Peña Gómez: mi historia (13 de 13).
Por Farid Kury.
La campaña de 1990 fue muy encarnizada entre peledeístas y reformistas.
Las encuestas colocaban en primer lugar a Juan Bosch, pero al final, en base a un fraude calificado de colosal, el doctor Balaguer se impuso.
En cuanto a mí, el sólido tercer lugar me aseguraba un crecimiento sostenido de mi figura, ya no sólo como líder político popular, sino también como candidato presidencial.
En efecto, instalado Balaguer nuevamente en el poder, no perdí tiempo en difundir que el PLD y Juan Bosch no supieron defender su triunfo.
Fui incansable en repetir que a mí no se me hacía fraude, que yo, como en 1978, contaba con los medios nacionales e internacionales, para ganarle a Balaguer y sacarlo del poder. Por todas partes los perredeístas repetían que “Peña Gómez no es Juan Bosch, si ganó, ganó ganó”.
Era una manera de inyectar a las masas optimismo y fe en la victoria.
Nuestra campaña caló. La fuerza peledeísta fue menguando y la nuestra fue creciendo.
Cuando empezó la campaña en 1994 millares de dominicanos me apoyaron.
Yo era el preferido y así todas las encuestas lo decían.
Entonces se desarrolló una campaña feroz y sucia en mi contra.
A todos los epítetos y a todas las maniobras el PRSC recurrió para disminuir mi popularidad.
La pelea fue intensa y agresiva. Pero al final, la JCE, en otra maniobra fraudulenta, declaró ganador al doctor Balaguer.
El fraude de 1990 contra Juan Bosch ahora se repetía contra mí. Pero a diferencia de 1990, la comunidad internacional reaccionó con vigor. Mis relaciones internacionales evidentemente eran buenas.
Pero, en honor a la verdad histórica, debe decirse también que el PLD actuó con elegancia y sin remordimiento ni rencor, al no apresurarse a declarar, como lo hice yo en 1990, ganador al doctor Balaguer.
La postura del PLD, calificada por muchos de prudente, evidentemente, nos ayudó en nuestra lucha contra el fraude.
Entonces, forzado por la realidad nacional y por la presión internacional, el doctor Balaguer accedió a negociar con nosotros, y como consecuencia hubo de firmar el denominado “Pacto por la Democracia”, mediante el cual se comprometía a enviar al Congreso Nacional un proyecto de reforma constitucional, que acortaba el período que debía iniciar el 16 de agosto a sólo un año y medio, prohibía la reelección presidencial e instauraba el régimen de la doble vuelta en caso de que ningún candidato obtuviese el 45 por ciento de los votos.
En efecto, el proyecto fue enviado, pero la Asamblea Nacional, con mayoría peledeísta y reformista, aprobó otra cosa. Allí el período fue acortado a dos años, y no a un año y medio, y el por ciento exigido para la doble vuelta fue de 50 por ciento y no de 45, como se había acordado.
Yo, el PRD y todo el Acuerdo de Santo Domingo, protestamos airadamente, pero ya el palo estaba dado, y nada se podía hacer. Llegado el 16 de agosto, y ausentes nuestros legisladores, la Asamblea Nacional juramentó al presidente Balaguer presidente constitucional de la República, sólo que esta vez sería solamente por dos años y sin derecho a reelegirse. Así terminó la crisis política iniciada la noche del 16 de mayo.
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Ahora las elecciones se celebrarían en 1996. Yo y casi el país entero estábamos convencidos de que nadie podía ganármelas.
Habiendo quedado el PLD en un lejano tercer lugar e impedido Joaquín Balaguer de repostularse, me veía sin rival.
Pero el destino, en ocasiones cruel, me tenía una guardada. El 23 de septiembre hube de viajar a Caracas, Venezuela, a recibir tratamiento por molestias estomacales.
Allí se me detectó un tumor en la pared posterior del estómago.
Para recibir mejor tratamiento, me trasladé a Estados Unidos e ingresé al centro de salud Cleveland Clinic Foundation, en Cleveland Ohio.
A las ocho de la mañana del 5 de octubre fui intervenido quirúrgicamente por el renombrado doctor David Vogt, que en una delicada operación de tres horas, me extirpó el tumor alojado en mi estómago, para lo cual hubo de extirparle el vaso, cortarle parcialmente el fondo del estómago y limpiarle la cola del páncreas.
En una actitud responsable, propia de políticos modernos, mantuve informado a mi partido y al pueblo dominicano de los detalles de mi enfermedad. En una carta emotiva del 12 de octubre dirigida al Comité Ejecutivo Nacional, además de revelar que el tumor extirpado resultó ser maligno, dije: “Queridos compañeros y amigos: Aunque la vida me ha colocado casi siempre en un escenario en que ha prevalecido la adversidad, siempre conté en el pasado con la protección de Dios, el apoyo del pueblo y la fuerza de mi voluntad para vencer todas las dificultades. Estoy convencido que una vez más me sobrepondré a todos los problemas que he tenido que enfrentar en estos momentos”.
Recuperado aparentemente regresé al país el 23 de diciembre. Era una fecha propicia para el descanso y la reflexión. Pero yo no era un hombre dado a los descansos prolongados. Yo era un hombre infatigable y de una voluntad inquebrantable. A poco de estar en mi Quisqueya, empecé a viajar por diferentes países a recibir reconocimientos de diversas universidades y también para atencionar mis obligaciones como alto incumbente de la Internacional Socialista. En el país, también fui objeto de diversos reconocimientos.
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En cuanto a las elecciones de 1996 no parecía haber ningún inconveniente. Todo apuntaba a que yo las ganaría sin dificultades, y mi sueño de ser presidente del país sería una realidad. Pero en los hechos las cosas resultaron, lamentablemente, muy diferente a lo que veía y creía. El PLD eligió como su candidato presidencial al doctor Leonel Fernández, y al principio, pocos, entre ellos yo, le veíamos posibilidades reales de ganarnos. Pero de forma inexplicable para mí y para los perredeístas, el candidato peledeísta empezó a calar en el electorado nacional, sobre todo, en los jóvenes y en las mujeres.
Cuando la firma Gallup-Rumbo publicó en octubre de 1995 su primera encuesta, el doctor Fernández aparecía empatado conmigo. Aquello parecía increíble, y ciertamente, muy pocos creyeron en ella. Pero esa era la realidad, y yo, veterano en las lides políticas electorales, no me engañaba. Empecé a darme cuenta de que el muchacho de Villa Juana, en base a su talento y carisma, se estaba convirtiendo en un fenómeno electoral, y por tanto, no debía ser subestimado. Otro factor que incidió en el crecimiento de la candidatura morada fue el hecho cierto de que millares de reformistas, no sintiéndose atraídos por Jacinto Peynado y entendiendo que Balaguer quería su derrota, empezaron a apoyar a Leonel Fernández.
Así, la verdad es que el joven Leonel Fernández, aparecido en todas las encuestas en buena posición, me obligó a lanzarme al ruedo electoral antes de lo previsto. Yo quería dedicarme más tiempo a mi salud, a mi recuperación, pero el empuje de la candidatura peledeísta me obligó a cambiar de planes para contrarrestarla. Aquella campaña fue muy agotadora, dura e intensa, sobre todo, para mí, que ya no disponía de la energía ni de la salud de antes.
Cuando contamos los votos, la sorpresa fue terrible, demoledora. No pude alcanzar el 50 por ciento requerido para ganar en primera vuelta. Obtuve 45.5 por ciento y Leonel Fernández 38.75. Había que acudir a una segunda vuelta, y eso era lo que menos yo deseaba, no sólo por mi salud, sino además, porque todas las encuestas creíbles apuntaban categóricamente, que en una segunda vuelta, aliados peledeístas y reformistas, yo sería irremediablemente derrotado. En ese momento, la llave del triunfo, desgraciadamente, la tenía el caudillo reformista, y la iba a usar con toda su saña en mi contra. Era él, y nadie más, quien la podía inclinar en una dirección o en otra. Y la inclinó en favor de Leonel Fernández. En un acto celebrado en el Palacio de los Deportes “Virgilio Travieso Soto”, mediante el llamado Frente Patriótico, de triste recordación para mí y mi gente, se selló la alianza entre el PLD y el balaguerismo. Allí definitivamente quedó sellada también mi derrota.
El 30 de junio se efectuaron las elecciones y no pude ganar. Leonel Fernández obtuvo 51 por ciento y yo 49. Estaba irremediablemente derrotado e impedido de llegar a la presidencia de la República. La derrota fue fuerte, para mí y para mis seguidores. Era mi oportunidad de oro para ser presidente de mi país, y como por arte de magia, se me fue de la mano. Yo lloré y lo admití públicamente. Pero al otro día, 1 de julio, como los grandes, a pesar del dolor, de la amargura y de las lágrimas, reconocí mi derrota y felicité a quien había sido un digno contendor, el doctor Leonel Fernández.
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Pero eso no era todo. A causa de la intensidad de la campaña mi salud fue agravada. Pronto hube de salir al exterior a someterme a diferentes operaciones. Viajé a Estados Unidos, Europa y a los países orientales. Por diversas vías quise combatir el cáncer que ya había hecho metástasis. Sólo mi voluntad de hierro me permitía resistir. Esta vez, como en 1994, también mantuve a mi partido y al país totalmente informados de la gravedad de mi enfermedad. No escondí nada, nada. En eso también actué como un gran demócrata.
Aún en esas condiciones regresé al país y me puse al frente de mi partido. Mis amigos me aconsejaron alejarme de las faenas partidarias, por un tiempo. Debí hacerlo, tal vez. Pero mi vocación política y mi amor por el PRD eran más fuertes que mi amor por mi salud. El PRD se abocaba a participar en las elecciones de medio término de 1998 y yo no podía ausentarme. Dirige la batalla contra el PLD y el gobierno. Incluso, cuando la lucha interna impidió la escogencia de un candidato a síndico por la capital, para salvar la situación, debí encabezar la boleta blanca como candidato a síndico.
En esa faena estaba cuando me llegó la muerte. La noche del 10 de mayo, a eso de las 10, cuando apenas faltaban seis días para las elecciones, en las que mi partido, el glorioso PRD, obtendría una contundente victoria, un edema pulmonar fulminante me llevó al descanso eterno. Antes, como previendo un final repentino, elaboré este mensaje que es un reflejo de lo que fue mi vida:
“Yo amo a mi pueblo
a mi país
A lo largo de toda mi vida
he pagado un precio por eso.
He recibido ataques feroces,
a veces frontales,
a veces con veneno más sutil
como ahora.
Pero yo los perdono.
Mis adversarios
pueden contar conmigo,
Con mi perdón.