¡Oh, Colombia!

Por Guido Gómez Mazara

Los balazos sobre la cabeza y cuello, disparados por un joven sicario contra el aspirante presidencial Uribe Turbay a plena luz del día en Bogotá, retratan un desafortunado retroceso en la tradición democrática de Colombia. En buena justicia, los colombianos exhiben una enorme capacidad de superar entuertos institucionales, intolerancia de segmentos seducidos por la violencia y resistir odios ancestrales. Para muchos, todo comenzó con el asesinato de Gaitán. Y desde ese instante, una sociedad estremecida por narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo, establece las bases en un necesario proceso de convivencia, disuelto en la medida que la violencia vuelve a reflejar posturas y estilos en determinados grupos.

Lo grave radica en que los ojos de la comunidad internacional pudieron constatar una efectiva asociación entre estabilidad política y avances económicos, haciendo del turismo una innegable fuente de ingresos que, como resultado de un retorno de la violencia política, podrían disminuir. Por infortunio, los pueblos tienden a perder en un instante lo que el esfuerzo y racionalidad de sus principales actores tomaron años y dedicación en construir. De ahí que un acontecimiento marcado por la sangre lamentablemente nos refiera a épocas superadas, registradas en la conciencia del continente de episodios amargos y fuente de novelas distantes del estilo responsable y trabajador de la mayoría de sus ciudadanos.

El ojo reflexivo y crítico de toda la región no puede asumir la respuesta sangrienta en el marco de las diferencias políticas de factor propio de Colombia. Antes, las calles de Ecuador vieron a uno de sus hijos, también aspirante presidencial, caer en el fragor de una campaña presidencial. Por eso, la pasión discursiva, dosis de insulto y radicalización de las propuestas en interés de ganar votos, se está convirtiendo en la principal gasolina para incendiar la pradera de la competencia electoral.

Apostar al retorno a la racionalidad, una mejor distribución del crecimiento, capacidad de pactos alrededor de los temas de nación sin dudas contribuiría a la sustitución de ambientes socialmente calenturientos que tanto daño generan a la estabilidad de los pueblos. Es así, favoreciendo la comprensión y alentando propuestas cercanas a los ciudadanos, que dejaremos en el relato histórico y el nunca jamás las modalidades extremistas y respuestas fuera de tono, incompatibles con la realidad del siglo 21. Nunca debemos olvidar los episodios funestos como expresión de superación institucional, pero tampoco jamás devolvernos a las modalidades que retrasaron por tanto tiempo los avances democráticos.

El pueblo colombiano ha demostrado su enorme resiliencia y capacidad para reinventarse. Confiamos en que lo hará otra vez. ¡Oh, Colombia; regresa a la convivencia pacífica y racionalidad de tu clase política!

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