Nuestras izquierdas requieren implementar profundas rectificaciones.

Por Francis Santana

Hay una crisis de la práctica revolucionaria de nuestras izquierdas que debe ser enfrentada y superada para garantizar un porvenir luminoso de la revolución dominicana.

Esta crisis se manifiesta, en el comportamiento de gran parte de la militancia y de la dirigencia de las izquierdas, caracterizado en llevar un estilo de vida sin una entrega significativa, ni de verdaderos sacrificios por la causa revolucionaria, en dedicar los mínimos esfuerzos a construir las fuerzas de vanguardia y en participar a desgano en las luchas al lado de las masas trabajadoras.

Hay además, muchos casos en los que algunos revolucionarios se han alejado de los partidos comunistas o patrióticos, argumentando que mientras estos no se unifiquen no vuelven a organizarse.

Mientras tanto, una parte de quienes hacen ese señalamiento crítico llevan una vida muy ajena a los compromisos permanentes con el proceso revolucionario.

No participan en las luchas del pueblo, no denuncian la explotación de las clases dominantes, ni la opresión y el saqueo que sufre nuestra nación por parte del imperialismo.

Y son además, una parte considerable de ellos/as, mucho más cuestionadores/as de las izquierdas que de la derecha y del sistema capitalista.

Esas cómodas posturas muchas veces tratan de justificarse argumentando que los tiempos han cambiado, (como si alguna vez los tiempos han dejado de cambiar) que la izquierda continúa teniendo el mismo discurso de los años ’70, e incluso hay quienes en medio de su turbulencia ideológica, afirman que la izquierda no existe.

Quienes se han estado manejando de esa manera y con ese estilo, deben hacer serias reflexiones y valorar la importancia de rectificar, sin dejar de ser críticos.

Hay de todo en ese tipo de revolucionarios que en cierta medida han perdido el horizonte y la voluntad de avanzar en estos tiempos difíciles.

Pero es oportuno distinguir entre quienes se mantienen fuera de las estructuras orgánicas de las izquierdas con posiciones muy críticas hacia estas, pero que participan consecuentemente junto al pueblo en sus luchas, de aquellos que sólo critican, pero que no hacen nada para favorecer e impulsar la revolución.

Porque no sería correcto dar el mismo tratamiento a posiciones y a intenciones marcadamente diferenciadas.

También encontramos en los partidos de izquierda, a «militantes» con la ideología revolucionaria oxidada, con rendimientos mínimos y con actitudes cotidianas muy cuestionadas en sus propias organizaciones y en la sociedad.

Ese tipo de revolucionario con su voluntad combativa disminuida, se ha dejado arrinconar por la ofensiva cultural, política e ideológica de las clases dominantes y por la prolongada crisis que viene afectando el campo revolucionario en nuestro país durante décadas.

Pero nos corresponde ser multilaterales y justos a la vez; esa situación descrita brevemente, ha tenido y tiene mucho que ver con las políticas y la ideología predominante en nuestras organizaciones revolucionarias, donde no hemos sido capaces de construir militantes con una sólida formación política e ideológica, capaces de afrontar todas las adversidades, manteniéndose incólumes durante todo el trayecto de la revolución, tanto en los tiempos de auge como de crisis.

La ideología de la pequeña burguesía, ha sido predominante en nuestras organizaciones y esto imprime su sello de clase en todo cuanto hacemos en la política y en todas las esferas de nuestro accionar.

Nuestras izquierdas no han formado a su militancia en base a la ciencia, no promueven el conocimiento crítico de la historia, de la realidad concreta cambiante y ha vivido desfasada en lo fundamental en relación a los extraordinarios avances que ha venido logrando la humanidad en el campo de las nuevas tecnologías.

Somos unas izquierdas que no hacemos balance regular de nuestra práctica, que no nos unimos, que nos fraccionamos recurrentemente, que nos desgarramos y descalificamos entre sí en vez de complementarnos, que nos hemos desvinculado de las masas obreras, campesinas, juveniles y de las mujeres, que no nos autocriticamos, que incursionamos en las luchas sociales con políticas marcadamente economistas sin vocación de poder y que al parecer no aprendemos de nuestras experiencias, ni de otros procesos revolucionarios.

Y peor y más grave aún; no contamos con un proyecto o plan para ir construyendo el poder del pueblo, avanzando gradualmente para conquistar el poder político de la nación.

Todo ese paquete de insuficiencias, limitaciones y de conductas impropias de un movimiento y de una militancia auténticamente revolucionarios, ha estado y está, en las reales causas de la crisis de nuestras izquierdas, y tratar de ocultarlo o de subestimarlo para evadir responsabilidades colectivas y particulares, sería un mayúsculo error.

Se trata de un asunto que no es nada simple, ni elemental; es complejo, delicado y que solo podemos ir superando mediante un prolongado proceso autocrítico y rectificador.

Pero no hay que desesperarse, ni perder las perspectivas revolucionarias, ni sentirnos descalificados por la crisis, por los errores cometidos o por nuestras limitaciones en otras esferas de la lucha de clases.

Como siempre he sostenido y reiterado, podemos salir hacia adelante frente a estos desafíos, pero solo entendiendo que es absolutamente necesario introducir como izquierdas, profundas correcciones en nuestra práctica en todas las direcciones, y hacerlo desde ya, ahora que aún tenemos algún tiempo para esto, y no dejarlo para el día cuando lleguen los tiempos de las grandes y decisivas confrontaciones y que entonces no encontremos cabezas donde poner los sombreros.

Julio, 2025.

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