Peña Gómez: mi historia (11 de 13)

Por Farid Kury

Aunque la lamentable salida del profesor Juan Bosch del PRD constituyó un golpe contundente para nosotros, con el paso de los días quedó bien establecido que las masas perredeístas preferían quedarse en el partido que más jala, a seguir un camino incierto. Los perredeístas querían el poder, y en aquella hora dramática percibían que era con el PRD, y bajo mi liderazgo, como podíamos ascender al Palacio Nacional.

A partir de ese momento, yo sería diligente en quebrantar la prevaleciente política de abstención electoral patrocinada por Juan Bosch. Mi visión de acercamiento a sectores oligárquicos, a la Internacional Socialista, y a los liberales de Washington, ahora sería ejecutada sin ninguna dificultad.

Para fundamentar mi estrategia, en diferentes ocasiones expresé criterios como este: “En escritos y discursos he expresado que los revolucionarios dominicanos debemos aprovechar esas contradicciones, pues algunos de esos liberales…se han convertido sin que ellos se lo propusieran, en aliados de la revolución, al coincidir sus puntos de vista con las demandas de los revolucionarios. Willian Fulbright resulta un aliado más efectivo de la revolución dominicana que el formidable líder de la Revolución cubana o el venerable Mao Tse-Tung, el líder más revolucionario de nuestro tiempo”.

Pero, en verdad, las condiciones aún no estaban dadas para vencer y sacar al doctor Balaguer del poder. Las elecciones de 1974 fueron más vulgares incluso que las de 1966 y 1970. Literalmente fueron lo que el profesor Bosch con razón llamaba matadero electoral. Ni el PLD de Juan Bosch ni el PRD dirigido por mí ni ningún partido de oposición participarían en ellas. Al principio, organicé el Acuerdo de Santiago y Juan Bosch encabezó el Bloque de la Dignidad Nacional. Ambas organizaciones, sin embargo, finalmente fueron forzadas, por el terror gubernamental, a retirarse y permitir así la reelección de Joaquín Balaguer.

Era su tercer período consecutivo. Pero en ese período empezarían a producirse acontecimientos internacionales que dificultarían en lo adelante los fraudes electorales. En enero de 1977 a la Casa Blanca llegaría Jimmy Carter, un ex gobernador de Atlanta, cuyo ascenso al poder coincidía con la necesidad de una modificación sustancial de la política exterior de los Estados Unidos. De conformidad con esa nueva política, EU debía compartir el liderazgo mundial con Europa y Japón. Y en lo referente a América Latina, debía estimularse, para contener los movimientos revolucionarios y socialistas, la sustitución de regímenes de fuerza, como el del doctor Balaguer, por gobiernos democráticos con amplias bases sociales y populares.

Yo me había dedicado a estudiar política internacional, y sobre todo la política de Estados Unidos, y por conocer los detalles de esa política, me di cuenta que ahora las condiciones nacionales e internacionales favorecían nuestra victoria y nuestro ascenso al poder. Empecé entonces a fortalecer mis vínculos con los liberales de Washington y a acercarme formalmente a la socialdemocracia europea, que empezaba a interesarse por los partidos populistas de América Latina. Esa estrategia, elaborada y ejecutada por mí, fue clave para ganar las elecciones de 1978 y llevar el glorioso PRD de nuevo al Palacio Nacional.

ll

Llegadas las elecciones de 1978 muchos entendían que respaldado por las Fuerzas Armadas, el doctor Balaguer repetiría los fraudes anteriores. Pero yo no permití que se impusiera esa línea de pensamiento dentro del PRD. Yo sabía que las condiciones, nacionales como internacionales, nos favorecían. Por eso impuse la política de prepararnos para participar en las elecciones con la finalidad de ganarlas y de gobernar. Yo estaba decidido a conducir mi partido al poder. Y lo llevé.

Para sacar el candidato presidencial organicé el sistema de debate interno conocido como “primarias”. Esa era una modalidad nueva en el país, que copié del sistema electoral norteamericano. Al poner en práctica esa novedosa modalidad logré volcar la atención nacional hacia nuestro partido, y concretamente hacia los precandidatos.

Aunque al principio fueron varios los precandidatos, sólo tres llegaron hasta el final: Salvador Jorge Blanco, Silvestre Antonio Guzmán y Jacobo Majluta. Aquella campaña fue agotadora y agresiva. Los precandidatos en procura del triunfo recorrieron el país y movilizaron a millares de perredeístas. Pero en realidad, la pelea se concentró entre el hacendado Antonio Guzmán y el doctor Jorge Blanco. Como líder del partido y responsable de conducir la organización al gobierno, no podía inclinarme a favor de ninguno. Y no me incliné. Jugué un rol de árbitro.

Aun así, algunos malintencionados me acusaron de favorecer a Jorge Blanco, lo cual evidentemente no era cierto. Pero Antonio Guzmán, a pesar de sus limitaciones intelectuales, era el de más proyecciones dentro y fuera del PRD. Había sido en el gobierno de Juan Bosch de 1963 Ministro de Agricultura y en la Revolución de 1965 su nombre fue barajado con fuerza para la Presidencia de la República en la llamada “Formula Guzmán”. En 1974 había sido el candidato presidencial del PRD hasta que nos retiramos. Por ello, era el favorito de las bases perredeístas. Incluso, el hecho de ser un reconocido terrateniente le proporcionaba un importante apoyo de sectores de la burguesía tradicional, sobre todo, la del Cibao. En suma, era el candidato ideal para aquella coyuntura política.

lll

A las nueve de la mañana del 27 de noviembre de 1977 en el local de la Asociación de Detallistas ubicado en el barrio de Villa Francisca empezó la votación. Personalmente dirigí ese importante evento. En la primera ronda ninguno pudo ganar. Pero en la segunda el licenciado Majluta inclinaría el triunfo en favor de Antonio Guzmán a cambio de la candidatura vicepresidencial. Ironía de la vida y de la política: Jacobo Majluta había sido estimulado por Jorge Blanco a participar en la convención en procura de dividir los votos a Antonio Guzmán. Pero a la hora de la verdad, apoyó a Antonio Guzmán y no a Jorge Blanco, sellando así la victoria del primero y la consecuente derrota del segundo. Fue un fallo de cálculo de Salvador Jorge Blanco que le salió caro.

Inconformes los jorgeblanquistas protestaron y amenazaron con la división. Pero yo estaba ahí presto para impedir los conatos de división. Alcé mi voz con la energía que me caracteriza para hacer respetar los resultados de la convención e impedir la escisión. Me opuse con toda mi fuerza a la celebración de una nueva convención como solicitaba Jorge Blanco, e incluso lo acusé de sembrar la confusión y la división en la organización. Entre otras cosas, dije: “Nadie tiene derecho a cuestionar la decisión de la novena convención, porque ella es una garantía de que nuestro partido no olvida los méritos de sus líderes ni los continuos servicios que ellos han prestado para convertirlo en la organización de masas más potente del país. A nadie debe sorprender que se escogiera a los compañeros Guzmán y Majluta como los candidatos del PRD, pues nadie merecía más que ellos esos galardones. Al elegir a Guzmán se hizo una obra de justicia, ya que los restantes precandidatos de la convención les esperan otras oportunidades y en cambio para Antonio Guzmán era la última oportunidad para concluir gloriosamente su carrera política”.

Pero a pesar de ese contundente pronunciamiento impuse el equilibrio. Para garantizar la unidad de nuestras fuerzas convencí a Jorge Blanco a encabezar nuestra boleta en el Distrito Nacional como candidato a Senador, y muchos seguidores suyo los coloqué como candidatos a diputados. Así, resuelta la crisis, empezamos oficialmente la campaña electoral a principios de 1978. A partir de ese momento, tomamos las calles de manera entusiasta y decidida. Millares de dominicanos hastiados de crímenes, corrupción y pobreza, marchaban detrás de nosotros, y escuchaban mi estruendosa voz, convencidos de que el 17 de mayo otro gallo cantaría.

Por primera vez el doctor Balaguer se enfrentaba a una oposición electoral real. En 1966 no pudimos hacer campaña activa. En 1970 y 1974 el terror balaguerista nos obligó a abstenernos. Ahora era diferente. Ahora tenía que enfrentarse a un PRD resuelto a echar el pleito y con importante apoyo internacional. Por primera vez, también, la política exterior de Estados Unidos marchaba contraria a su política reeleccionista.

lV

Desesperado y a la defensiva, el presidente Balaguer concentró sus ataques contra mí, acusándome de comunista y de ser el poder detrás del trono. Pero ya era tarde. No había forma de impedir nuestro triunfo. Yo al principio obvié referirme a sus ataques. Estratégicamente no era conveniente centralizar el debate electoral entre él y yo. Pero utilicé el último discurso, pronunciado la noche del 14 de mayo, de la campaña para responder sus dardos envenenados, en el cual dije que no ocuparía ningún cargo en el nuevo gobierno ni sería, como había dicho Balaguer, el poder detrás del trono.

De igual manera, en ese discurso, advertí a los perredeístas: “Los altos dirigentes del PRD tienen grave responsabilidad sobre sus hombros, si pasado mañana el pueblo nos exalta a las alturas del poder. Tienen que ser humildes, justos, honrados, rechazar los privilegios y servir al pueblo con igual diligencia…El enriquecimiento ilícito será castigado con rigor y el que trafique con las funciones públicas será echado de las filas del Partido…”.

Y concluí: “Con Antonio Guzmán, un agricultor, el pueblo tendrá un gobierno sin forajidos ni bandas coloradas. Pueblo dominicano: A votar el 16 de mayo sin temor y sin miedo. La hora de la redención ha sonado. Adelante dominicanos a conquistar la libertad. Ese es tu deber y tu cometido”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.