno del ex presidente Joaquín Balaguer.
«Cuando se produjo la designación de Caamaño como jefe militar de los constitucionalistas… Caamaño se dirigió de inmediato al puente, siguiendo las instrucciones de Molina Ureña de concentrar todos los efectivos, por ser el punto donde se esperaba la embestida del CEFA.
Ahí había quedado una tropa no mayor de 300 soldados, pues se habían sufrido bajas cuantiosas, a cuyo mando se encontraba el mayor Lora Fernández y unos veinte oficiales más. Caamaño tomó nuevas medidas para dirigir la repitencia ante la previsible batalla que se avecinaba.
Dispuso que se entregaran unidades ubicadas en distintos lugares de la ciudad, aun a riesgo de quedar sin retaguardia, pues se sabía que el general Salvador Montás Guerrero, integrante del Clan de San Cristóbal, se había puesto al frente del Batallón Mella y se disponía atacar desde la zona de la Feria».
Alrededor del medio día, el presidente Molina Ureña, el alto mando constitucionalista y varios dirigentes del PRD, se dirigen a la Embajada Norteamericana a tratar de conseguir su mediación para lograr un acuerdo con los militares de San Isidro.
Luego de una acalorada discusión el embajador norteamericano William Tapley Bennett le dice a los constitucionalistas: «Este no es el momento de negociar, sino de rendirse… vayan ustedes mismos a ver a Wessin. Están vencidos…».
De inmediato el Presidente Provisional Dr. Molina Ureña, renunció y procedió a asilarse en la embajada de Colombia. Igual camino siguieron otros dirigentes constitucionalistas, civiles y militares, sobre todo del PRD, convencidos de que era inevitable la derrota.
Cuando todos los oficiales militares salían del despacho del embajador norteamericano, el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, se detuvo en la puerta y le dijo: «Permítame decirle que continuaremos la lucha suceda lo que suceda… Antes de veinticuatro horas estará Ud. intercediendo para impedir que las fuerzas de Wessin sean totalmente aniquiladas…».
Al salir de la embajada, el Coronel Caamaño, junto a otros colaboradores cercanos, se dirigió al Puente Duarte donde las tropas de Wessin avanzaban hacia el centro de la ciudad.
La presencia de Caamaño junto a otros militares constitucionalistas en la margen oriental del Puente Duarte, levantó la moral de los combatientes, quienes liderados por el mismo Caamaño, hicieron retroceder las fuerzas de Wessin hasta dejarlas en desbandada.
«Hacia las 2:30 p. m., Caamaño llegó al escenario del combate a retomar el control de las operaciones, cuando ya las unidades del CEFA se habían desplegado por la avenida Amado García Guerrero y casi llegaban a la avenida Duarte… hacia al centro de la ciudad.
La tropa constitucionalista, dejada al mando de Lora Fernández, el ex coronel Gerardo Marte y el ex mayor Fabio Chestaro, presentaba resistencia. Para ese momento, empero, no pocos soldados y oficiales constitucionalistas habían desertado ante la previsible derrota.
Caamaño y los otros oficiales contaban sobre todo, para fines operativos, con un contingente de hombres ranas, cuerpo élite de la Marina de Guerra especializado en tareas que requerían un sobresaliente papel en los hechos ulteriores. quedaban restos de las compañías del Ejército Nacional que habían defendido las posiciones durante los días previos, diezmadas por los bombardeos.
Más tarde enconaron un pequeño contingente de la Marina que había abandonado uno de los barcos anclados en el Ozama» y «…la multitud del pueblo…, compuesta casi en su totalidad de pobres de las barriadas cercanas, se había dispuesto a jugárselas todas para impedir la entrada del CEFA.
«Caamaño fue del criterio de que debía enfrentarse al CEFA mediante una acción militar organizada, que se aunara con la resistencia popular… Hizo una breve consulta con los oficiales congregados en la Duarte casi esquina París, siendo importantes las consideraciones externadas por el entrenador de los Hombres Ranas, el italiano Ilio Capozzi, con vasta experiencia bélica desde la Segunda Guerra Mundial al servicio del eje nazi-fascista. el punto clave de la contraofensiva acordada consistiría en romper en varios puntos la línea del CEFA… A partir de tal premisa, Caamaño distribuyó a militares y civiles en tres destacamentos: uno al mando del ex mayor Chestaro, el segundo de Montes Arache y el tercero bajo su mando personal, en compañía de Gerardo Marte, Capozzi, Claudio Caamaño y algunos oficiales.
Los tres cuerpos atacarían al CEFA desde el sur para, luego de romper su línea, realizar eventuales movimientos de aniquilamiento. Montes Arache traspasó sin dificultad la avenida Amado García y atacaba desde el norte por la calle Ana Valverde.
Los militares constitucionalitas apostados en sitios favorables comenzaron a infligir grandes bajas al enemigo, cuyas líneas se desmoronaron, refugiándose muchos en la inmediaciones del puente y la incineradora de basura… con la infantería desbandada, hicieron aparición los tanques, los cuales encontraron dificultades para avanzar a causa de no contar con las suficientes tropas que debían acompañarlos…
Con prontitud, algunos tanques habían sido inmovilizados, otros capturados, centenares de soldados muertos o heridos y tantos otros desbandados. Del lado del pueblo los muertos se contaron por muchos centenares…
«[Llegada la noche] en la avenida Duarte la multitud celebraba el triunfo, ajeno al mismo el resto de la ciudad. Mujeres pobres sacaron sus frituras y, entre cadáveres acribillados por la aviación o de soldados del CEFA, se cantó y bailó por el triunfo.
Los vencedores se congratulaban, reconociendo que tenían ante sí al militar sin cuyo comando no se habría obtenido la victoria. El resto del país, incluso los combatientes dentro de la ciudad, tardaría hasta el día siguiente en conocer la identidad del héroe sobresaliente de la hora.
«Los comandantes vencedores se distribuyeron por diversos puntos del casco colonial, seguros de que debería ser el bastión desde el cual proceder a la reorganización al día siguiente…
Esa noche Caamaño visitó la redacción del Listín Diario, donde por largo rato transmitió los pormenores de lo ocurrido a su director y a algunos de sus propietarios…».
Esa misma noche, luego de que se produjera la batalla del puente Duarte y ante la imposibilidad de las tropas de San Isidro de tomar la ciudad, tal como le profetizara Caamaño, el embajador norteamericano William T. Bennett enviaba un cable a Washington comentando sobre la situación: «The generals at San Isidro were dejected, several were weeping, and one was hysterically urging ‘retreat'», («Los generales en San Isidro han sido abatidos, algunos llorosos, y uno urgía histéricamente a ‘replegarse'»).
El embajador agregaba que «elementos castroides» se llevarían la victoria. Con este comentario la administración norteamericana se posicionaba en contra de la causa rebelde y se iniciaba una campaña de descrédito para las fuerzas rebeldes al invocar el sentimiento anticomunista.
Mientras, el portaviones estadounidense «Boxer» se acerca a las costas dominicanas con 1,500 marines a bordo.