Peña Gómez: mi historia (12 de 13)

Por Farid Kury.

A mí me cabe el mérito de ser el arquitecto, el estratega, el táctico, de nuestra victoria en 1978. Pero, como en 1962, en el gobierno de don Antonio Guzmán no ocupé cargo alguno. Preferí atrincherarme en mi partido y desde allí servir de soporte al gobierno. Conociendo las limitaciones propias de un país subdesarrollado como el nuestro, orienté nuestra militancia a ser prudente en sus reclamos. Pero las desavenencias con los funcionarios, e incluso, con el presidente Guzmán no tardaron en aflorar. Dedicados muchos de ellos a intrigar, lograron indisponerme con el presidente, al extremo de que en una ocasión hube de anunciar que no visitaría más el Palacio en ese gobierno.

Momentos difíciles fueron aquellos. A las intensas pugnas interpartidarias, se sumó el mal manejo de la economía, incrementándose la pobreza y agravándose la calidad de vida de los dominicanos. La corrupción, tantas veces denunciada y combatida por mí, parecía elevarse a niveles asombrosos. La fanfarronería, la altanería y la arrogancia fueron características de muchos funcionarios, que encumbrados en el Estado y entregados por completo al disfrute de las canonjías del poder, parecían olvidarse de la base perredeísta, que con valor y energía inagotable había desafiado la cruenta represión para llevar nuestro partido al poder. El gobierno que había creado enormes expectativas en el pueblo dominicano, ahora parecía navegar sin rumbo fijo. No hubo, lamentablemente, planes ni metas, y lo que debió y pudo ser un gobierno de grandes realizaciones económicas, resultó una gran frustración.

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Pero, en honor a la verdad histórica, no todo fue negativo. La represión balaguerista felizmente fue superada. No sólo se decretó una amnistía total que permitió el retorno de los exiliados y la salida de los presos políticos de las cárceles, sino también la oposición pudo actuar con libertad. La llamada fuerza incontrolable, sembradora del terror en el país, fue desintegrada. En verdad, nadie puede, sin caer en el fanatismo político, regatearle al partido blanco ese mérito.

Aun así, el mal manejo económico dañó nuestra imagen y afectó nuestra popularidad. Pero pudimos encauzar esa inconformidad hacia la tendencia de Salvador Jorge Blanco, y eso nos permitió en 1982 ganar las elecciones, en las que yo fui candidato a síndico por la capital y gané con el 57 por ciento de los votos. En el gobierno de Jorge Blanco no fui vejado como en el anterior. Mi liderazgo se solidificó y mi influencia fue mayor. Y mi labor al frente de la Ciudad Primada de América fue excelente. Mis amplias relaciones internacionales, sobre todo, con la Internacional Socialista, de la cual yo era Vicepresidente para América Latina, fueron claves para el éxito de mi gestión.

Pero cuando, motivado por circunstancias nacionales e internacionales favorables a mí, quise aspirar a la Presidencia de la República, mi compañero Jacobo Majluta se encabritó alegando que la misma le pertenecía. Mi liderazgo fue enfrentado de manera cruenta por el también sólido liderazgo del “turco”. Apoyado por el oficialismo jorgeblanquista, el 18 de junio de 1984, me vi forzado, como jugada política, a formar el Bloque Institucional Social Demócrata, y me lancé con fuerza arrolladora a la conquista de la Presidencia. Aquella fue una campaña agresiva donde los ataques desmesurados, de ambas partes, colocaron nuestro partido al borde de la división. Finalmente si a ella no se llegó, fue porque acepté, mediante la firma del llamado Pacto La Unión, la candidatura del compañero Majluta.

Se evitó la división formal, pero no la derrota. A los problemas económicos y al desgaste del PRD, se sumaron los problemas políticos generados en la convención. Majluta me había vencido, pero muchos perredeístas, no sintiéndose representados por él, hicieron causa común con nuestro adversario histórico, Joaquín Balaguer. Esa postura la encabezó el presidente Jorge Blanco, que veía en Jacobo Majluta intenciones de encauzarlo judicialmente. Por eso, frente a los reclamos majlutistas de que se recontaran alrededor de 90 mil votos anulados por marcar al PRD y al Partido La Estructura, y por lo cual el doctor Balaguer obtendría la victoria, el primero en apresurarse a reconocer esa victoria fue Jorge Blanco, asestando así una puñalada insalvable a las pretensiones majlutistas. Yo había vaticinado reiteradamente que sólo el PRD derrota al PRD y en aquella hora esa advertencia se hizo realidad.

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En el plano estrictamente personal, a poco de perder las elecciones, la noche del 19 de noviembre de 1986, en una boda muy privada, contraje matrimonio con la que sería mi tercera esposa, Peggy Cabral, una distinguida dama capitalina, hija del laureado poeta Manuel del Cabral. Peggy sería mi compañera inseparable hasta el día de mi muerte en las luchas nacionales y en el trajinar internacional. Además, el trabajo político y social desplegado por ella, la llevaría primero a crear la Fundación Mujeres por la Educación y luego a la importante posición de Presidenta de la Federación Dominicana de Mujeres Social Demócratas (FEDOMUSDE), una poderosa organización femenina apéndice de nuestro glorioso partido.

De vuelta el doctor Balaguer al poder decidió encauzar judicialmente al ex presidente Jorge Blanco y a varios de sus funcionarios, acusándolos de cometer actos de corrupción. El temor de Jorge Blanco de ser procesado en un gobierno de Jacobo Majluta, se convertía en realidad en uno del doctor Balaguer, de quien nunca siquiera sospechó que lo sometería a semejantes vejámenes y humillaciones. Controlada la justicia por Balaguer no se vaciló en enviarlo a la cárcel junto a varios ex funcionarios. Para nosotros aquellos fueron indudablemente momentos amargos y traumáticos. Las intenciones de Balaguer eran descalificar moralmente al PRD. Es cierto, el gobierno jorgeblanquista había sido corrupto, pero la acción emprendida por Balaguer era más política que moralizante.

Pero mientras el PRD era sometido al fuego cuestionador, las luchas internas, en vez de menguarse, se acrecentaron. La lucha entre Jacobo Majluta y yo era cada vez más intensa. Ambos pretendíamos alzarnos con la candidatura presidencial de 1990. Pero mi liderazgo era más sólido y mi capacidad táctica y de trabajo organizativo era muy superior a la del compañero Majluta. La crisis fue tan grave que a la Junta Central Electoral hubo de apoderarla del aspecto legal, debiendo emitir una resolución en la que reconocía que el Comité Ejecutivo Nacional encabezado por mí era el verdadero. Esa resolución, evacuada apenas tres meses antes de las elecciones, sellaba la división de la organización. Al quedar yo como único líder del PRD, Jacobo Majluta entendió llegada la hora de formar tienda aparte. Fundó el Partido Revolucionario Independiente y por él se presentó como candidato presidencial, obteniendo sólo 125 mil votos y quedando en cuarto lugar.

Yo fui seleccionado candidato presidencial. Era mi primera oportunidad, y aunque disponía de poco tiempo para estructurar una campaña electoral convincente, y a pesar de que el debate electoral se había polarizado bien temprano entre Juan Bosch y Joaquín Balaguer, obtuve alrededor de 430 mil votos para un sólido tercer lugar con un 23.5 por ciento

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