Participación, democracia y partidocracia dominicana
Por Cándido Mercedes. La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto.
Dedico este artículo a Héctor Guerrero, Domingo Páez y Ricardo Nieves, con aprecio y admiración
La participación constituye el verdadero hálito de la democracia. La participación es el punto de inicio y de inflexión para comprender la sustancialización de los niveles de la democracia y, en gran medida, del contenido cierto del sistema de partidos. La participación es el flujo sanguíneo de la operatividad real de la democracia. La participación ha de irradiarse allí donde confluyen todos los actores de una sociedad. Ella es en sí misma la que indica la dinámica del poder, las relaciones de poder y como opera atendiendo a las distintas esferas del poder y su jerarquización.
La mirada, la perspectiva que tengamos alrededor de la participación nos indica como entendemos las interactuaciones en cada instancia de la dinámica social y como se disemina la jerarquización en cada sociedad y en los diferentes grupos y conglomerado humano. La participación, en su complejidad, trata de articular a todos los sectores en sus instancias de organización y realización.
Construir la participación, hoy en el Siglo XXI, en su tercera década, supone trascender el instrumentalismo, la cooptación per se, ir más allá de la democracia electoral, de la democracia electrónica, de la democracia refrendaria. La participación es la dimensión social y política que contiene en su seno, en su vientre, de manera intrínseca, la necesidad de no delegar, de asumir como actor lo que por naturaleza social le corresponde: la horizontalidad en cada espacio del juego del poder. De cómo se desliza ésta en todo el entramado del tejido social, económico, político e institucional. La participación es la vía más expedita de la democracia directa.
En nuestro país, en los escenarios de los años 70, 80, 90, se verificó una estelaridad de participaciones. Constituíamos uno de los países con mayores niveles de participación en sus diferentes manifestaciones: políticas, laborales, comunitarias, clubísticas, religiosas. Porque participación es inclusión. Es situar a los actores sociales-políticos en el centro de sus deliberaciones vitales. La participación, como imagen, es como los stakeholders, donde los integrantes tienen sus roles para hacer posible el éxito que se emprende en una organización, en una empresa, sea cual sea la naturaleza de la institución.
Hoy, la participación en República Dominicana se ha ido reduciendo, derivando en un verdadero elitismo, como si ésta fuera meramente un pináculo social. Esta visión excluye a los sectores “subalternos” y privilegia a los sectores dominantes. En nuestra formación social, la elite política diseñó formas de anulación de la democracia directa, esto es, la que se produce como “interacciones cara a cara, entre presentes, entre personas, que se influyen mutuamente y que cambian de opinión escuchándose entre sí”. Captaron, instrumentalizaron, los espacios directos de los sectores populares y los vaciaron del contenido contestatario, en la forjación de los conflictos por las carencias, necesidades y flagelos que sufren en sus territorios.
A partir de 1996 “Pagaron para no pegar”. Usaron los recursos públicos de manera burda grotesca, informal, fuera del marco institucional a través del PEME. Es así como se comienza a “desmontar, desmembrar” el espíritu contestatario en los barrios para desmontar todo tipo de protestas reivindicativas. El proceso continuó a partir del 2004 con la incorporación de amplios sectores al partido dominante durante 16 años. Esa amplia apertura e inserción constituyó una disrupción tanto para el PLD como para los sectores involucrados. Significó un costo económico y político muy alto para la sociedad.
En 16 años la nómina publica creció 2.36, pasando de 275,000 empleados a 677,000. El clientelismo como fórmula de atracción y adhesión fue la norma. La economía crecía a una tasa promedio de 5.5%, empero, los gastos crecían alrededor de 11% anual y el endeudamiento 12.5% cada año. La corrupción se instaló de manera estructural, sistémica e institucional con dos válvulas: como acumulación originaria y como forma de “igualarse” en riquezas y posesiones a la elite empresarial. Una nueva casta y clase dominante, dada el alto poder económico, se creó en nuestra sociedad en el interregno del 2004-2020. ¡Burguesía burocrática!
Se originó así, una participación trunca, obcecada, desarmada, dada la subordinación al poder político. El cuadro quedó elaborado con lo que Antonio Gramsci denominó hegemonía cultural. ¡Cientos de periodistas a su merced y gran parte de los intelectuales, peor que a su merced, se encontraban sin voces ni palabras! Una enorme ceguera moral nos petrificaba, atomizaba y anquilosaba como sociedad. Esa forma de dominación y hegemonía quedó triturada por lo que señala Byung-Chul Han en su libro Sobre el poder “El atrio es en realidad una pieza contigua. La formación de piezas antiguas del poder atestigua que ningún espacio del poder humano es capaz de encerrarse por completo en sí mismo, de recobrarse absolutamente a sí mismo, que a causa de su finitud el poder humano siempre está expuesto al peligro de una autoenajenación”.
Participación y democracia en nuestro país, han de configurar una ruptura, una disrupción, para hilvanar con hilos gruesos una nueva composición, que arribe a fórmulas más amplias y menos manipuladas y que se expandan allí donde hay seres humanos y logren articularse en sus decisiones, para evitar la tristeza tardía de la venida del Señor. Como nos dice Manuel Castells en su libro Ruptura: La Crisis de la Democracia Liberal “Pero hay una crisis más profunda, que tiene consecuencias devastadoras sobre la incapacidad de tratar las múltiples crisis que envenenan nuestras vidas: La ruptura de la relación entre gobernantes y gobernados. La desconfianza en las instituciones…. Se trata de un colapso gradual de un modelo político de representación y gobernanza”.
Otea más cerca de la tierra que del firmamento una verdadera crisis de representación. La participación del Congreso, como baluarte de representación, es tan pobre y tenue que su desaparición no nos crearía pánico en la legitimidad, solo en el instrumento de la arquitectura del Estado. Lo legal, así, quedaría desnudo y sin sentido. La partidocracia ha sido el estandarte que diluye y destroza la participación. La anulan y se convierten en cuello de botella. ¡Su “profesionalidad” es desterrar toda posibilidad de un liderazgo alternativo! Es evitar el verdadero puente, canal, de una que fragüe el comienzo de dejar atrás los signos permanentes de la ignominia. Esta partidocracia instalada en 25 de los 27 partidos reconocidos oficialmente no tiene conexión con la sociedad ni agenda con visión.
Juegan al mero coyunturalismo. No interpretan el calor asfixiante que brota desde la superficie hacia la cantera de una sociedad en transición. Nos encontramos en una fase de transición sin retorno. En una sociedad que no ve partido ni personaje. Se anida en aquel que se monta en su desafío, que no es otro que impulsar la decencia desde el ámbito público, que desprecie la impunidad, que forje la cultura de la transparencia y de la rendición de cuentas.
Ameritamos de una participación y una democracia que conlleven, dialécticamente, la combinación de la acción a la institución. Nos dicen Josep Valles y Salvador Martí en su libro Ciencia Política “Sabemos que el estado es un modo histórico de organizar la actividad política, que se caracteriza por una fuerte tendencia a la institucionalización y a la centralización… La institución se distingue de una actividad circunstancial o episódica”. De ahí el grito desesperado de la Reforma Constitucional. Es la manera de disminuir los riesgos “de la imprevisibilidad y la incertidumbre”. No dejar nada a lo personal y sus contingencias y a la característica de personalidad de un incumbente. La historia y praxis de la Procuraduría en los últimos 16 años fue nefasta como antorcha y faro de la impunidad.
Byung-Chul Han en su libro Psicopolítica nos retrata de manera significativa el poder y la participación con este párrafo “El poder disciplinario no está dominado del todo por la negatividad. Se articula de forma inhibitoria y no permisiva. A causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presume libre”